¿Diálogo en Unasur?
Recobrar la vigencia de lo político – escribe hacia 1992 el jesuita Jorge Mario Bergoglio – “es recobrar el horizonte de síntesis y de unidad de una comunidad, horizonte de armonización de intereses, de organización de la racionalidad política para dirimir conflictos; horizonte estratégico de acuerdo en lo esencial, de creencia de que nuestra propia identidad y seguridad personal, familiar y sectorial es frágil e imprevisible sin el marco superior de lo político”.
Esa perspectiva, que de suyo impone la disposición del ánimo colectivo para el acuerdo a través del diálogo fecundo entre demócratas, habla de la sustancia de la cultura política, distinta de su perversión, la politización o el juego de oportunidad.
¿Se encuentra Venezuela urgida de un diálogo por su anomia social y política, por su división entre bandos con poderes reales o equivalentes de decisión como el caso colombiano, o su descuadernamiento es el producto de un modelo de dictadura impuesto por una parte que centraliza el poder total en detrimento de una mayoría inerme, que sólo tiene como arma y su voz a la Constitución?
La hibernación transitoria en la que se encuentra la opinión pública democrática opositora por su censura oficial y por fractura afectiva, originada en diferencias tácticas con vistas a la defensa de los espacios de libertad que a diario le hace magros el gobierno marxista y militarista de Nicolás Maduro, hace dable y urgente ayudarla como prioridad, a fin de que encuentre una narrativa o cosmovisión que le permita sostener su pluralismo, la pluriformidad de sus acciones en la unidad de los valores compartidos.
La demonización recíproca entre muchos opositores por diferencias que acusan en cuanto a las vías para la reinstitucionalización o el rescate de la democracia – que no se reduce y desborda a la inflación electoral a la que se nos ha acostumbrado – ha lugar, justamente, por orfandad de cultura política, de una narrativa ética común. Todas las vías constitucionales y democráticas valen y todas son legítimas como vagones separados de un mismo ferrocarril. Eso cabe entenderlo, salvo que nos empeñemos en hacer dogma de fe de las razones instrumentales por sobre la razón moral y democrática.
Que urge un nuevo y distinto orden constitucional fundado en un modelo que mejor se mire en las coordenadas del siglo en curso es una verdad meridiana, cuando menos para quienes adhieren a la democracia sustantiva y su principio pro homine et libertatis, distinta del credo inscrito en los artículos 3 y 1 de nuestra Constitución – el pecado original – fundado en el principio pro gubernatore et imperium: “El Estado tiene como sus fines esenciales… el desarrollo de la persona…con apego a la doctrina de Simón Bolívar”. Pero ese objetivo tendrá su momento, que mal puede descalificarse arguyéndose que le sirve en bandeja de plata a los enemigos de la democracia tomar la delantera y profundizar en las desviaciones totalitarias del actual texto constitucional mediante un referéndum.
Si media tal peligro o la corrupción conocida de nuestro proceso comicial o la hipotética mayoría oficial que algunos predican y les preocupa, ello descalifica al paso la propia alternativa de quienes aconsejan esperar a las elecciones parlamentarias.
También es obvio que mal se puede constituir “democráticamente” como un salto en el vacío – así ocurría en el pasado – y omitiendo el necesario diálogo nacional al respecto; lo que, según entiendo, se proponen conjurar los organizadores del llamado Congreso ciudadano, que aspira el dibujo participativo de la Venezuela posible y del porvenir.
Y a quienes optan por el ejercicio electoral como única opción inevitable, tampoco puede cuestionárseles así no más. Usan un medio de movilización y resistencia válido, como lo fuera en 1952 y en 1957; pero al paso cabe decir que ellos también necesitan de banderas. La Constituyente fue el pendón electoral de Chávez, antes de constituir a su antojo, y la sociedad democrática en diálogo abierto, asimismo, puede ser útil para dar luces a los aspirantes a diputados, exigiéndoles que se pongan la patria sobre los hombros y no que se monten sobre la patria.
Urge un diálogo, en fin, pero entre las víctimas del régimen – presos políticos, estudiantes torturados, carenciados, ciudadanos de a pie, partidos, parlamentarios, Ong’s – y no con un régimen que para corregir su rumbo suicida le bastaría poner un freno a su despropósito antidemocrático y suicida.
¿Dialogaremos con Samper, quien comparte con Maduro su odio irrefrenable al imperio, que lo aislara después de haber coludido con el narcotráfico para ser presidente de Colombia? ¿Dialogaremos con el Canciller Holguín, quien violó la Constitución de Colombia y los tratados de derechos humanos entregando estudiantes opositores a los verdugos de Maduro, por “opinar” en su contra?