Decadencia. Degradación. Desidia
Tres voces, tres significados distintos, tres utilidades conceptuales para un panorama. Lo correcto en este caso, por razones de elemental sentido de la trascendencia, es definir cada uno de los términos incluyendo su etimología.
Así entonces, DECADENCIA es el vocablo que identifica el efecto de decaer. Este es un verbo intransitivo de origen latino que aplicado a una persona o a una cosa es “ir a menos, perder alguna parte de las condiciones o propiedades que constituían su fuerza, bondad, importancia o valor”. DEGRADACIÓN es la voz que expresa la acción de degradar o degradarse; también es de origen latino. Por último, DESIDIA es el nombre de género femenino asociado a la negligencia, a la falta de cuidado.
Se hace necesaria la inclusión complementaria de la definición de la locución ETIMOLOGÍA, la cual es de origen griego, asimilada por el latín y de allí transmitida al español para describir el origen de las palabras, de su significación y de su forma. ¡Iníciese en consecuencia!
Desidia, es de origen latino, específicamente del verbo “desidere”. Está compuesta por el prefijo “de”, que indica separación de arriba abajo y por el verbo “sidere”, que es sentarse. “Desidere” es desplomarse o bajarse del asiento.
Note el parecido de estas dos palabras: deseo y desidia. Esta es la negligencia por falta de deseo. Ejemplos: los ciudadanos son negligentes en el cuido del ornato público; los estudiantes tienen bajas calificaciones por falta de estudio y exceso de desidia; el gobierno es negligente en el uso los recursos monetarios.
Degradación. También es de origen latino. Compuesta a su vez por tres voces, el prefijo “de”; el verbo “graduari” y el sufijo “ción”, que transmite la idea de la acción y efecto. Ejemplo: el juez de la causa degradó al escribiente que le auxiliaba durante el juicio oral; los Presidentes degradan la majestad del cargo cuando utilizan palabras insultantes al referirse a sus gobernados; la calidad del acero se ha degradado, pareciera que hay problemas en la siderúrgica.
Finalizando con este segmento del artículo, se tiene al sustantivo Decadencia. Evidentemente es de origen latino y está construido con cuatro voces lexicales: el prefijo “de”; el verbo “cadere”, caer; la partícula “nt”, la cual identifica el agente realizador de la acción y el sufijo “ia” referido a la cualidad. Para abreviar, decadencia proviene del verbo decaer.
Y, ahora el discurrir originario de este artículo. Dice así: “La degradación de la calidad de vida de una población cualquiera tiene su origen en la deficiencia de la prestación sus servicios públicos, de la insuficiencia presupuestaria con la que cuenta su autoridad administrativa fundamental. A estos dos aspectos se les suma la desidia de los pobladores en el oportuno pago de sus deberes tributarios y tasas, la de los gobernantes de turno en el pago de las deudas contraídas con los contratistas, los prestadores de servicio interno y el personal administrativo, el irrespeto al ciudadano y la decadente estructura organizativa de las oficinas de la Administración Pública salvo, por supuesto, sus excepciones.
Cuando se habla de calidad de vida, se refiere a un conjunto de parámetros de medición que oscila entre 0 y 100 de la puntuación alcanzada por un listado de bienes intangibles de obligatorio cumplimiento por cualquier organismo gubernamental representativo del Estado, como ente monopolizador de la prestación de esos servicios. Esos parámetros son aplicables a cualquier categoría y condición de atención, sea exclusivamente público, exclusivamente privado o en asociación. Matemáticamente hablando, “Calidad de Vida” es una variable cuantificable, dependiente de otras variables y cuya resolución no es tema de esta opinión.
¿Y cuáles son esos bienes intangibles? Un listado no exhaustivo es el conformado por: calidad y frecuencia del suministro de agua potable; recolección, disposición y tratamiento de los desechos sólidos; mantenimiento de los colectores de aguas servidas y conversión de estas en aguas útiles distintas al consumo humano; alumbrado público; asfaltado de calles y avenidas tanto del centro urbano como los de los ámbitos territoriales periféricos; adecuado balance entre las áreas de desarrollo arquitectónico vivencial y comercial y las de parques vegetales; aceras en buen estado para el normal desenvolvimiento de personas de cualquier edad; red adecuada y eficiente de transporte público; seguridad ciudadana tanto policial anti delincuencial como administrativo del tránsito vehicular; higienización de aceras y cunetas; mantenimiento de rejillas de alcantarillados de recolección de aguas pluviales; precisión y sincronización de la red de semáforos de control vehicular; dotación a los grandes hospitales y centros ambulatorios de los insumos propios para su actividad sanitaria médica y de las ambulancias en buen estado; dotación adecuada de los equipos Bomberiles; educación pública de óptima calidad y cumplimiento de sus contenidos programáticos para la formación para la vida de los ciudadanos. Debe incluirse como un factor la legislación acorde con los tiempos.
Lamentablemente, y hay que decirlo, el ascenso de unos paisanos al poder sin reservas morales ha convertido a Venezuela en un país degradado, hasta el punto de ser considerado una colonia de Cuba. Venezuela es un país decadente. Los venezolanos fueron inoculados con el virus de la desidia y permitieron la coyunda con el régimen antillano aun cuando la mayoría fue advertida, ilustrada, avisada, notificada e informada.
Venezuela se hunde en el estiércol. La nación se sumerge en la charca de la desventura que es el socialismo del Siglo XXI. El País involuciona en lo social, en lo industrial; “vamos para atrás como el cangrejo”.
Todo tiene su origen en el fanatismo y capricho de un gobernante, Hugo Chávez Frías, deslumbrado por los contenidos ideológicos de una filosofía política regresiva; si, regresiva. Tanto lo es que todos los países que lo adoptaron en un pasado ya lejano y más recientemente lo abandonaron, son modelos de progreso. Se habla de China Continental, de Vietnam.
Y todos los comentarios que añada a continuación son repetidos, ya dichos por otros hasta la saciedad, pero el ser humano no deja de asombrarse con decisiones como la de los impartidores de Justicia privilegiando al Estado antes que al ciudadano y más aberrante aún lo es cuando ese ciudadano es un menor de edad. La sentencia deja desasistidos a pacientes con enfermedades crónicas y no crónicas que no consiguen medicamentos.
A estas alturas queda una cadena de preguntas que muchos no están en capacidad de responder. Una de ellas es: ¿Éramos así y no lo sabíamos?
“Desgraciada la generación cuyos jueces merecen ser juzgados”. El Talmud.
Nelson Romero Díaz