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El corazón y la soberbia

Constantemente estoy pensando en nuestro país y en nuestra gente; deseando profundamente escribir palabras que enciendan una luz en medio de toda la oscuridad que nos rodea. Anhelando transmitir verdades que pueden liberarnos de la violencia que nos oprime. Con el alma llena de esperanza por nuestra patria, con el corazón sediento por los afectos de hermandad en medio de los cuales crecí; con un fuego que arde dentro de mi por la tierra que me vio nacer, por el cielo azul que ilumina mis mañanas.

Todos los seres humanos hemos sido creados con un espíritu que anhela la excelencia. Aún las personas más oscuras, en algún momento, en el lugar más recóndito de su ser, desean vivir una vida de justicia, de bondad y de equilibrio. Aún los más holgazanes se sientan a ver lo que los diligentes hacen y suspiran por lograrlo; pero en la vida hace falta mucho más que un deseo; hace falta la fuerza del espíritu y el ímpetu del corazón para lograr ser eficaces. Los logros solo se alcanzan con esfuerzo y valor.

Las experiencias adversas pueden hacer dos cosas en la vida del ser humano: Por una parte, pueden convertirnos en personas amargadas y acabar con nuestra fe en Dios y en nuestros iguales. Por otra parte, pueden sacar de nuestras entrañas una fuerza capaz de hacernos vencer todos los obstáculos que se nos interpongan en el camino. Una fuerza en toda la extensión de la palabra, una fuerza que abarca nuestra mente, fuerza moral, también abarca nuestro corazón, fuerza emocional, y aún, abarca nuestro cuerpo, fuerza física.

La amargura nos disminuye como seres humanos, minimiza todas estas fuerzas y anula nuestra creatividad; puede convertirnos en seres depresivos o encolerizados y nos roba las esperanzas y los sueños. El aceptarla o rechazarla es un trabajo diario, es un proceso que tiene sus altos y bajos, no es nada fácil, pero tenemos la capacidad de superarla al poner nuestros ojos en Dios, al decidir actuar y vivir en integridad, sin dejarnos envenenar con todo el mal que vemos y escuchamos cada día.

Indudablemente que el corazón, hablando en términos físicos, es el motor de nuestro cuerpo; si él está en buenas condiciones nos sentimos saludables, si deja de latir, todo nuestro cuerpo dejará de funcionar. De la misma manera es nuestro corazón, hablando en términos espirituales, ese centro de nuestro ser en donde residen nuestras emociones, nuestros sentimientos, pensamientos e intelecto. Del corazón depende nuestra vida, lo que somos, lo que hablamos y cómo obramos.

Es en el corazón del hombre donde nacen y crecen los sentimientos que nos unen a los seres que nos rodean. Es el corazón la fábrica de nuestros sueños, donde se han originado las grandes ideas que han traído grandes beneficios a la humanidad. De la misma manera, es también el “lugar” de donde han surgido los grandes males que ha vivido el planeta. El corazón de algunos hombres ha sido la fábrica de odios que se ha traducido en millones de muertes en el mundo entero.

Cuando Jesús enseñaba a sus discípulos les hablaba acerca de cómo reconocer a las personas por los frutos que dan en sus vidas: “Porque cada árbol se conoce por su fruto; pues no se cosechan higos de los espinos, ni de las zarzas se vendimian uvas. El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo”. Lucas 6:43-45.

La Biblia nos exhorta en el libro de Proverbios a guardar nuestros corazones: «Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón porque de él mana la vida».Prov. 4:23. Guardamos aquello que apreciamos, a lo que le damos valor y trascendencia. Al guardar algo lo estamos cuidando, lo estamos preservando del mal; y así como en el corazón físico está la vida, porque al apagarse su latir, se apaga ella también. De la misma manera, en el corazón, en el centro de la personalidad del hombre, en ese lugar donde reside su esencia, se determina la vida que cada hombre vivirá.

Son innumerables las enseñanzas que podemos encontrar en la Biblia que nos hablan del corazón y sus amarguras. Para nosotros los cristianos la Biblia es la Palabra de Dios. Para otros una gran obra de la literatura, y para muchos tan solo un extraño libro que cuenta historias no comprensibles. De cualquier manera que la valoremos la Biblia está llena de relatos impregnados de la naturaleza del hombre, de su condición alejado de Dios, y de todas sus posibilidades cuando tiene la humildad de saberse limitado ante su creador.

Quisiera compartir con ustedes la historia del rey Belsasar, quien había heredado el reino de su padre, el rey Nabucodonosor de Babilonia. Su padre se había ensoberbecido en el poder de su reino; pero Dios le había revelado en sueños lo que le acontecería (Daniel 4). Entonces Nabocodonosor proclamó el nombre de Dios y fue librado. Es este reino transformado el que heredó Belsasar, pero después de un poco de tiempo, embriagado por el poder de la grandeza de su reino, comienza a vivir de acuerdo a las pasiones de su carne y sus acciones son dirigidas por su soberbia, llegando incluso a profanar los utensilios del templo (Daniel 5:3).

Un buen día, estando Belsasar con sus principales, con sus mujeres y concubinas en una gran fiesta, aparecieron estas palabras escritas en la pared del recinto: “Mene, Mene, Tekel, Uparsin”. Turbado, Belsasar busca la interpretación en medio de sus magos, astrólogos y adivinos, quienes no pueden dársela; pero la reina, inspirada por un remanente de cordura, le recuerda de Daniel, quien había interpretado los sueños de su padre Nabucodonosor ( Daniel 5:8-10). Entonces Daniel fue llamado a la corte del rey, y le fueron ofrecidos dones y recompensas a cambio de la interpretación de las palabras escritas en la pared. 

Daniel responde en la integridad de su corazón: “Sean tus dones para ti, da tus recompensas a otros. Leeré la escritura al rey y le daré su interpretación”. (Daniel 5: 14-18). Daniel le habla a Belsasar con la verdad, le recuerda del enaltecimiento de su padre: “A quien le placía mataba… engrandecía a quien le placía y a quien le placía humillaba. Pero un buen día después de que su corazón se ensoberbeció y su espíritu se endureció en su orgullo, fue depuesto del trono de su reino, y despojado de su gloria (Daniel 5: 20-21). Y más aún, Daniel le habla con la verdad sobre su propio enaltecimiento: “Pero tú, su hijo, Belsasar, no has humillado tu corazón… sino que contra el Señor de los Cielos te has ensoberbecido…tú y tus grandes…Nunca honraste al Dios en cuya mano está tu vida”… (Daniel 5:22-24).

Muchos hombres viven cada vez más una vida llena de apariencias, maquillan su propia verdad con la mentira, tratando de engañar a quienes les rodean, y ciertamente, a veces encuentran receptividad a su discurso. Pero no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo, porque más temprano que tarde las verdades afloran por medio de los cambios de las circunstancias. Hombres a quienes el pueblo les ha dado poder y se sienten demasiado grandes para detenerse a pensar que por más grandes y poderosos que se sientan, nunca han tenido, ni tendrán el poder absoluto, porque siempre, de alguna manera, como todos, podrán ser sorprendidos por lo inesperado.

Creamos o no creamos en Dios, le creamos o no le creamos a Él, le demos en nuestros corazones un lugar, o nos jactemos de nosotros mismos; de cualquier lado que estemos, igual siempre podremos ser sorprendidos por lo inesperado. Belsasar se sintió grande, y vivió la temporalidad de su reino como si fuera lo definitivo. Olvidó que la Tierra gira y que un día podemos estar arriba y reír, y mañana cuando lo inesperado toque nuestras vidas, podríamos estar abajo y llorar.

Vivimos en un país que ha sido sorprendido por lo inesperado en muchos aspectos; en donde la tragedia nos ha tocado sorpresivamente; sin embargo, al contrario de mostrar una actitud humilde y conciliadora los que se encuentran en posiciones de poder mantienen una actitud de soberbia, como si el poder temporal de su autoridad los hubiera hecho olvidar la fragilidad de ellos mismos, de la misma manera que le sucedió a Belsasar.

Se puede pretender ser dueños y amos absolutos, pero no se puede evitar el día final, ni controlar la mano que escribe inexorablemente una sentencia sobre la vida de cada hombre, así como la escribió sobre la vida de Belsasar. Esta fue la interpretación que Dios reveló a Daniel: “MENE, MENE: Contó Dios tu reino y le ha puesto fin. TEKEL: Pesado has sido en balanza y hallado falto. UPARSIN: Tu reino ha sido roto y dado a los medos y a los persas”. (Daniel 5: 24-27).

Cuida tu corazón de la soberbia, guarda en él la Palabra de Dios.

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