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El becerro de oro

En su más reciente escrito, Asdrúbal Romero —ex rector de la UC, pensador de alto vuelo y apreciado amigo— se pregunta: “¿Será que nos encontramos en medio de una guerra de la cual no hemos tomado conciencia ni cuándo ni cómo comenzó?  ¿Cuándo mutó de ‘Revolución’ a guerra?”.  La respuesta que primero se nos viene a la mente es la más simple pero que no es la más completa: fue cuando la irresponsabilidad de un presidente analfabeto, rodeado de un gabinete, mitad inepto, mitad ladrón, aceptó otra recomendación cubana más y la puso de moda mediante una de sus muy seguidas y agobiantes cadenas televisivas.  Según esa conseja, aquí estamos sufriendo una “guerra económica”.  Lo cual tiene visos de verdad, pero no por las razones que alude: un supuesto complot entre la CIA, los capitalistas, los judíos y los traidores pitiyanquis criollos para acabar con eso que los rojos llaman “revolución”.  Se debe, más bien, a la confluencia en labores de gobierno de unos cuantos fanáticos añorantes de la Unión Soviética que no quieren reconocer el fracaso de las medidas impuestas a sangre y fuego por el socialismo real, con una cuerda de avivatos, ávidos de dinero, que se ponen chemises rojas, pero de buenas marcas para hacer creer que ellos también se desviven por el padrecito Stalin y el momificado Fidel.  Pero, no; lo de ellos es entrarle a saco al erario.

En fin, son gente que, si supieran de ópera y de francés se la pasaran cantando el rondó del “Fausto” de Gounod que comienza: “Veau d’or est toujours debout! / On encense sa puissance, du bout du monde a l’autre bout! / Pour fêter l’infame idole, rois et peuples confondus, au brut sombre des écus, dansent una ronde folle; / autour de son piédestal, Et Satan conduit le bal!”  (¡El becerro de oro todavía vive! / Inciensa su poder desde el fin del mundo hasta su otro extremo! / Para celebrar a ese ídolo infame, reyes y pueblos por igual, a la tosca sombra del dinero bailan una tonta danza. / ¡Y desde lo alto de su pedestal, Satanás dirige el baile!).  Adoran a esa efigie, mezcla de fetiche y talismán, porque creen que además de hacerlos supermillonarios los ha de inmunizar contra todo, inclusive la justicia; que podrán, impunemente, seguir ordeñando de por vida a la res pública.  Que no les entrará ni coquito.

Los pocos teóricos leninistas que creen que acabando con las empresas que la iniciativa privada levantó, procediendo en coyunda con los muchos inescrupulosos que los rodean y que son capaces de robarse hasta un hueco son los que —unos y otros actuando desde el gobierno o desde el partido— tienen quebrada a Venezuela.  Lo más triste es que operan contando con la complicidad de una nueva oligarquía surgida en razón de los jugosos contratos y las muníficas comisiones que los logran; personas muy jóvenes y hasta de familias respetables (hasta que aparecieron estos) que, más bien, debieran actuar como frenos morales.  Pero parece que las clases en colegios y universidades caros, el ejemplo de sus mayores, ni lo ilustre de sus estirpes les importan; lo de ellos es el dinero rápido.  Esos son los que en verdad han declarado una guerra contra todos los demás venezolanos; los que nos tienen haciendo interminables colas para todo, hasta para comprar un pan; los que se hacen los locos ante tanto muchachito que se muere de hambre —o que, si no fallece, será un enteco mental y físico que condicionará el avance del país.  Cercenar el futuro nacional, eso sí que es traición a la patria.  Y es lo que están logrando con esa rara mezcla de gran habilidad para el pillaje pero gruesa incompetencia para los asuntos oficiales.

El país entero ya tiene claro que la solución a sus muchos problemas pasa por el cambio de la filosofía de gobierno, por la corrección del modelo económico, por el adecentamiento de la política; y que eso implica, de necesidad, el relevo de los actuales “gobernantes”.  Sabe que todas las iniciativas asomadas y puestas en funcionamiento por la alternativa democrática desde la Asamblea Legislativa conducen hacia ese desenlace; que unas son más o menos traumáticas, más o menos rápidas, pero que todas son eficientes para lograr su cometido a pesar de las acciones retardatrices que intenta el régimen desde diferentes escenarios, pero con preminencia del Tribunal Supremo (con prescindencia de “Justicia”, porque los magistrados express no saben lo que es eso).

Por eso, ante el fulano decreto de estado de excepción, ante las intimidaciones de emplear las fuerzas militares, de “atribuir funciones de vigilancia (…) a los CLAP (…) y demás organizaciones de base” (léase, “sus bandas armadas”), la nación, como un todo, debiera gritar las últimas frases que canta Margarita en la ópera ya mencionada: “Pourquoi ce regard menaçant? / Pourquoi ces mains rouges de sang? / Va! Tu me fais horreur! (¿Por qué esa mirada amenazante? / ¿Por qué esas manos rojas de sangre? / ¡Márchese, usted me hace horrorizar!)  Y mientras más pronto se vayan (o los vayan), mejor…

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