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El centro político brasilero se corre hacia la extrema derecha

Jan Woischnik y Franziska Huebner

Los ganadores indiscutibles de la primera vuelta electoral por la presidencia de Brasil, el pasado 7 de octubre, son Jair Messias Bolsonaro, con el 46,03 % y Fernando Haddad, con el 29,28 %. Debido a que ningún candidato alcanzó la mayoría absoluta, el próximo 28 de octubre el puesto será disputado en una segunda vuelta entre el ultraderechista Bolsonaro, perteneciente al relativamente pequeño Partido Social Liberal (PSL) y Haddad. Este último es considerado el candidato de Lula y un clásico representante del tradicional sistema del PT, después de cuyo mandato de trece años (2003-2016), la política brasilera no solo se vio hundida en el escándalo de corrupción Lava Jato, sino que al mismo tiempo el país vivió la peor crisis económica de su historia. A pesar de haber pasado a la segunda vuelta, Bolsonaro y Haddad son también los candidatos con el mayor nivel de rechazo de la gente, según las encuestas de los últimos meses. Esta circunstancia muestra la enorme polarización del país.

Geraldo Alckmin, el moderado candidato de centroderecha, perteneciente al Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), no alcanzó los votos necesarios para pasar a la segunda vuelta, al igual que los demás candidatos de centro. Esto sacude, en una suerte de terremoto, el paisaje político del país y es una suerte de censura al sistema bipartista que ha existido de hecho durante muchos años. El PSDB, clásico antagonista del Partido de los Trabajadores, no alcanzó por primera vez en 25 años siquiera pasar a la segunda vuelta, ni ganar las elecciones en la primera vuelta. Con menos del 5% de los votos, obtuvo el peor resultado desde su fundación en 1988.

Los votantes dispusieron de una amplia variedad de representantes para elegir, entre los que también se encontraba el actual presidente de la República. A nivel federal, los 147 millones de brasileros con derecho a voto (que además tienen la obligación de votar en caso de tener entre 18 y 70 años), eligieron a los 513 miembros de la Cámara de Diputados y a 54 senadores —dos tercios del Senado—. Aparte, también a nivel federal, se podía elegir a los 26 gobernadores de los diferentes estados y del Distrito Federal de Brasilia. Finalmente, también se eligieron los 1.059 miembros de los Parlamentos estaduales. Para los 1.654 cargos en disputa, los brasileros tuvieron que elegir entre más de 23.000 candidatos en total. La paradoja de esta enorme variedad salta a la vista: después de más cuatro años de crisis debido al monumental escándalo de corrupción Lava Jato, ninguno de los candidatos fue capaz de personificar la renovación necesaria para lograr recuperar la credibilidad en los políticos y, por último, consolidar la democracia más grande de Latinoamérica. Teniendo en cuenta que la confianza de la población en las instituciones políticas ha alcanzado el porcentaje récord más bajo, como en el caso del Congreso con 0,6 % o de los partidos políticos con 0,2 %, una renovación de los cuadros políticos hubiera sido más que positiva. Sin embargo, en las urnas electrónicas abundaron las mismas caras de siempre. Muchos de ellos buscan con su reelección la inmunidad ante los fiscales.

¿Quién será el nuevo presidente y jefe de Estado de Brasil a partir de enero del 2019?

Esta pregunta dominó las elecciones en la percepción pública. A Bolsonaro, con su 46,03%, le siguió a gran distancia Haddad con el 29,28%. Los otros once candidatos prácticamente se hundieron en la insignificancia [1]. Ciro Gomes volvió a perder, con un 12,47%, tras el fracaso en las elecciones de 1998 y 2002, y representó a una izquierda muy fragmentada. El PT permanece siendo, de todas formas, el partido más fuerte dentro de la izquierda. La otrora ministra de Medioambiente Marina Silva (REDE) se candidateó por tercera vez a la presidencia. Después de perder las elecciones en 2010 y 2014, esta vez sus chances parecían ser más altas que nunca. Según las encuestas de principios del verano era la única candidata que podía estar por encima de Bolsonaro en una segunda vuelta; en comparación con esto, su resultado de 1% se presenta como una caída dramática.

Un flojo 4,76% para los candidatos de centro: ¿cómo se puede explicar este resultado históricamente bajo?

Después de años de experiencia en distintos cargos públicos en el Poder Ejecutivo y habiendo sido gobernador del enorme estado federal de San Pablo, Geraldo Alckmin se postuló por segunda vez desde 2006 para la presidencia de Brasil. A pesar de haberse asociado con algunos representantes manifiestamente corruptos del llamado Centrâo, el gran bloque de centroderecha del Congreso cortejado por casi todos los candidatos, Alckmin demostró su capacidad para juntar a distintas fuerzas políticas del fragmentado espectro de partidos brasilero. Esta habilidad será fundamental para el próximo presidente, que de otra manera se verá imposibilitado de gobernar. El triunfo más grande de Alckmin fue el armado de una gran coalición para la campaña electoral, que le permitió tener el 44% del tiempo (más de cinco minutos y medio) de publicidad gratuita en la televisión.

Este tiempo de publicidad gratuita superaba ampliamente el que tenía la coalición para la campaña electoral hecha por el Partido de los Trabajadores (alrededor de dos minutos y medio) y el del actual partido de gobierno MDB (dos minutos). En un país de proporciones continentales (Brasil es 24 veces más grande que Alemania y dos veces más grande que la Unión Europea), la presencia visual en todos los hogares del país garantizó durante décadas un alto grado de popularidad. Y eso, en el quinto país más grande del mundo en superficie, es un factor importante para el éxito electoral.

Sin embargo, en la era de las redes sociales, las cosas han cambiado. Bolsonaro amplió constantemente su liderazgo con tan solo ocho segundos de publicidad gratuita y estuvo ausente de la mayoría de los debates televisivos. Su gran presencia en las redes sociales fue el as bajo la manga, que demostró que Brasil ya no le da tanta importancia a la televisión. Alckmin, a pesar de sus apariciones televisivas, a duras penas lograba llegar a los dos dígitos en los porcentajes de las encuestas.

Cuanto más avanzaba la campaña electoral, más invisible y aburrido se volvía Alckmin a los ojos de los brasileros. Estos comparan al paulista, cuya vida en la desarrollada ciudad de San Pablo es percibida como una realidad muy distinta a la propia, con una insípida verdura llamada chuchu (chayote). El intento final de Alckmin de agrandar informalmente su coalición, que ya constaba de nueve partidos, fracasó porque ni siquiera fue posible haceruna reunión entre los candidatos del centro ampliado. Sumados los porcentajes de un dígito de los candidatos del espectro político burgués, como Henrique Meirelles (PMDB), Marina Silva y João Amôedo (No-vo), podrían haber competido con Haddad. Pero la estrategia de Alckmin basada en atacar al candidato nacionalista de derecha Bolsonaro también demostró ser fatal para su campaña.

Así fue como este último logró ser el único contrincante realmente importante para el PT. Bolsonaro atrajo y ganó no solamente a los votantes tradicionales del PSDB, sino también a aquellos de otros partidos como el PMDB (partido de gobierno hasta fines del 2018), los de Marina Silva del REDE o muchos que siempre estuvieron contra el PT. El llamado voto útil de muchos brasileros hizo que los candidatos de centroderecha tuvieran peores resultados que los que las encuestas predecían.

Los resultados de estas elecciones fueron los peores del PSDB desde su fundación en 1988. Las repercusiones de la fuerte derrota de Alckmin en las relaciones de poder político dentro del partido van a estar estrechamente vinculadas al resultado de João Doria en la segunda vuelta por el puesto de gobernador de la ciudad de San Pablo, tradicionalmente baluarte del PSDB.

Terremoto político en el sistema bipartidario brasilero

Los desastrosos resultados del PSDB en las elecciones marcan el final del sistema bipartidista que se había instalado de hecho desde 1994 en Brasil. En este sistema, el PT y el PSDB eran los dos polos más importantes entre los 28 partidos representados en el Congreso. El MDB, a pesar de ser el partido brasilero con más miembros y al que pertenece Michel Temer, presidente desde la destitución de la expresidenta electa en 2014 Dilma Rousseff (PT), no jugó por primera vez en 25 años ni siquiera un papel secundario en las elecciones. A causa de la alta impopularidad de Temer entre los brasileros, debida en parte a sus reformas durante la crisis económica (poco amigables pero necesarias) y en parte a las acusaciones de corrupción contra él, el MDB en esta primera vuelta electoral del 2018 apenas si llegó a los porcentajes para figurar entre los partidos votados. En los últimos 24 años el MDB, que programáticamente nunca estuvo del todo definido, apoyaba a uno u otro de los polos dentro del Congreso.

La renovación política, tan deseada debido a la corrupción endémica [2] pero finalmente no lograda, combinada con la poca capacidad de los partidos tradicionales para resolver problemas, le abrieron el camino a un populista a la segunda vuelta electoral y llevan a la democracia más grande de Sudamérica a sus límites [3].

La campaña electoral de los extremos

En las próximas tres semanas, dos extremos se disputan los votos de los brasileros. Del lado de la derecha nacionalista se encuentra el evangélico Bolsonaro, que glorifica a los militares y defiende su lema «Brasil sobre todo y Dios sobre todos». El general Mourão, su candidato a vicepresidente (ya conocido por sus polémicos discursos), también ha dado que hablar debido a sus propuestas de cambiar la Constitución sin respetar el proceso democrático necesario en esos casos.

Una característica que distingue a Bolsonaro de los demás es su capacidad de entusiasmar a quienes lo siguen. La única persona que poseía también esta capacidad era Lula, en caso de que su candidatura hubiese sido posible. La forma en la que el otrora militar Bolsonaro logra ganar votos de distintos frentes políticos es mostrando su candidatura como un acto heroico, victimizándose; también teniendo un claro y sencillo discurso, que es reducido y provocativo; y, aparte, escondiendo posiciones extremistas detrás de eufemismos. Al mantener su posición de que la culpa siempre es de otros, logra ganarse la simpatía y aumenta la autoestima de aquellos que se sienten olvidados por la política. Muchos se preguntan qué va a ser de ellos en un mundo globalizado o tienen miedo de que su situación actual empeore. No solo tienen desconfianza en la política y en los partidos políticos, sino también en otras instituciones. Esta sensación de haber sido olvidados es suelo fértil para la estrategia de Bolsonaro: él también se presenta como un outsider, perteneciente a la velha política (política vieja), dando la impresión de que en el pasado fue excluido de la política y, al igual que sus votantes, olvidado por esta. Pero esta teoría se olvida de que Bolsonaro cumple actualmente su séptimo mandato en la Cámara de Diputados.

El candidato evangélico sorprendió a los analistas de las elecciones no solo debido a que su predicha derrota no se cumplió. El hecho de que con el tiempo ganara más votos fue todavía más sorprendente, debido a que el sistema electoral brasilero (que presenta un fragmentado paisaje partidario) beneficia a los partidos políticos grandes frente a los pequeños. Este hecho en 2018 no tuvo ningún tipo de repercusiones en la victoria de un populista del pequeño partido PSL, que hasta el momento no tenía una gran base ni tampoco disponía de muchos recursos financieros o del costoso tiempo de publicidad en la televisión. Después de ser apuñalado en un discurso durante su campaña, Bolsonaro estuvo tres semanas en reposo, y siguió desde allí la fase más importante de la campaña electoral. En mensajes de video se veía muy débil al nacionalista de 63 años, y en su cara se imprimía el agotamiento, a pesar de que lo intentaran disimular con maquillaje. Los votantes de mayor edad comenzaron a encontrar analogías entre el candidato de extrema derecha y Tancredo Neves, quien fue electo presidente de Brasil en 1985. Sin embargo, Neves nunca pudo ocupar su puesto, debido a una úlcera gástrica que le produjo todo tipo de complicaciones y poco tiempo después murió a causa de una sepsis.

El candidato sustituto de Lula: «Haddad es Lula»

La izquierda es representada por Haddad, un candidato tradicionalista del PT, miembro del partido desde 1983. Si bien Haddad fue ministro de Educación (2005-2012) y alcalde de San Pablo (2013-2016), hasta el verano pasado no era demasiado conocido. Fue propuesto para sustituir a Luiz Inácio Lula da Silva, candidato que el PT había elegido y expresidente de Brasil (2003-2010). El Tribunal Superior Electoral vetó la candidatura de Lula, al declararlo no apto para ser electo. La exclusión de su candidatura fue justificada por los jueces a través de la ley llamada Ficha Limpa. A través de esta, un colegio de jueces puede declarar a un candidato no apto para ser electo, por espacio de ocho años, a pesar de que este no hubiera agotado todas las instancias legales.

En el aviso oficial de la candidatura de Haddad se leyó una carta de Lula. El mensaje era claro: el candidato sustituto había sido elegido por Lula personalmente. No se trataba de una elección del partido. Las palabras «por la gracia de Lula» describen perfectamente la situación. Haddad consultaba con frecuencia a su mentor y padrino en la cárcel en Curitiba, al sur de Brasil. Incluso en los carteles publicitarios del candidato aparecía Lula mirándolo sonriente por detrás del hombro, como su marioneta.

Sin duda alguna, Haddad no tiene el poder de Lula para entusiasmar a sus votantes. De todas maneras, el carisma de Lula fue el factor decisivo para que Haddad pudiera alcanzar tantos votos en la primera vuelta. El nombre Lula significa para muchos brasileros un ascenso económico, aunque este haya estado fuertemente ligado al consumo y haya durado poco tiempo. Los programas sociales fomentados por el Estado, como Bolsa Familia y Bolsa Escola, lograron durante el gobierno del PT atención primaria de salud y formación escolar incluso en zonas muy pobres. El hecho de que la distribución de la riqueza a principios del milenio fue posible debido al boom de las materias primas se olvida con frecuencia por aquellos que anhelan viejas épocas. Este anhelo es utilizado por el PT en su lema «Brasil de vuelta feliz». Muchas personas conectan este «Brasil feliz» con Lula, por lo que él supone para ellos el PT en persona. Por eso, en el programa electoral del PT «O Plano Lula de Governo 2019-2022», que tiene 72 páginas, el nombre del expresidente aparece 159 veces.

Con miras al enfrentamiento

Sea quien sea que gane en la segunda vuelta, la renovación política que el país necesita no se encuentra en ninguno de los dos candidatos. Muy por el contrario, el aspecto en común que ambos tienen es su vinculación con el pasado: Jair Bolsonaro embellece la época de la dictadura militar. Según lo que él mismo dice, le gustaría tener a los militares en su gabinete, aunque usando procedimientos democráticos. Sin embargo, el hecho de que su gobierno se desarrollaría de forma autoritaria y vertical no está puesto en duda. Los analistas ven en las palabras de Bolsonaro y su vicepresidente un peligro a corto y largo plazo para la democracia brasilera y sus instituciones. Las empresas e inversores extranjeros guardan la esperanza de que, a corto plazo, el consejero para economía de Bolsonaro logre mantener estable la novena economía más grande del mundo. Se trata de un Chicago boy llamado Paulo Guedes, caracterizado por su línea ultraliberal. De hecho, pocos días antes de las elecciones se pudo observar una pequeña mejoría del índice fundamental de la bolsa brasilera (Bovespa). Lo mismo ocurrió con el real, que aumentó un poco, después de encontrarse en una situación bastante precaria desde principios de año. Estos desarrollos se dieron de forma paralela con el aumento del porcentaje de los votos de Bolsonaro, ya al final de la campaña [4].

La marioneta de Lula, Fernando Haddad, promete volver a un Brasil feliz. Con esto se refiere, como ya se dijo, a los años del boom de las materias primas. Apela entonces a los recuerdos de millones de brasileros que, bajo el gobierno de Lula, experimentaron un gran ascenso económico. Lo que el PT no da es la respuesta a la pregunta sobre cómo mantener esos programas sociales después del boom, poco tiempo después de una crisis económica y con un alto déficit presupuestario. A pesar de todo esto, las políticas económicas tendrían fuertes intervenciones estatales.

En otras palabras, los brasileros deben elegir dentro de tres semanas entre un populista, al que los analistas le adjudican tendencias antidemocráticas; y Haddad, una marioneta, al que Lula aconsejaría y probablemente mandaría desde la cárcel, y bajo el cual el intervencionismo estatal brasilero volvería a florecer. Si los votantes brasileros fueran Odiseo, tendrían que probablemente elegir en estos tiempos revueltos para la democracia entre Escila y Caribdis. Por lo tanto, no es sorprendente que desde hace meses tanto Bolsonaro como Haddad sean los dos candidatos que producen el mayor rechazo en la población. En muchos sondeos de ayer, el instituto de estadísticas Datafolha llegó a la conclusión de que Haddad es el único candidato que no derrotaría a Bolsonaro en una segunda vuelta. Esto demuestra que, a pesar de temer por la estabilidad de la democracia, muchos brasileros del ámbito burgués prefieren votar a Bolsonaro que a un candidato del PT. Después de trece años gobernados por el Partido de los Trabajadores, los brasileros viven la recesión más grande de la historia del país y se ven rodeados por varias redes de corrupción, que han logrado que la población pierda todo tipo de confianza en las instituciones. Por eso, para muchos votantes del ámbito burgués, votar a un candidato del PT no es una opción.

El candidato de izquierda Ciro Gomes se mostró contradictorio en las últimas semanas con respecto a su apoyo al candidato del PT. Ahora queda esperar para saber a qué candidato apoyará la coalición de Geraldo Alckmin y a cuál el MDB, que tiene redes en todo el país. Es posible pensar que todos los partidos de la Centrão se unan para apoyar a uno de los candidatos. También es posible, sin embargo, que la gran coalición se muestre neutral o se separe y se vuelva a unir de manera diferente. Las alianzas en Brasil suelen ser temporales y se caracterizan más por su poder político que por sus convicciones ideológicas o programáticas. Por el momento queda abierta la pregunta sobre quién será elegido presidente de Brasil el próximo 28 de octubre.

 

Traducción: Sofía Cerrillo y Manfred Steffen, de la oficina Montevideo de la Fundación Konrad Adenauer.

Diálogo Político – Fundación Konrad Adenauer Uruguay

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