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Diálogo: un tiempo que urge y un tiempo que demora
Al momento de escribir estas palabras la hostilidad política no ha cesado en Venezuela. Todo lo contrario, se ha acentuado, oscureciendo el panorama y potenciando la incertidumbre existente en toda la sociedad. Las partes en conflicto se sentaron en una nueva mesa de diálogo sin previo alto al fuego. Quien controla las armas y monopoliza el uso de la fuerza no ha puesto freno a la persecución contra la disidencia y al bloqueo institucional para que ésta pueda desenvolverse por medios democráticos y constitucionales. Como ejemplo, la sentencia 948 del Tribunal Supremo de Justicia controlado por el chavismo, es un amparo que de ser desacatado, podría llevar a prisión a la directiva del Parlamento.
El diálogo oposición-gobierno tiene altos costos para cada sector y la concreción o no de los primeros acuerdos, que en teoría deberían ser efectivos para el 6 de diciembre, puede representar el fortalecimiento de uno de los bandos y el debilitamiento del otro. Aun no podemos asegurar cómo quedará el tablero porque los encuentros no han terminado, no obstante, se pueden hacer algunas conjeturas en función de la evidencia. Para la MUD, sentarse a dialogar con el chavismo luego de haber recuperado una imponente capacidad de movilización de masas, ha desatado una tormenta de críticas internas. La gran mayoría de los detractores del diálogo con la dictadura rechazan la pausa en la agenda de calle a solicitud del Vaticano y los problemas de comunicación para informar sobre una instancia que se instaló entre gallos de media noche. La MUD ha actuado con sorprendente amateurismo en un momento crucial.
Para el chavismo, “dialogar” es parte de su repertorio de acción. En este contexto no hay un cese al fuego. Los radicalismos internos han demostrado su influencia total sobre el aparato estatal dirigiendo la represión contra la oposición y amplificando el discurso agresivo.
Hay una creciente preocupación por la actuación de la oposición en el marco del diálogo y de los acuerdos que hasta el momento no se cumplen por parte del gobierno. La agenda de calle se detuvo y como remiendo se propone un Firmazo para movilizar las estructuras partidistas de base que, al igual que el resto de los venezolanos, viven en colas buscando alimentos o zanqueando medicinas en las farmacias. Tal Firmazo persigue poner la lupa nuevamente en un tema que no saltó entre la lista de acuerdos del diálogo y que, paradójicamente, fue el que lo produjo: el Referendo Revocatorio.
En el pliego de puntos negociados con el gobierno se habla de liberación de presos políticos, reconocimiento de la AN, elecciones en Amazonas, nuevo CNE, nuevo TSJ, apertura de canal humanitario para donaciones y Referendo Revocatorio o elecciones generales. Los primeros sirvieron para abrir el compás de la negociación, pero también para enfriar (o evitar) el último. Avances: un diputado preso fue liberado, la Asamblea es víctima de la sentencia antes mencionada y miles de medicamentos están detenidos en el puerto de La Guaira por trabas del gobierno. La persistencia del chavismo en hablar de diálogo sin detener el fuego confirma que es una estrategia para llegar a 2017 sin un Revocatorio en el horizonte, centro de la angustia que embarga a las bases opositoras.
Se ha convertido en deporte nacional ser crítico de la oposición. Esto sucede porque es más transparente que el chavismo, un sector en el que existen divisiones atroces pero en el que todos reman para mantener su feudo. Sin embargo, el que la oposición sea más transparente y exhiba su diversidad interna no la exime del alto nivel que debe tener para asumir el reto de destrancar el juego político y continuar con su agenda. Preocupa que la Iglesia y su enviado para atender este asunto tenga o no una visión clara de la situación. Los diversos puntos de la negociación en el diálogo soportan esta preocupación. Diversificar los esfuerzos aleja del objetivo principal: revocar al gobierno de forma electoral.