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¿Ejercicio político de craso enredo?

Cualquier problema que de cuenta de la maraña que caracteriza, la gestión de gobierno en todo sistema político de apego vertical, como es el caso Venezuela, podría analizarse desde la óptica del ejercicio político. 

Los especialistas en “desarrollo político”, saben que para tener éxito, las ofertas políticas deben inducir valor en las personas y en las instituciones. De lograrlo a través de las propuestas expuestas, habría que crear nuevas necesidades de comunicación y amparo que puedan servir a las personas para inyectar la confianza necesaria en lo prometido. He ahí el dilema de la cual muchas realidades no pueden escapar. Por razones que, incluso, algunas lucen contradictorias.

No sería de dudar que el desorden político que tiene al mundo “contrariado”, fue formulado con la intención de generar valor en presuntos y manidos “idearios políticos”. Que rayan en lo que cabe bajo la “insurrección institucional”. Sus fanáticos y seguidores quienes, en medio de tan específicas realidades, no son más que infelices repetidores de oficio o burdos operadores políticos, pecan de intrusos, oportunistas, codiciosos o estafadores. No son más que tristes analfabetas políticos o vulgares eunucos políticos. 

La historia es fiel testigo de episodios a este respecto. Siempre se ha buscado “explotar» la relación social sobre la cual se arraiga la subsistencia del “hombre político”. Se ha explotado el hecho de hacer pensar que el hombre es una especie animal. Con una elevada necesidad social, cuya supervivencia depende de la capacidad propia de mantenerse afianzado a una compenetración “madura”. A pesar que esta compenetración sólo puede alcanzarse sólo mediante relaciones interpersonales cercanas. Y desde luego, apoyada en un sentido profundo de pertenencia a la sociedad. Aunque muchas veces dicho sentido resulta manipulado por intereses foráneos.

Actitudes de esta naturaleza, son capaces de provocar fuertes reacciones populares que claman por exigencias que exceden los límites de la moralidad y la ética social. Pero también, que incitan la ejecución de desquicios pretendidos mediante una cruda violencia emprendida contra el orden social y económico establecido. 

No obstante pudiera pensarse que no todo lo que pareciera asechar al mundo político y económico, disfrazándose de algo novedoso y atractivo, sería necesaria y definitivamente malo. Desde luego, visto con un profundo apego optimista. Aún así, debería reconocerse que las actuales y conmocionadas realidades, que hablan de un “nuevo orden social”, pareciera que han buscado impulsar una relativa integración entre naciones de regímenes políticos democráticos. 

Aunque por otra parte, sería absurdo suponer –de manera indefectible- que el mundo se sumirá en un perverso estancamiento económico que incite más revuelos políticos que los que actualmente hostigan el discurrir mundial. Pero no cabe negar la preocupación en torno a una mayor descomposición que se ha generado por todo el planeta.

Esta consideración debe entenderse como un argumento defensivo en caso de que el mundo se vea sometido por las ínfulas de quienes presumen ser artificiosos manejadores de las teorías del cambio. Sin embargo, con base en tan forjada presunción, promovida por ostentosos “filántropos”, se pretende la aplicación de medidas radicales que tienden a torcer la ruta de un desarrollo autónomo y crecimiento nacional e internacional. 

Para ello, los caníbales de la política, soportan sus planes en vastos capitales con los que podrían comprarse dignidades. Y vaciar de valores a muchos sedientos de poder. Así como extinguir honestidades. Y ajustar actitudes a instancia de oscuros planes. Es el camino (ojalá nunca se alcance ni permita) que podría llevar el planeta a vivir en franca desorganización que puede ser aprovechada por quienes podrían prestarse a profundizar las crisis y emergencias que podrían afectar al mundo. O acaso todo esto es el reflejo de un ¿ejercicio político de craso enredo?

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