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De gobiernos teocráticos y comunistas

Por definición los gobiernos teocráticos no son democráticos. Los príncipes y clérigos en la cúspide del poder, se atribuyen ejercerlo por voluntad de Dios y su palabra no admiten discusión. Se respeta y cumple al pie de la letra, palabra por palabra, lo contrario es herejía que conduce a la excomunión o al cadalso.

Tal ocurre en países de gobiernos que atribuyen al Profeta Mahoma la autoría de El Corán, cuyas palabras le fueron dictadas por Alá, para ser predicadas y sembradas en la conciencia de su pueblo. Los clérigos, que superan al Profeta en su desbordante fanatismo, extrajeron  los conceptos más inhumanos y retrógrados para plasmarlos en la islámica ley Shaíra, en cuyo texto destacan prohibiciones y castigos crueles a los infractores; especialmente para la mujer. Esa ley marca  las profundas diferencias en la concepción de la vida y la muerte que existen entre la cultura islámica y la judeo-cristiana, ambas con altos niveles de intolerancia filosófica y crueldad que la cristiana superó en la medida en que abolió la Santa Inquisición. La cúpula clerical cristiano-católica fue permeada por las costumbres y valores humanos de su inmensa feligresía y distendió la rigurosidad de sus preceptos. Quedó en manos seglares la conducción del Estado, vale decir lo relacionado con actividades terrenales, culminando con la separación operativa Iglesia-Estado.

Pero en el Siglo XIX afloró la teoría socio-política-económica elaborada por Marx y Engels que, interpretada por Lenin, alcanzó estatus culto pagano y en la primera década del Siglo XX, derrocado el Imperio Zarista, impone el Estado Comunista y la doctrina marxista-leninista; planta su templo en Moscú, lo expande y va aplastando, la economía, la libertad y toda discrepancia con el Manifiesto Comunista donde quiera que asalta el poder;  y los clérigos,  igual que los oficiantes de El Corán, practican las más abyectas crueldades en la humanidad de quienes se atreven a disentir.

De la desolación y los crímenes cometidos por gobiernos teocráticos y comunistas sobran ejemplos. Sin hurgar mucho en el pasado, basta con observar lo que ha ocurrido y comienza a repetirse en Afganistán. Una nación martirizada por el Talibán que había comenzado a dar pequeños pasos hacia el respeto de los derechos humanos, vuelve a topar con el integrismo islámico. El Talibán ha regresado y el terror campea en ese país. Imponen el uso obligatorio de la burka como vestimenta de la mujer, la eliminación de aulas mixtas y el derecho del marido a flagelarla, apedrearla, de enclaustrarla y a no permitirle salir de la casa sin la compañía de un hombre: él  de primero, la del padre o de un hermano; todo lo cual enuncia el reinicio de las atrocidades cometidas en el pasado reciente, incluidas  decapitaciones a los “infieles”. Vuelve el aislamiento de la nación afgana con  las secuelas del atraso.

Los comunistas que desgobiernan en Venezuela, por ahora,  no apedrean ni cortan cabezas, pero lapidan a los dirigentes políticos, líderes sociales o simples militantes de la oposición, al ser aprehendidos por la policía política y arrojados en las tumbas, calabozos construidos en los centros de detención, donde los esbirros dan rienda suelta a su innato sadismo, torturándolos y reteniéndolos durante meses o años, sin presentarlos ante los tribunales, mientras en Miraflores cocinan cargos y sentencias, con frecuencia dictada cuando los lapsos judiciales han sido sobrepasados por años.

Para no quedarse por detrás del Talibán, los socialcomunistas del Siglo XXI patearon la autonomía universitaria y adelantan el proceso de asalto a “la casa que vence las sombras”  para dar cobijo a la oscuridad de donde provienen.

En realidad el gobierno criminal Socialcomunista del Siglo XXI no asesina en público, cara a cara, pero permite que la muerte haga su trabajo en hospitales desprovistos medicamentos, material e instrumental para salvarle la vidas a quienes mueren por desnutrición, a los que caen desde un balcón o a muchos de los que matan en pacíficas manifestaciones reclamando el retorno al Estado de Derecho, fundamento de la democracia y la LIBERTAD.

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