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De la irreprimible costumbre de escribir

Solemos recibir mensajes electrónicos de toda índole, unos demasiados generosos al lado de otros, exageradamente mezquinos. Es natural, no sólo por las responsabilidades políticas que desempeñamos, sino por los planteamientos por escrito que frecuentamos.

Uno de ellos, expresa directamente: “Diputado, nosotros no le pagamos por escribir, sino porque hable en la Asamblea Nacional”. Todavía esperamos respuesta de un remitente que, suponemos, está escudado por  un pseudónimo, pues, la más elemental minería de datos nos remite a una persona que, más allá de las fronteras, está gerenciando un vivero.

Nuestra respuesta la encaminamos en dos sentidos, intentando algo de  la pedagogía necesaria para tan paciente ejercicio. De un lado, si de sueldo se trata, los parlamentarios no recibimos salario alguno por las circunstancias consabidas de un régimen agresor que detesta una institución de la que perdió el control; y, además, creemos cumplir con la responsabilidad encomendada, interviniendo en el debate de las sesiones plenarias, las veces que consideramos necesarias (y las que nos permiten los partidos dominantes), formulando las propuestas más adecuadas, incluyendo – puede decirse – una advertencia anticipada, no la que paradójicamente se habitúa luego de ocurridos los hechos, como lamentablemente acaeció en el asunto esequibano o en el de la (s) inmunidad (ades) parlamentaria (s). Por lo demás, parlamentar es algo más que hablar, llevándonos a las consabidas tareas de legislación y de control.

Del otro, tenemos la costumbre de escribir, siendo o no parlamentarios, desde hace más de dos décadas, en los medios impresos o digitales que tienen a bien publicarnos, con regularidad, por lo menos, desde que los extintos diarios, como El Globo y Economía Hoy de Caracas, lo hicieron por primera vez, principiando los ’90 del ‘XX. En oportunidades, para El Nacional y El Universal, entre otros del interior del país, hasta que definitivamente el presente siglo, nos condujo a los portales noticiosos que tienen por tinta los bytes.

Además del gusto de hacerlo, está la dura disciplina auto-impuesta, aunque no siempre existen las condiciones para multiplicar los caracteres y ojalá hubiese un  mayor talento o destreza literaria para manifestar con fidelidad situaciones y hasta sentimientos que la prisa demuele.  Por lo general, sobran los temas, pero no el tiempo para desarrollarlos, bajo la influencia irreprimible de los hechos en curso;  hemos optado por destinar las reflexiones más extensas y de cierto rigor académico, a medios especializados que las arbitran, como el último trabajo  sobre el 1º de enero de 1958 (https://es.calameo.com/books/0048760919b1edbb7be35), que será colgado en el portal correspondiente al concluir el receso académico (http://revistas.upel.edu.ve/index.php/tiempo_y_espacio). Por  supuesto, al menos por su extensión, no es fácil que un diario, semanario o quincenario digital de noticias, le dé cabida.

Valga acotar la enorme dificultad de escribir corto, siendo más fácil hacerlo largo. Hemos aprendido un poco en la materia, pero son varias las veces en las que no percatamos del incumplimiento de dos requisitos fundamentales para el  género, pues, un artículo de opinión debe reportar, a lo sumo, un par de ideas telegráficamente desarrolladas con un lenguaje atractivo y hasta jocoso, en lugar de los  varios y simultáneos planteamientos, subyaciendo un cierto humor corrosivo, viciados de expresiones devenidas muletillas por la premura de concluir  la pieza así fuese a media noche.

Finalmente, si de eso se tratara, la representación popular que ejercemos tiene por ventaja la de expresarse, pues, semanalmente, fijamos posturas sobre las más diversas cuestiones de la vida nacional e, incluso, rindiendo cuenta de nuestro trabajo, fuera y dentro del hemiciclo, con puntualidad. No entendemos la política o, mejor, la política democrática, sin una reflexión que la afiance y, cabe recordar que,  tiempo muy atrás, fue una característica esencial de la dirigencia venezolana, sintiéndose calificada por ello, la de contar con una columna semanal en nada incompatible con sus restantes actuaciones: costumbre hoy perdida e imposible de cubrir moralmente, con los  artículos por encargo.

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