Destrucción honoris causa
Las palabras de Lorenzo Mendoza a sus trabajadores, animándolos a permanecer en el país aportando su esfuerzo laboral, encierran una preocupación mucho más importante que la necedad de increparle que él “…no se va del país porque no hace cola”. Cuantitativa y cualitativamente, la emigración de venezolanos es un asunto de incalculables consecuencias para el futuro de la nación. Millón y medio de expatriados, en su inmensa mayoría en busca de mejor porvenir, otros huyendo de aterrorizantes experiencias a manos del hampa y un numero de ciudadanos amenazados por la represión oficial, en su conjunto, representan la apreciable cifra de cinco por ciento de nuestra población total. Cualitativamente, el peso especifico es aun mayor, porque centenares de miles son egresados universitarios, cuyo desarraigo acarrea una pérdida inestimable para el patrimonio científico y técnico del país.
Con la emigración se concatenan dos hechos de consecuencias ruinosas para nuestro porvenir económico: por una parte, las exportaciones de bienes y servicios no petroleros, que representan el camino para la necesaria diversificación de la economía y la reducción de la dependencia petrolera, se han venido abajo en más de cincuenta por ciento en los últimos quince años, a causa de una política liquidadora de la inversión y la innovación tecnológica. Simultáneamente, el país pierde aceleradamente el capital humano, necesario para construir una capacidad productiva con la calidad exigida para competir en los mercados internacionales.
Dos vectores que parecen perversamente diseñados para eternizar el rentismo y la dependencia petrolera, sin entrar en consideraciones sobre la ruina de la que fue la PDVSA que enorgullecía a todos lo venezolanos.
Una obra maestra de destrucción, tan eficazmente ejecutada, que bien merece el anunciado Doctorado Honoris Causa, pero no solo para el Golem gobernante, sino, que en grado post morten, deberían otorgárselo también a su antecesor.