Del personalismo al retorno de los partidos políticos
La crisis de la política se ha manifestado en nuestro país latinoamericanos básicamente como una crisis de las mediaciones políticas típicas del final del siglo XX y los primeros años del siglo XXI. Las transformaciones del papel de los partidos políticos representan un caso paradigmático por la centralidad que éstos asumieron en el interior de las relaciones entre política y sociedad. Ciertamente los partidos políticos en Venezuela fueron los más auténticos actores encargados de la transición política, estas organizaciones fueron los grandes artífices que fraguaron las bases de la democracia y del proyecto de país y sociedad que inicia Venezuela tras el derrocamiento del dictador Marcos Pérez Jiménez en enero de 1958.
Los partidos políticos viejos y nuevos, tradicionales y emergentes hoy vuelven a recuperar espacio, centralidad y protagonismo frente a la debacle del personalismo, populismo y militarismo, por lo menos en lo que al caso venezolano se refiere donde precisamente los errores, desmanes y distorsiones económicas y sociales producidas en la llamada revolución bolivariana ha permitido un nuevo aire a los partidos, liderazgos y demás.
Retrotrayendo el debate ciertamente a la par de la construcción de la democracia como conjunto de procedimientos, encontramos que bien entrados los años noventa, los partidos políticos tienden a reducir sus funciones a la de puntales institucionales de los nuevos sistemas políticos. Asistimos a una redefinición de las funciones clásicas de los partidos, mediante la cual pasan a segundo plano la elaboración de proyectos y la movilización, se reduce la representación y la agregación de demandas al momento electoral; la canalización de los conflictos se asocia al control y la gobernabilidad, mientras que sobresalen funciones como la administración y el gobierno, el reclutamiento de la clase política y el papel de la oposición acotado al ámbito parlamentario.
Los partidos políticos –de derecha, centro e izquierda– actuaron siempre más como instituciones del sistema político y del Estado que de la sociedad civil, su papel responde a la lógica de la institucionalización de las relaciones políticas y eso puede observarse en el desarrollo y evolución de nuestros sistema político a partir de 1958 hasta bien entrados los años noventa. Lo cierto del caso es que parte de los trastornos que observaremos en el funcionamiento de la modernas democracias representativas, incluyendo Venezuela o incluso Perú, estriba y se origina en una perdida importante o más bien de desdibujamiento de los partidos, vistos de acuerdo con Maurice Duverger “como organizaciones sociales y políticas o como comunidades, como espacios de articulación y proyección de la movilización y la lucha social, como instrumentos de elaboración y difusión de ideas, de valores, de proyectos de sociedad” cuando los partidos abandonan parte de sus funciones se producen los descalabros políticos – institucionales que todos sabemos.
En Venezuela de forma paradigmática el declive de los partidos ocurre en paralelo a un sentimiento cultivado y abonado de antipartidismo, que la historia ha permitido dejar claro el daño institucional producido a la democracia, y si bien los partidos incurrieron en graves fallas, las formas planteadas de mediación posterior a ellos fueron mucho más nefastas, clientelares y nocivas para la democracia en Venezuela.
No olvidemos que los clivajes o fracturas clásicas, de donde surgieron los partidos políticos históricos (Centralismo-Federalismo, Estado-Iglesia, Capital-Trabajo), se sumaron otros que los partidos políticos parecen no alcanzar, agregar y representar y que han dejado abiertos para ser aprovechados por distintos actores políticos en toda la región.
En ausencia de identidades sociales generales, serias y estables, los partidos están sometidos a las oscilaciones de una indeterminada opinión pública que se expresa en la disminución de la militancia, la fluidez del voto, las encuestas y la influencia determinante de los medios de comunicación. Al mismo tiempo, por la competencia mediática y publicitaria que implican hoy día las elecciones, junto a las reformas de los sistemas electorales en sentido uninominal, se fortalecen el personalismo y el caudillismo que suficiente daño nos ha hecho en América Latina.
La reinstitucionalización de los partidos políticos corresponde, por lo tanto, a una refuncionalización en sentido conservador, centrada en la idea de la gobernabilidad y de la neutralización de los conflictos sociales, que los partidos –tiempo atrás– contribuían a elevar a una dimensión política. Este desplazamiento es componente y factor fundamental de la crisis de la política en general y de las mediaciones políticas en particular, lo que ahonda el vacío entre política y sociedad tendiendo a expulsar la noción y el alcance del conflicto social de la contienda político-institucional. Las distorsiones que registra Venezuela tras el experimento de la revolución bolivariana o del llamado socialismo del siglo XXI con daños institucionales, materiales y demás abre precisamente una esperanza al colocar a los partidos nuevamente como instituciones claves en el funcionamiento de la democracia, ojalá partidos y dirigencia no repitan errores y al mismo tiempo ojalá la ciudadanía no se vuelva a tragar la flecha con esos discursos y prácticas populistas, mesiánicas y antipartidistas que tanto daño han producido . Veremos…
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