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Diploma en letras de opresión

Las realidades son casi siempre complicadas. Más, cuando sus implicaciones se zarandean mediante coladores especiales pues hilados con palabras. Particularmente, palabras que remiten a motivaciones arregladas por la imposición  de oscuros intereses. Todos, representativos de la política minúscula. 

Por ejemplo. hay palabras asociadas a la violencia. Por tan extraña razón, se disfrazan de interpretaciones alejadas de su esencia semántica y sentido dialéctico. Por lo tanto, buscan engañar no sólo a través de la escritura. También de la oralidad. 

Tan comprometida situación, corre los mismos riesgos que ocurren cuando palabras así se mueven sobre los terrenos de la política. Incluso, el problema suscitado es mucho más azaroso. Sobre todo, cuando en el ejercicio de esa política minúscula o subalterna, se advierte el grado de dominación que tiene sobre la gran política. Y es ahí, cuando los problemas referidos a cuestiones políticas domésticas, de índole interno, pasan a ser fútiles  objetivos de gobierno. Mientras tanto, y contrario al “deber ser” gubernamental, se van acumulando y agravando problemas terminales del sistema social que son los más insidiosos y de mayor pesaje. 

En medio de esa situación, las crisis se fortalecen. Peor aún, sin posibilidad alguna de ser controladas en términos del tiempo y de las capacidades gubernamentales. Es, exactamente, el ambiente en el que se exaspera, de forma grosera, la corrupción. Al mismo tiempo, se potencia la adulación como mecanismo de reacomodo de posturas que resultan convenientes al hecho de ver cómo son justificados los caprichos, necedades y voluntades de funcionarios embelesados por el poder. 

Es lo que está ocurriendo en Venezuela. Particularmente, toda vez que los dirigentes políticos y politiqueros de oficio, viven atrapados en la maraña de confundidas prácticas administrativas que caracteriza el ámbito ocupado por rivalidades, avaricias y aspiraciones de aferrarse más al poder político. 

El fondo del problema

En tan complicado tinglado de manipulaciones y confrontaciones, cualquier excusa vale. Pero especialmente, para afianzar posturas envueltas en alabanzas de dudosa franqueza. Y justo, en medio de eventos de tan frenética naturaleza emocional, fuera de toda ética y moralidad, fue el que aconteció cuando un impugnado personaje del régimen, sin los méritos académicos necesarios y suficientes, fuera investido con un diploma del quinto nivel de educación superior, pero escrito con fustigantes letras rojas de represión. Sin que ningún proceso de enseñanza-aprendizaje lo respaldara. Parecía, cual cartón sin fondo.

La institución universitaria que en tan mal momento se prestó a tan imbécil y ridícula jugada, se retrató como una universidad de galpón, cuya desvergüenza institucional ensombreció el concepto de Universidad del cual llegó a preciarse.

Conceder, mediante interposición de intereses contradictorios, un doctorado Honoris Causa a un tramado y conspirativo personaje que tanto perjuicio ha ocasionado al sistema político democrático venezolano, a su desarrollo económico, social y educacional, constituyó una cruda afrenta a la tarea de buscar la verdad y afianzar los valores trascendentales del hombre, como lo enuncia la Ley de Universidades en su primer artículo. Fue una obtusa decisión que no tiene nombre ni razón.

No hay duda de que alrededor de semejante acto de desvergüenza institucional e indecencia de quienes dicen ser autoridades universitarias de la objetada universidad, se obviaron principios que exaltan el compromiso de toda universidad que se precie de su condición. Fue un hecho inaudito por cuanto se hizo a espaldas del carácter académico que debe arrogarse la universidad toda vez que, según la Ley de Universidades, ha de asumir la rectoría en las humanidades, la educación, las artes, las ciencias y las tecnologías. 

Y el hecho alcahueteado por esa “casa de estudios”, reveló un cobarde acto de traición al desarrollo y progreso que necesita Venezuela. Ahora más que nunca.

Sin embargo, cabe reconocer que tan bochornoso evento no debe sorprender a nadie. Es una circunstancia propia de nebulosas realidades que ensombrecen cualquier día del discurrir de  toda dictadura. O de una tiranía, donde el terror marca la cotidianidad aterradora, la tensa y amarga rutina que sofoca el sistema político que pautan las libertades y los derechos humanos.

En lo sucesivo, no asombraría que la impugnada “universidad de galpón”, siga regalando diplomas de “cartón sin fondo” a funcionarios opresores y usurpadores. Pero especialmente, poseedores de un extenso prontuario policial con cuyo diploma se dispondrían, solapadamente, a “ganar indulgencia con escapulario ajeno”. Es decir, de ganar el espacio necesario que la corrupción, la extorsión, el chantaje y el soborno brinda a aquellos acólitos cuya lealtad es un “chorro de babas”, que sólo funciona como certificado de origen para probar la catadura de su ignorancia, su desvergüenza y su calaña de fascista, cicatero y sectario. De egoísta, resentido e insolente. De oportunista, servil y solapado. De envidioso, abusador, esquirol y timador. 

Es el perfil genérico de quienes aspiran a abultar su breviario curricular como firmes candidatos a ser reconocidos con algún diploma de doctorado. Pero, como el que recién fue otorgado. O sea, deslucido en su contenido, ya que en lo específico es un prosaico papel manchado de sangre venezolana y curtido del dolor de muchos. Es un diploma en letras de opresión.

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