Democracia, hambre y gobernabilidad
La respuesta de la administración Maduro a la legítima protesta de los educadores, jubilados y demás trabajadores del sector público y privado ha sido, por una parte la indiferencia, y por la otra la represión.
Los ciudadanos salen a las calles a expresar su indignación, su tristeza, su necesidad. Los testimonios que hemos recibido son conmovedores. Una dama educadora desmayada frente a la sede de la gobernación de Anzoátegui, en Barcelona. Un educador en La Guaira llorando por no tener alimentos. Un grupo de caficultores presos en Lara por exigir pago justo por su producto, sometido a regulaciones del gobierno. Y así podríamos ir recordando los múltiples casos que diariamente se conocen como muestra de la tragedia humanitaria que padecemos.
Los medios de comunicación poco o nada refieren de la verdadera dimensión del drama. El aparato de propaganda del régimen ignora absolutamente esa problemática. Para VTV y Radio Nacional de Venezuela la protesta de los educadores y todas las manifestaciones pacíficas no son noticia. Él hambre no existe. Las muertes de mengua en los hospitales tampoco. La presencia de los colectivos armados y de los contingentes policiales para contener la protesta no se registra.
La cúpula gobernante carece de sensibilidad humana. Para nada le interesa toda esta dramática situación. Solo los mueve el afán de perpetuarse en el poder. A esa tarea dedican su tiempo y los recursos disponibles.
A pesar de la propaganda oficial y de la censura existente, la ciudadanía conoce la profundidad y gravedad de la tragedia porque la vive cada día. Eso explica el inmenso deseo de cambio existente en el país. Ante ese clima de opinión, frente a ese sentimiento de cambio, los sectores dirigentes de nuestra sociedad debemos tener conciencia del reto que tenemos por delante.
La tarea de reconstruir el tejido social y continuar nuestros esfuerzos por construir la alternativa capaz de lograr el cambio y gobernar la nación destruida, que vamos a heredar del madurismo, va a constituir uno de los desafíos más importantes de nuestra historia Republicana.
La democracia, una vez rescatada, deberá garantizar la plena vigencia de los derechos humanos. Ello supone eliminar la censura para darle cauce a la libertad de expresión. Además no podrá criminalizar la protesta y deberá garantizar el derecho a ejercerla pacíficamente.
Cuando esos derechos se puedan ejercer los reclamos ciudadanos por la tragedia existente se multiplicaran. Los problemas ocultados hasta ahora se harán visibles, y muchos se afanarán porque el nuevo gobierno de inmediata respuesta a problemas complejos que impactan la calidad de vida de los ciudadanos.
Manejar esa compleja situación social en un contexto político e institucional controlado por quienes han manejado el poder en los últimos 23 años será, sin duda, una tarea complicada para la cual hay que estar espiritual y políticamente preparados.
Un manejo inadecuado de esa compleja situación puede generar unos efectos devastadores sobre la paz y gobernabilidad del país. De ahí que un tema a estudiar y a valorar es el de la gobernabilidad del país en el momento que se logre un cambio en la conducción del gobierno.
El nuevo gobierno debe ser de amplia base política y social. Esa base se debe ir construyendo desde ahora mismo. La consulta ciudadana en marcha debe servirnos para impulsar una amplia coalición, en torno a un programa o proyecto de estado y sociedad que marque la guía conductora de las grandes metas institucionales y sociales a alcanzar.
Las primarias no sólo son la herramienta para seleccionar la persona que represente a la sociedad democrática en la próxima elección presidencial. Es mucho más que eso. Es el mecanismo que nos debe permitir el debate sobre la naturaleza y alcance del perfil de liderazgo sobre el cual va a descansar la responsabilidad de su conducción.
No se trata de elegir a una persona, grupo o partido que llegue para dominar y excluir a los demás actores de la vida política. Se trata de elegir un liderazgo capaz de integrar y armonizar a la diversidad política que hoy tiene la sociedad venezolana. Concertar esa diversidad, pasar del fraccionamiento a la articulación es una tarea primordial.
Construida la alternativa político electoral, constituida por el candidato, el programa y la organización, debemos avanzar a alcanzar una mayoría tan contundente que el régimen no tenga forma de ocultarla para obligarlos a una entrega pacífica y ordenada del gobierno. Es lo que en el lenguaje popular se llama ganar y cobrar.
Pero el reto más exigente va a ser gobernar en medio de un cuadro de poderes públicos controlados por quienes deberán abandonar el órgano ejecutivo. El nuevo gobierno deberá conducir la política y la administración en un marco político, institucional, económico y social muy complejo.
Ahí está el gran desafío de la gobernabilidad. Se va a requerir de ese gran piso político y social para respaldar el programa acordado y para canalizar las exigencias sociales que se harán más agudas en esos tiempos.
Ese proceso será una transición difícil y compleja que va a necesitar mano firme, voluntad de diálogo para ampliar consensos; calidad ética, administrativa y gerencial para lograr metas tangibles en la solución de la tragedia humanitaria. Pero sobre todo liderazgo sereno y pedagógico para insuflar a la ciudadanía un espíritu de hacer y construir juntos una nueva Venezuela.