El chantaje de la violencia
El hábitat natural de la hegemonía roja es la violencia. De hecho, la hegemonía en sí misma es una violencia contra la cultura democrática de la nación venezolana. Por eso, los jefes de la hegemonía han sido esmerados en disfrazar su violencia de justicia o igualdad o soberanía, o de lo que ellos denominan: “verdadera democracia”. Siendo la hegemonía una forma de violencia política, todo lo que emane de ésta tenderá a la violencia.
La concentración arbitraria y mandonera de poder político en manos de una camarilla, autodenominada “comando político-militar de la revolución”, es pura violencia en contra de la Constitución de 1999, formalmente vigente. Todo el entramado de instrumentos normativos al margen o a contravía de la Constitución, también son violencia constitucional. El pretendido “poder popular”, entendido no como poder para el pueblo, sino poder para los que se imponen al pueblo, es violencia contra la democracia popular.
La suspensión práctica de los derechos y garantías que consagra la Constitución, incluyendo los reconocidos en los acuerdos internacionales, es violencia en contra de los derechos humanos. Y mientras más vociferan a favor del poder los que están encargados de defenderlos, más violencia le infligen a los derechos políticos, civiles, económicos, sociales y culturales del pueblo venezolano.
El control partisano sobre los procesos y sistemas comiciales es violencia electoral. El control hegemónico sobre el conjunto de los tribunales y demás instancias jurisdiccionales, es violencia judicial. El control brutal sobre la Asamblea Nacional es violencia parlamentaria. La censura directa y la indirecta o autocensura, es violencia comunicacional. La mentira y el silenciamiento sobre las verdades de la hegemonía, es violencia contra la verdad, contra la dignidad de los venezolanos.
La depredación de los cuantiosos recursos nacionales es violencia económica. Como también lo es la mega-crisis económico-social que padece Venezuela, y que se adentra en los terrenos de la crisis humanitaria. El desprecio y el supremacismo de los jefes del poder en relación a los emprendedores privados –los productivos, los legítimos, es violencia pura. La conformación de clanes y carteles de la boliburguesía o boliplutocracia, es violencia pura. La imbricación de la delincuencia organizada, incluyendo el narcotráfico, en núcleos del poder estatal, es violencia pura.
Las agobiantes colas para conseguir alimentos y medicinas básicas son expresiones de violencia. La generalizada escasez y la desbordada inflación, lo son así mismo. El que Venezuela sea un país de presos políticos, de perseguidos políticos, y de exiliados políticos, es una evidencia incontestable de violencia.
Incluso cuando la hegemonía distribuye o reparte algún recurso, lo hace invocando la violencia. Sí, la violencia que se materializa cuando se incita a la división, la confrontación y el odio entre venezolanos. Buscar descalificar al opositor político con la acusación de apátrida es una fórmula de violencia política muy usada y abusada por los viejos totalitarismos, de derecha fascista o izquierda comunista, que en esto se hermanan como mellizos.
La retórica del poder es de una violencia tan ufana como malévola. Pero como las palabras son actos y hechos que configuran la realidad, el proceder del poder también tiene mucho de violencia ufana y malévola. De violencia criminal debe decirse con todas sus letras, ¿o acaso qué son los “colectivos armados” sino mecanismos de violencia político-criminal para amedrentar al pueblo y para darle base para-militar a la hegemonía?
Por todo lo anterior, no debe sorprender que Venezuela se haya transmutado en uno de los países más violentos del mundo. No de la región, no del hemisferio, del mundo. Los más de 25 mil homicidios que se perpetran cada año, y cuya realidad se acompaña de una multiplicación voraz de todo tipo de delitos en contra de las personas y los bienes, tiene por causa o agente principal a la hegemonía que ha venido imperando a lo largo del siglo XXI.
El país no se encuentra en un mar de felicidad sino en una charca de violencia. Es allí donde ya estamos. Es allí donde tratamos de sobrevivir. Por eso es absurdo que los jefes del poder pretendan chantajear a los venezolanos, con la amenaza de que si el oficialismo pierde las elecciones parlamentarias, entonces vendrá la violencia sobre Venezuela. No, no puede venir porque ya está acá y además está por todas partes, y además está por todas partes porque la hegemonía se dedica a producir y esparcir la violencia.
El único camino que tenemos para superar la violencia, para dejarla atrás, para ir recuperando la paz, el diálogo y la conciliación, es que, a su vez, sea superada la hegemonía. Y derrotarla en esos comicios puede ser un paso en esa dirección. No debemos, por tanto, dejarnos intimidar por el chantaje de la violencia. La violencia venezolana no es una eventualidad que pueda ser utilizada para chantajear. No. La violencia es el signo de la vida diaria del conjunto de los venezolanos. Y tenemos que liberarnos de ella, para que el país y su gente puedan salir adelante.