Democracia bajo sospecha
El cierre de accesos en vías públicas para boicotear el avance de marchas como las que recientemente convocaron el gremio de Trabajadores de la Salud o el Sindicato Nacional de Trabajadores de la UCV, dibuja una nítida alegoría: poco a poco, todos los caminos de la democracia en Venezuela están siendo taponadas por el gobierno. Eso, sin mencionar el mutismo sobre el cronograma para las regionales, ahora condicionado por un proceso de legalización de partidos que amenaza como las fauces de un león angurriento dispuesto en cada costado -mismo caso de la recolección de firmas para el RR- y que sólo concedería 14 horas hábiles para registrar la participación de los militantes de 59 organizaciones ante el CNE. Los ejemplos de esa taimada siembra de “miguelitos” son muchos, y están a la orden del día. La percepción negativa de la gestión del Presidente que, según Datanálisis, hoy alcanza a 79,2% de los entrevistados, lejos de servir de alfilerazo para habilitar soluciones mediante el mecanismo de la consulta popular, se traduciría más bien en otro tipo de señal para el régimen: si la revolución está siendo amenazada, la democracia y sus modos no deben, no pueden ser una prioridad.
Así, tras el parapeto de una premeditada formalidad, de un requisito desempolvado a conveniencia, de un mandato que obliga al adversario a “regularizar” su status, la democracia “directa y protagónica” que sirvió de bandera al chavismo mientras era capaz de ganar elecciones, va mutando en una triste farsa de sí misma. Esta suerte de “post-democracia” (como bautiza Colin Crouch a la situación marcada por la decadencia del poder real del electorado) socavando la democracia deliberativa, da cuenta de la debilidad de un sistema que fue incapaz de vacunarse contra sus enemigos internos, sus nocivos Mister Hyde, esos que agujerean vísceras y minan desde adentro el vigor de la República. Un severo crítico del totalitarismo, el lingüista, filósofo, historiador y teórico literario Tzvetan Todorov (fallecido hace pocos días), decía respecto a esas tóxicas fuerzas que eran mucho más difíciles de neutralizar, “puesto que también ellas reivindican el espíritu democrático, y por lo tanto parecen legítimas”. He allí entonces una celada perfecta: ¿cómo eludir la norma impuesta desde el poder para, evidentemente, anular al enemigo, cuando está revestida por tan habilidoso barniz?
Por eso, seguramente, el afán de la revolución apunta ahora a sembrar una útil matriz que reduce el sistema democrático a principios únicos, independientes y excluyentes entre sí. Según esto, nociones como “diálogo” –actividad democrática por excelencia, quién lo puede dudar- al ser calificadas como una “prioridad”, tenderían a oponerse a otras necesidades, desprovistas de valor por las circunstancias: celebrar elecciones, por ejemplo. El diputado oficialista Héctor Rodríguez así lo plantea: “Las elecciones no son la prioridad para el PSUV. Cuando el CNE convoque a elecciones, nosotros iremos, estamos preparados para ir. Nosotros trabajaremos en nuestras prioridades, que son los problemas de los venezolanos”. La inquietante declaración es rematada con el fallo de rigor: “debemos imponer la paz y la democracia”. Todo lo cual podría traducirse en una maquiavélica paradoja: estamos conscientes de que todo mal que se lleva a cabo en nombre del “bien” último (atender “los problemas de la gente”) está plenamente justificado.
Empujados al sótano del hambre, a la hondura a la que nos han condenado, la aspiración del régimen es que convengamos en poner en cola los recursos de la democracia, la pertinencia del voto, los líderes y sus “ambiciones personales”, pues “hay cosas más importantes que atender”. Un nuevo extravío ideológico que exhibe groseramente sus costuras, pero que quizás les permite justificarse ante el mundo y organizarse mientras esperan condiciones más favorables para convocar unas elecciones de las que difícilmente podrán librarse, si desean verse legitimados. La esperanza del chavismo está hoy atada a los CLAP, al carnet de la patria, a la posibilidad de concurrir a comicios con una oposición debilitada o inexistente, tal como ocurrió en Nicaragua en 2016: y luego, poder seguir llamándose demócratas.
A merced de un paisaje tan desalentador, y a fin de desactivar a ese levantisco Mister Hyde que retoza en nuestras oscuridades y urde feos tinglados contra nuestro beneficio, resolver la crisis del liderazgo opositor resulta una obligación. Lidiar contra la posible deslegitimación de los partidos será ya bastante arduo como para pretender arribar a cualquier elección sin el aval de la fuerza unitaria. “La democracia consiste en limitar el poder”, decía también Todorov; y esa es convicción que, aún en circunstancias extremas, aún en medio del agobio autoritario, aún embestidos por la dolosa fantasía de una democracia que puede prescindir coyunturalmente de alguno de sus principios (“poder del pueblo, fe en el progreso, libertades individuales, economía de mercado, derechos naturales y sacralización de lo humano”) debe alertarnos contra la codicia del embaucador.
@Mibelis