Don Quijote: comedia y tragedia de lo humano
(Dedico este artículo a la memoria de mi entrañable amigo Roberto Dubuc, fallecido en Caracas el 11 de abril de 2016).
Conmemoramos este año otro centenario cervantino. Es momento propicio para retomar el Quijote y deleitarse con su honda y conmovedora sabiduría. Se han escrito incontables estudios sobre el Quijote y pareciera que todo ha sido dicho sobre esa extraordinaria obra de la literatura española y universal; sin embargo, cada lector tiene el derecho a realizar su propia interpretación del impacto del libro en su espíritu.
El Quijote es una especie de síntesis o compendio, maravillosamente logrado, de la comedia y la tragedia que se esconden y a la vez se expresan en la existencia humana. Ello se percibe en innumerables ejemplos a través del libro. Para mencionar uno especialmente elocuente, el famoso capítulo XXV de la Segunda Parte, en el que se relata el episodio del “rebuzno”, pone de manifiesto, a la vez, un desternillante humor y una conciencia trágica de nuestras fallas y limitaciones morales. En esas pocas páginas Cervantes nos hace reír y a la vez nos indica que los seres humanos somos capaces de enemistarnos y pelearnos, hasta llegar a la violencia, prácticamente por cualquier motivo.
El Quijote está lleno de momentos similares, y se corre el peligro de privilegiar sólo un aspecto en detrimento del otro, de destacar en exceso la tragedia y menoscabar la comedia o viceversa. Este tipo de evaluación unilateral se presenta, me parece, en el caso de Vladimir Nabokov, el lúcido autor de Lolita, quien en las interesantes lecciones que impartió y luego publicó sobre el Quijote argumenta que el libro es una especie de “enciclopedia de la crueldad”. Ello es correcto, en cierta medida. A lo largo de la obra asistimos a un incesante cúmulo de porrazos, palizas, agravios, patadas, tundas y garrotazos que son asestados e infligidos a granel, bien sea sobre el desventurado Don Quijote o sobre su inseparable escudero, el insuperablemente fiel Sancho Panza. A los golpes y vapuleos se suman las burlas y humillaciones de las que son víctimas con inusitada frecuencia los dos inmortales personajes, cuyo distanciamiento frente a la realidad “normal”, y su simpático y al mismo tiempo irritante desprendimiento de todo lazo con el mundo que al resto de los mortales luce obvio, les convierte en objetos sobresalientes para el ejercicio de la mofa, la broma, el chiste y también el escarnio y el menosprecio. En múltiples pasajes Cervantes dibuja la maldad recóndita que en ocasiones surge de zonas oscuras del alma, una maldad que repudia todo lo que ofende nuestro sentido de estabilidad, y que rechaza todo aquello que pone en duda nuestro universo de cómodas certidumbres.
Creo que la interpretación de Nabokov se queda corta, pues su visión del Quijote destaca sólo una parte del libro en detrimento de otra igualmente importante. En esa novela infinita también brotan a borbotones la bondad y el humor, así como la solidaridad y la lealtad. De allí que leer el Quijote con la calma, la devoción y la dedicación que la obra exige y amerita, constituye una experiencia excepcional. Por un lado, uno no quiere que el libro concluya; por la otra, cuando llega a su final resulta imposible no experimentar una emoción profunda, y casi llegar a las lágrimas ante la “derrota” del Caballero Andante, quien postrado en su lecho de muerte reniega de sus aventuras, pero lo hace enfrentado a las solicitudes de Sancho para que no abandone su idealismo, así como a los ruegos de otros personajes, de los presuntamente “cuerdos”, para que siga siendo el “loco” de costumbre.
He tenido la suerte de toparme con dos estudios acerca de la obra que me parecen notables, por su profundidad analítica y empatía emocional. Me refiero, por una parte, al brillante libro del filósofo marxista húngaro Georg Lukács, titulado Teoría de la novela, así como, por otra parte, al no menos relevante artículo del sociólogo austríaco Alfred Schultz, sobre Don Quijote y el problema de la realidad.
El estudio de Lukács (en el que se discuten además otras obras), explica con lucidez que la novela –y el Quijote es un clásico del género– es un género literario que corresponde a un tiempo sin armonía, un tiempo fragmentado, en el que el individuo confronta un mundo progresivamente vacío de contenidos y carente de coordenadas firmes, y tiende entonces a inventar un universo paralelo, a escapar de la realidad y a privilegiar su fantasía. En ese orden de ideas, el alma del Quijote desborda las estrecheces de un entorno que le limita y con respecto al cual guarda una distancia creciente. El Quijote, dicho en otras palabras, es un alma grande enfrentada a un mundo pequeño e insatisfactorio. Y ciertamente, la España en la que Cervantes escribe y donde sitúa a sus héroes (pues Sancho también lo es, a su manera), era una nación en decadencia, en la que enderezar entuertos resultaba una muy digna ocupación, así fuese combatiendo molinos de viento.
El estudio de Schultz, de su lado, es una cautivante exploración psicológica y sociológica acerca de los “universos paralelos” (concepto inicialmente articulado por William James), que están presentes en el Quijote. Schultz analiza la obra desde la perspectiva de diversos planos de la realidad en los que tiene lugar la acción, y de la maestría artística de Cervantes al manejar los niveles contrastantes que coexisten en el libro, pero sin forzar las cosas. Cervantes preserva un fino equilibrio en el que los dos personajes centrales, y las docenas de personajes secundarios, realizan sus acrobacias mentales y prácticas sumidos en un torbellino de equívocos y confusión, que no obstante permiten al lector asimilarles sin que se pierda la credibilidad del libro y de sus diversos ámbitos y secciones.
He mencionado estos estudios sobre el Quijote pues considero que ayudan al lector interesado a profundizar aún más en una obra que, como observé anteriormente, contiene un inimitable compendio de sabiduría sobre lo humano, acerca de la comedia, el absurdo y la tragedia que forman parte de nuestra condición.
Ahora bien, es indispensable sumar a los trabajos de Lukács y Schultz la extraordinaria Guía para el lector del Quijote, del gran historiador español Salvador de Madariaga, un libro sencillamente estupendo, que con genuino afecto y sutil penetración psicológica nos patentiza cómo el Quijote y Sancho empiezan a parecerse a lo largo de la obra, a compenetrarse y hasta intercambiar papeles, pero sin que ello ocurra con innecesaria brusquedad, sino a través de una dinámica caracterizada por la gracia y la agudeza cervantinas –quizás sus más grandes virtudes como escritor.
Don Quijote, obra cumbre de nuestra lengua española, es el más acabado testimonio de ese tesoro invalorable que hemos heredado, de ese idioma tan lleno de riqueza, de flexibilidad y de fuerza expresiva. Se trata de un legado y un instrumento cuyo verdadero valor, posiblemente, aún no alcanzamos del todo a comprender.
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