Desesperanza ¡no!
Cada vez que un régimen totalitario se ha incrustado en el poder, su primera tarea ha sido la de neutralizar todo género de oposición y al principio, por lo general, se ha dedicado a sembrar miedo a través de la violencia de Estado. Pero como el costo político de ser un sistema en continua represión es alto internacionalmente, estos oscuros personajes descubrieron que se puede lograr la sumisión de la población sembrando en ella la desesperanza.
Santo Tomás, mucho antes de que los regímenes comunistas lo aplicasen metódicamente, sostenía en uno de sus escritos: ¿Es la desesperación el pecado más grande? Y, por qué lo dijo: «porque nos toca en lo más profundo del corazón, en ese núcleo interior de donde nacen nuestros deseos y nuestras acciones. Es decir nos paraliza, nos impide trabajar por mejorarnos».
Por ello, hoy es fundamental que no nos dejemos vencer por la desesperanza, ya que el ser humano crece en la medida en que está convencido de que hay un mejor mañana y de que se convenza que no hay poder externo que pueda quitarle su deseo de ser libre.
En estas horas es importante recordar al gran analista florentino Nicolò Machiavelli: «Nunca ha sido una buena opción inculcar la desesperanza en el pueblo porque quien no espera el bien tampoco teme al mal».