Dios ilumine a los venezolanos
La ingobernabilidad que está imponiéndose en Venezuela augura momentos complejos. Luce cada vez más difícil que el actual régimen pueda mantener por mucho tiempo el control de la situación y, sí lo hace, será profundizando su actitud agresiva hacia una oposición que ya perdió el miedo a manifestar. La violación de DDHH se irá agravando a manos de un sector que, sabiéndose minoría, percibe que no tiene hacia dónde correr. Siendo ese el caso, posiblemente algunos de sus más radicales miembros opten por llegar hasta el final -como dice el dicho- «con las botas puestas». Tal actitud terminaría por ahondar las diferencias con otros miembros del mismo bando que no están dispuestos a incurrir en la barbarie que se requeriría para mantenerse en el poder «a toda costa».
Tres de las cuatro fuerzas siguen apegada al criterio de que «a los manifestantes ni con el pétalo de una rosa»; sin embargo, desde las más altas esferas surgen anuncios de que se van a armar centenares de miles de milicianos para enfrentar a esos manifestantes.
Francamente dudo que tales anuncios sean acogidos con indiferencia por los componentes institucionalistas de las Fuerzas Armadas. Estamos pues frente a un escenario de grandes riesgos, incluso el de la posibilidad de que surjan diferencias irreconciliables entre ellos.
Veamos pues: ingobernabilidad, ilegitimidad, inflación, contracción económica, desempleo, crisis humanitaria, son todos términos de una ecuación que pueden conducir al país a una situación de incontrolable violencia. A ello hay que agregar el tema de una comunidad internacional que cada vez manifiesta mayor preocupación por el deterioro institucional del país.
Quizá llegó la hora de que la sociedad procure salidas civilizadas. Ciertamente esas salidas pasan por un cambio de gobierno; pero un cambio de gobierno, por sí solo, no garantiza que se recupere la estabilidad. Por ello, parece obvio que se requiere una transición que permita poner la casa en orden para después ir a unas elecciones.
El régimen debe comprender que el costo de aferrarse al poder «a como dé lugar» es cada día mayor. Por otra parte, la oposición debería facilitar opciones que permitan disminuir el costo de una salida convenida.
Eso sería probablemente lo que más convenga a la sociedad porque se podrían ahorrar infinidad de vidas humanas. Por otra parte, facilitaría también una recuperación de la gobernabilidad.
Entendamos que la gobernabilidad es fundamental para que el país pueda tomar una senda de recuperación. La economía requiere de medidas que el padre Luis Ugalde ha calificado como «cirugía mayor». Tales medidas son difíciles de tomar si no hay un consenso mínimo en la sociedad. Por otra parte, las mismas tendrían un alto costo político para quien las asuma. Es por ello que quienes aspiren a competir en una próxima contienda electoral pudieran verse tentados a demorar la adopción de decisiones que, aunque impopulares, son indispensables. Esas decisiones serían aún más difíciles de tomar en medio de un clima de severa conflictividad.
Es por ello que estoy convencido de que a todos conviene una suerte de taima político. Eso sería lo que podría representar un gobierno de transición cuyo objetivo no sea el de emprender persecuciones ni retaliaciones contra unos, pero que a la vez no sea percibido como una competencia por quienes legítimamente aspiren a competir después en elecciones.
Un gobierno de transición tendría que comenzar por liberar a todos los presos políticos y suspender todas las inhabilitaciones, a la vez que invitar a los venezolanos que se han tenido que ir a que regresen a su patria. Tendría que restablecer la confianza. «Confianza» es esa palabra mágica que coexiste con la seguridad jurídica cuando se respeta la propiedad privada y se acatan las bases de la democracia, fortaleciendo la independencia de los Poderes y respetando los DDHH entre los cuales está la libertad de expresión.
También pasa por tomar las medidas que faciliten la recuperación de la economía, entre las cuales destaca el combate a la inflación, devolviéndole la independencia al BCV y resolviendo los inmensos desajustes y corruptelas que ha generado el control de cambios. En lugar de un Estado controlador habría que pensar en un Estado promotor que remplace controles por estímulos. Habría que devolverle al sector privado las empresas que han sido expropiadas e invitarlas a retomar sus inversiones. Habría que abrirle las puertas a las inversiones nacionales y extranjeras, pues sin ellas es imposible pensar en la reconstrucción de Venezuela. Habría que buscar acuerdos para dar por terminados múltiples arbitrajes pendientes invitando a esas empresas a regresar al país. Habría que reinsertar a Venezuela en la comunidad financiera internacional
La tarea es ciclópea. Dios ilumine a los venezolanos.
@josetorohardy