Dichoso el hombre íntegro
Hay una edad en la que la inmadurez nos puede hacer cometer verdaderas insensateces. Hay una edad en la que nuestra visión es muy corta para visualizar claramente en el horizonte las consecuencias de nuestros actos. No es una condición determinante, pues hay jóvenes con una perspectiva de la vida tan sabia que podrían dar lecciones a cualquier adulto. Se supone que podríamos comprender algún acto carente de cordura, del pensamiento sabio e ilustrado a los más jóvenes; sin embargo, esa edad pasa y se espera que el conjunto de condiciones de vida, como el hogar, las experiencias, los estudios y la consciencia conviertan a ese joven en un hombre maduro e íntegro.
Por otra parte, la formación de un ser humano en una persona íntegra no solo corresponde a la madurez biológica propia de la edad. Se trata también de la formación impartida en el hogar, la escuela y la sociedad en general. Se trata de los principios inculcados en cada persona desde su niñez. Se trata del modelaje, del ejemplo recibido y seguido por cada uno. Sin duda, todos estos factores van moldeando a un ser para convertirse en esa persona íntegra, cabal, justa que nuestra sociedad tanto necesita. Aunque al parecer, hemos fallado en el camino de una manera estrepitosa. Y nos encontramos en un campo de batalla en el cual a pesar de tener identificado claramente al enemigo, pareciera que los aliados se han ido desdibujando de tal manera que se confunden con quienes sabemos no quieren nuestro bien.
El principio de integridad en una persona la vincula de una manera indefectible con valores como la honestidad, la verdad o transparencia y el respeto. De la misma manera que podemos describir la integridad física como la ausencia de algún tipo de amenaza o factor que vulnere el bienestar físico de una persona; así también podemos considerar a la integridad moral como ese estado de bienestar espiritual que le permite a una persona ser recta y justa en su proceder, hablar con respeto y consideración a los interlocutores, actuar con transparencia en todos sus actos y sobre todo practicar la justicia como pilar o fundamento de vida. Es decir, aplicar la regla de oro.
En las Sagradas Escrituras encontramos tres principios que hacen a un hombre íntegro; por cuya causa podemos llegar a alcanzar la dicha. La dicha de vivir con una consciencia que nos nos reproche, que nos deje dormir como niños cansados al poner la cabeza sobre la almohada. La dicha de ver a nuestros hijos a la cara sabiendo que el ejemplo y legado que les dejamos es de una vida de integridad. El Salmo 1 nos dice, dependiendo de la versión de la traducción que leamos: bienaventurado, dichoso o feliz el hombre que: En primer lugar, no anda en o no sigue el consejo de los malos. En segundo lugar, no va por el camino de los pecadores, o como dice la traducción en lenguaje actual, que no anda en malas compañías. Y en tercer lugar, que no hace causa común con los escarnecedores o los que se burlan de Dios.Tres razones que merecen ser analizadas, meditadas y perseguidas individualmente.
A continuación el Salmo nos dice en el verso 2 que ese hombre dichoso tiene placer en meditar en la Palabra de Dios de día y de noche. Algo que también le había sido instruido al pueblo de Israel unos cuantos años antes que este Salmo fuera escrito. “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Grábate en la mente todas las cosas que hoy te he dicho,y enséñaselas continuamente a tus hijos; háblales de ellas, tanto en tu casa como en el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes.Lleva estos mandamientos atados en tu mano y en tu frente como señales, escríbelos también en los postes y en las puertas de tu casa.” Deuteronomio 6:7-9.
Porque es bien sabido por todos que lo que el ser humano alimenta en sus pensamientos es lo que determina su comportamiento. En el pensamiento concebimos nuestros actos. Por esa sencilla razón, para ser una persona íntegra es menester que concibamos en nuestra mente la idea de serlo, que trabajemos en función de ello, que alimentemos nuestro ser interior de todo aquello en lo cual hay virtud; en pocas palabras, que deliberadamente actuemos con integridad en nuestro proceder.
Es hermoso enterarse de las promesas de Dios para aquellos que actúan según sus palabras. El verso 3 del Salmo 1 nos dice que la persona que actúa según los tres principios mencionados anteriormente es como un árbol plantado junto a la orilla de aguas. Un árbol que da fruto a su tiempo, cuyas hojas nunca se marchitan. Una persona que todo lo que hace prospera. ¡Qué clase de promesa! Respaldada en el capítulo 1 también de los Proverbios de Salomón, donde expresa detalladamente el camino del malvado, para terminar diciendo: “Más el que escuche mis palabras habitará confiadamente y vivirá tranquilo sin temor a la desgracia”.
Tres versos de este corto Salmo nos dicen cuál es el fin del camino de los que persisten en el mal. De aquellos que nunca superan la insensatez, los que siguen el consejo de los malos, los que son llamados a los aposentos suntuosos, seducidos con favores, hipnotizados por la falsedad vestida de riquezas deshonestas; a quienes se les confiere el valor de una suma de dinero que jamás pagaría todo el dolor de la madre que los parió. Los que, como dice la traducción del lenguaje más actual, se juntan con malas compañías para terminar siendo como ellas. Los que a medida que el dinero mal habido les va elevando en su círculo de placeres, tienen nuevos amigos, esos que te acompañan en las fiestas, pero en las tristezas te dan la espalda.
Tres versos dedicados a aquellos que son escarnecedores, que usan el nombre de Dios en vano, que nombran a Cristo para que el humilde se identifique con ellos, pero que serían capaces de volver a crucificarle una y mil veces para conseguir sus mezquinos intereses. Estos versos se expresan así y nos muestran cuál es el fin de ellos: “Con los malvados no pasa lo mismo, pues son como la paja que se lleva el viento. Por eso no se sostendrán los malvados en el juicio, ni los pecadores en la asamblea de los justos. Porque el Señor cuida el camino de los justos, mas la senda de los malos lleva a la perdición”.
Todos erramos en algún momento de nuestras vidas. ¡Erramos cada día! Precisamente, es de íntegros la transparencia. Rectificar es el acto más honesto que un ser humano puede llevar a cabo. Así pues, nuestra oración es que haya rectificación, por amor propio, por amor a la familia, por amor a Venezuela.
Mi mensaje de hoy es simple y sencillo.
“Considera al íntegro, y mira al justo; porque hay un final dichoso para el hombre de paz”. Salmo 37:37.
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