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¡Cuidado con la frivolidad!

En estos días, la conversación de moda es acerca de la “invasión de los marines” y si se está o no de acuerdo con ella.  Algunos más “cultos” (dicen ellos) en materias militares, agregan que será una guerra en la que el esfuerzo principal lo llevarán Brasil y Colombia, que ya están anotados como aliados del imperio.  Que el poderío estadounidense se sentirá, más que todo, por bombardeos selectivos realizados mediante drones que son manejados, como si fuesen juegos de Nintendo, por un poco de nerds desde Colorado Springs.  Que ya los americanos están escamados con lo que les ha pasado de Vietnam para acá, incluyendo a Irak, Libia y Siria, y que prefieren que los muertos los pongan otros.  Quizá es en esto que están de acuerdo tanto un grupo frondoso de opositores como las gavillas de áulicos del régimen.  Claro que a este último le interesa mantener caliente esa idea: destapa nuevamente aquello de “la planta insolente del extranjero” y mantiene a la población distraída de todos los padecimientos que sobrelleva por culpa, precisamente, de los desaciertos y latrocinios de la nomenklatura.Unos y otros, piensan que los muertos los van a poner “los otros”, que esta va a ser una “guerra por poder” (by proxy, dicen los más sofisticados), y que sí es así, bien vale la pena entrar en esa refriega.  Ilusos, nadie sabe cómo ni cuándo termina una guerra.

Creo que es tiempo de desempolvar un viejo libro de Julián Marías, mi filósofo favorito en español; autor de más de cien libros y miles de artículos, profesor de generaciones y miembro de número de la Real Academia Española.  Como lo explica el prologuista de “La Guerra Civil ¿cómo pudo ocurrir?”, el libro que intento glosar, don Julián es “una presencia viva, valiosa, admirable, plena, de la filosofía española, y una personalidad fundamental en la evolución de la historia del largo siglo XX…”.

La primera admonición de don Julián en el libro es que la incivil guerra española “fue consecuencia de una ingente frivolidad (…) Los políticos españoles, apenas sin excepción (…) un número crecidísimo de los que se consideraban ‘intelectuales’ (y desde luego de los periodistas), la mayoría de los económicamente poderosos (banqueros, empresarios, grandes propietarios), los dirigentes de sindicatos, se dedicaron a jugar con las materias más graves, sin el menor sentido de responsabilidad, sin imaginar las consecuencias de lo que hacían, decían u omitían”.  Parece retratar a lo que sucede hogaño por aquí.

Después habla de la “falta de sentido de la realidad” en los medios de comunicación; la “lectura de los periódicos, de algunas revistas ‘teóricas’, reducidas a mera política, de las sesiones de las Cortes, de pastorales y proclamas de huelga, escalofría por su falta de sentido de la realidad, por su incapacidad de tener en cuenta a los demás, ni siquiera como enemigos reales, no como etiquetas abstractas o mascarones de proa”.  Hoy, en el país es notoria la “hegemonía comunicacional” que promulgaba y comenzó a concretar Boves II: casi todos los medios lo que hacen es publicar las noticias que le interesan al régimen, su verdad.  Los medios electrónicos medianamente libres (por ahora) son los recursos disponibles para quienes queremos el cambio en Venezuela, y los empleamos plenamente, aunque infiltrados por los topos del G-2 que los “aliñan” con noticias y comentarios supuestamente inocuos pero que llevan el veneno oculto.

Después, analiza la pereza mental de sus paisanos: “Decisivo para explicar la ruptura de la convivencia y finalmente la guerra civil. Pereza, sobre todo, para pensar, para buscar soluciones inteligentes a los problemas; para imaginar a los demás, ponerse en su punto de vista, comprender su parte de razón o sus temores”.  En este mismo saco caemostanto los rojos como quienes nos les oponemos.  Nos negamos a buscar procedimientos prudentes, sensatos, capaces de ser aceptados e implementados por ambas partes.  La obcecación está en la primera línea, nadie cede nada por temer a ser acusado de traidor por otros más obcecados aún.

En lo referido a lo que señala don Julián acerca de “la pérdida de respeto a la vida humana”, creo que principalmente debe achacársele al régimen con sus bandas de “colectivos” armados, motorizados y pagados del Erario para atemorizar a los manifestantes.  “Comienza a perderse el respeto a la vida humana. Ese período generacional (…) es una de las más atroces concentraciones de violencia de la historia, y en ese marco hay que entender la guerra civil”.

Al igual que lo que sucede por aquí, el gobierno republicano español no aceptaba las reglas de la democracia que significaran para ellos pérdida de poder.  “…se declaró una vez y otra (…) que sólo se aceptaban sus resultados si eran favorables; (…) estuvieron dispuestos a enmendar por la fuerza la decisión de las urnas, sin darse cuenta de que eso destruía toda posibilidad política normal y anulaba la gran virtud de la democracia: la de rectificarse a sí misma…”.

Y otra característica idéntica a lo que actualmente sufrimos los venezolanos es la del egoísmo: “Los gobiernos prefirieron dedicarse a restablecer egoístamente pequeñas ventajas económicas para sus clientelas, con asombrosa insolidaridad y miopía, que llevaron a la disolución de Cortes, las elecciones de febrero de 1936, el triunfo en ellas del Frente Popular y, poco después, la guerra civil”.

En fin, y ya que se me acaba el espacio; la guerra llegó porque los españoles quisieron: “a) Dividir al país en dos bandos. b) Identificar al ‘otro’ con el mal. c) No tenerlo en cuenta, ni siquiera como peligro real, como adversario eficaz. d) Eliminarlo, quitarlo de en medio (políticamente, físicamente si era necesario). Se dirá que esto es una locura…Efectivamente, lo era…”.

¿Cómo evitar la catástrofe? “De ahí la necesidad de un pensamiento alerta, capaz de descubrir las manipulaciones, los sofismas, (…) La función política que puede esperarse de los intelectuales es que sean intelectuales y no políticos, que se ajusten a los deberes de su gremio y adviertan al país cuándo no se hace. ¿Faltó esto en los años que precedieron a la guerra civil? ¿No era una época en que los intelectuales gozaban de gran prestigio, no había entre ellos unos cuantos eminentes y de absoluta probidad intelectual? Ciertamente los había; pero encontraron demasiadas dificultades, se les opuso una espesa cortina de resistencia o difamación, funcionó el partidismo para oírlos ‘como quien oye llover’… (…) Llegó un momento en que una parte demasiado grande del pueblo español decidió no escuchar, con lo cual entró en el sonambulismo y marchó, indefenso o fanatizado, a su perdición. Tengo la sospecha –la tuve desde entonces– de que los intelectuales responsables se desalentaron demasiado pronto. ¿Demasiado pronto –se dirá–, con todo lo que resistieron? Sí, porque siempre es demasiado pronto para ceder y abandonar el campo a los que no tienen razón”.

Vacunémosnos…

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