El carnaval argentino del Negro Jimmy
“El secreto para arreglárselas es mantener a los cinco tipos que
te odian lejos de los cinco que todavía no se han decidido”.
Casey Stengel
Hugo Moyano ha puesto a prueba ese consejo desde hace mucho tiempo pero ha llegado el momento en que no ha podido evitar que los diez se hayan encontrado, y los últimos cinco ya se han decidido. Inspirado en la vida de Jimmy Hoffa, salió a conquistar el planeta sindical a costa de pisar el terreno de sus muchos pares, y logró reunir un enorme poder político, mientras hacía crecer su inconmensurable fortuna personal.
Ya acorralado por la Justicia, y con pavor por los vientos que amenazan terminar con él y su íntimo entorno social y familiar en la cárcel, ha resuelto enfrentar a la sociedad entera y repetir aquí la praxis de los camioneros que, con huelgas y bloqueos de rutas, sumieron a Brasil en un caos por la falta de combustibles, dinero, medicamentos, insumos industriales y alimentos, y obligaron a Michel Temer a ceder a todas sus pretensiones.
Pero las diferencias entre ambos escenarios son abismales. El Presidente de nuestro vecino raya el cero en imagen positiva y, además, está sumamente debilitado en su poder por el inminente proceso electoral, de dificilísimo pronóstico, en el que el rechazo a toda la clase política ha alcanzado cotas hasta hace poco inimaginables y las huelgas policiales han obligado a Brasília a enviar a los militares a las ciudades, asoladas por las guerras entre los narcotraficantes; el jueves último, ese terrible escenario se presentó súbitamente en el Estado de Minas Geraes con quemas generalizadas de ómnibus y ataques a edificios gubernamentales.
Ahora que todos sus congéneres no kirchneristas lo han abandonado, y sólo le quedan los propios camioneros, los “trabajadores de la educación” de Roberto Baradel, los bancarios de Sergio Palazzo, y las variadas formas de la izquierda trotskista, si nuestro Hoffa criollo intentara concretar sus amenazas, se encontraría con un Mauricio Macri más fuerte, respaldado en sus peores momentos por un cuarenta por ciento de la sociedad, y con gobernadores de la talla de María Eugenia Vidal, a los que no le resultará fácil arrancarles concesiones, en especial aquéllas que más preocupan a Hugo Moyano, es decir, las que más amenazan su libertad y su patrimonio.
Tampoco están dispuestos a inmolarse en esa extraña hoguera los líderes de las diferentes tribus peronistas, ni los mandatarios que ejercen el poder local con esa sigla, que pretenden enfrentar al oficialismo en las urnas el año próximo. Tienen la más absoluta certeza de lo letal que resultaría para sus propias ambiciones políticas aparecer en una foto con todo el arco destituyente y, menos aún, cuando las razones de la convocatoria resultan tan bastardas y personales.
Esta guerra recién comienza, y sólo la ganará la sociedad si ésta se muestra dispuesta a pagar todos los costos que, en materia de enormes complicaciones en la vida cotidiana, la conflagración implicará. Esta semana, el enemigo hasta se disfrazó de dueño de camiones para justificar sus bloqueos, pero la coincidencia con Moyano fue tal que resultó imposible creer en una mera casualidad. Por eso, si dejamos que el Gobierno, con sus tropas al mando de Patricia Bullrich, luche solo contra la mafia, ésta habrá ganado antes de empezar el combate, y Argentina entera se habrá despeñado a un abismo insondable.
Porque, enfrente, tenemos a lo peor de nuestro país, como lo demuestran las ya incontables investigaciones judiciales que avanzan, a paso redoblado, sobre el Negro cacique y sus adláteres más conspicuos; los delitos cometidos por ellos son innumerables: lavado de dinero, tráfico de drogas, extorsión, asesinatos, coerción, cohecho, amenazas, lesiones graves, abuso de armas, atentado contra las instituciones democráticas, etc., o sea, todo el Código Penal.
En ese universo, ¿alguien puede dudar que el apoyo que recibe Moyano de Hebe de Bonafini y sus Madres truchas se debe al progreso de la causa “Sueños Compartidos”? ¿No fue acaso desesperación lo que se traslució en su alucinada alocución del jueves en Plaza de Mayo, cuando volvió a reclamar el golpe de Estado contra Macri, mientras llamaba a una huelga general de cuarenta y ocho horas?
El acuerdo firmado con el FMI, sumado al fortísimo respaldo internacional que recibió su gestión, significará un sideral alivio para el Gobierno; los oscuros nubarrones se estaban acumulando sobre el cielo patrio: al aumento de las tasas de interés en Estados Unidos y a la sequía que afectó a gran parte de nuestro mejor territorio produciendo una importantísima merma en nuestras cosechas, se le sumaron repentinamente la crisis de Brasil, nuestro mayor socio comercial, y el descrédito mundial que produjo la sanción de la absurda ley de la retracción de las tarifas de los servicios, sancionada por el H° Aguantadero y vetada por Macri, que llevó a los grandes operadores a temer el regreso del populismo a la Argentina.
El eterno escorpión del PJ volvió a mostrar su naturaleza entonces cuando, los legisladores de casi todo su camaleónico arco, a sabiendas que sus votos favorables al adefesio beneficiaban sólo a los habitantes de la Capital y el Conurbano en desmedro de quienes viven en las provincias que representan, no dudaron a la hora de levantar la afirmativa mano; se buscaba que fuera únicamente Macri quien pagara el costo político de un veto por el cual todos rogaban.
Pero ese acuerdo con el FMI también expresa a las claras el fracaso del extremo gradualismo con que se intentó salir de la gravísima crisis –no percibida- que dejó Cristina Elizabet Fernández con dolo, premeditación y alevosía, un ocultamiento que el Gobierno convalidó en nombre de una actitud “políticamente correcta”. Esta forma de ejercer el poder, tratar de quedar bien con el inconquistable enemigo, también colapsó en estos días, como lo demostraron los diferentes piquetes, siempre financiados a través de quienes mediatizan, por tolerancia gubernamental, los subsidios y planes sociales; mientras tanto, las bases electorales de Cambiemos sufren diariamente sus efectos y, claro, se quejan del enorme gasto público, tan mal aplicado.
En esta guerra que ya ha comenzado, y cuyas batallas costarán sangre, sudor y lágrimas, tendremos que decidir de qué lado estamos o, mejor aún, que privilegiamos los argentinos: ¿volveremos a optar por el presente a costa del futuro?; si lo hacemos, ¿de dónde obtendremos los fondos necesarios que necesitamos para seguir dilapidando? Nuestros capitanes de la industria nacional, ¿seguirán reclamando cazar en el zoológico y pescar en la bañadera?. Nuestros comerciantes, ¿seguirán intentando esconder su vocación por el maximizado lucro inmediato detrás de argumentos infantiles?
Todas ellas son preguntas importantes pero, con seguridad, la más seria es: ¿habrá comprendido el Gobierno que resulta inútil intentar cooptar al enemigo, a costa de sacrificar el apoyo del amigo? Esa es, hoy también, la cuestión.
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