Educación, herramienta para el cambio
Se calcula que el 50% de las actividades laborales existentes hoy serán desplazadas por otras formas de relación laboral basadas en la automatización, robótica, inteligencia artificial y otras, en el marco de la 5ª Revolución Industrial de este siglo XXI. Es decir, un cambio masivo en las necesidades de la fuerza laboral del futuro, ante lo cual muchos países no están reaccionando con la rapidez necesaria para actualizar sus sistemas educativos, indispensables para prepararse hoy en el mundo del mañana.
Ante ese panorama ¿los venezolanos en el país, en particular los niños y jóvenes de hoy, están en condiciones de sumarse como comensales al festín de los países desarrollados? Veamos.
Datos recientes, provenientes de la Escuela de Educación de la Universidad Católica Andrés Bello (Programa Secel, UCAB), del Diagnóstico Educativo de Venezuela, o de FundaRedes, por citar unos pocos, ratifican una vez más la pobre educación que actualmente reciben nuestros niños, producto de un deterioro continuado a lo largo de décadas, particularmente en las últimas dos.
Según esas instituciones, los alumnos del sistema educativo venezolano carecen de conocimientos necesarios en matemáticas (desarrollo del pensamiento lógico expresado en la resolución de problemas, modelaje y representaciones del entorno) y habilidad verbal (comprensión lectora, habilidades gramaticales, ortografía y redacción), por lo que su nivel de competencias en estas áreas se deteriora a medida que avanzan en bachillerato, más en alumnos de escuelas públicas que privadas.
Las cifras respaldan tales aseveraciones: más de 16 mil pruebas en 17 estados y Caracas arrojan como resultado casi 70% de estudiantes reprobados en matemáticas. La calificación promedio obtenida por alumnos de 6º grado de primaria a 5º año de bachillerato en instituciones privadas fue de 9,80 puntos (escala de 1 a 20; mínimo aprobatorio, 10), mientras en las públicas fue de 7,87.
En habilidad verbal, la realidad fue igualmente grave: 61% de los alumnos reprobó. La nota promedio fue de 10,48 y 8,20 en estudiantes de colegios privados y públicos, respectivamente, una muestra de que la condición socioeconómica arrastra hacia abajo a quien menos tiene.
Abundando en cifras, el Diagnóstico Educativo de Venezuela nos plantea que en 2021 la población estudiantil de primaria y bachillerato fue de 6,5 millones versus los 7,7 millones inscritos en 2018, es decir, 1,2 millones de niños y adolescentes fueron excluidos del sistema educativo, unos porque emigraron y otros, por falta de condiciones para asistir a los planteles, dada la emergencia humanitaria compleja en la que vivimos desde 2016.
A esto se añade el cuadro docente: en 2021 la plantilla total alcanzó 502 mil maestros, es decir, 197 mil profesores menos (-28%) que los 699 mil que trabajaban en las escuelas y liceos del país en 2018, de los cuales, poco más de 40% emigró, entre otras razones por huir de un salario docente por debajo del umbral de la pobreza. A falta de suplentes, a veces los cargos vacantes han sido cubiertos de manera improvisada por personas no preparadas para la función docente.
El artículo 102 de la Constitución establece que la educación es un derecho humano, obligatorio, asumido indeclinablemente por el Estado. Y el artículo 104 destaca la cualidad moral e idónea que debe tener el docente, a la vez que promete un régimen de trabajo y nivel de vida acorde con su elevada misión.
Nada de eso se cumple. Olga Ramos, destacada integrante de la Asamblea de Educación, cuya partida reciente ha dejado un vacío difícil de llenar, nos decía: «Estamos con una educación fallida en un Estado fallido. Las gobernaciones y las alcaldías no tienen presupuesto ni el ministerio de educación tampoco».
En un duro cuestionamiento, HumVenezuela (plataforma independiente desarrollada por la sociedad civil venezolana para el monitoreo, documentación y seguimiento de la emergencia humanitaria compleja) plantea que «en el sistema escolar venezolano se desvirtuó el derecho humano a desarrollar los potenciales creativos y el sentido de su dignidad en la sociedad democrática. La educación dejó de ser instrumento para construir las capacidades científicas, humanísticas y tecnológicas al servicio de la sociedad».
En uno de sus tuits, Olga nos invitaba a «trabajar por un país en el que no exista motivo para que un niño deje de ir a la escuela y con docentes altamente calificados e innovadores, que tengan la calidad de vida que su labor amerita, que sean evaluados permanentemente y en el que el maestro sea un modelo a seguir». Será tarea nuestra honrar ese cometido. Otros países lo han hecho. ¿Por qué no nosotros?