Cuando la política retrocede
Comprender la política no es fácil. Tampoco es su significación. Más aún, su aplicación o ejercicio. A lo que motivó a representantes del pueblo francés, constituidos en Asamblea Nacional, a redactar lo que llamaron la “Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadadano”. La misma, deliberada y sancionada en 1789, cuando un buen número de calamidades públicas y problemas de corrupción de gobiernos, dominaban la época. Así, llegaron a establecerse diecisiete preceptos a los fines de ordenar problemas de toda índole y razón que para entonces habían incitado importantes crisis políticas.
En principio, dicha Asamblea reconoció y declaró la “libertad” como derecho fundamental. A partir de tal reconocimiento, proclamó importantes derechos que destacaron la importancia de la política como “realización de vida”. Por consiguiente, el artículo segundo determinaba que “la finalidad de cualquier asociación política, es la protección de los derechos naturales e imprescindibles del Hombre, a saber: la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión”.
Además, apegado a las implicaciones que el precepto aludido comprometía, el tercer artículo establecía que “el principio de toda Soberanía reside esencialmente en la Nación”. Tan determinante fue la comprensión del declarado concepto, que se agregó que “ningún cuerpo, ni individuo, pueden ejercer autoridad alguna que emane expresamente de ella” Es decir, del significado de “Soberanía”.
Una nueva dinámica política
No obstante, el desarrollo industrial que envolvió al mundo en una nueva dinámica durante los siglos XVIII, XIX y casi la mitad del XX, y que abarcaron distintos ámbitos del crecimiento global, causó serios desvíos políticos, sociales y económicos. Tales fueron sus consecuencias, que la situación indujo a la recién creada organización de naciones, que adoptó el nombre de Organización de Naciones Unidas, a convocar su máximo organismo de debate en diciembre de 1948.
Del resultado de la misma, bajo la figura organizacional de “Asamblea General”, reunida en París, en atención a los problemas que agobiaban al desarrollo de las naciones por causales políticas, económicas y sociales, tan magna reunión internacional, donde estuvo representada Venezuela, se proclamó la “Declaración Universal de los Derechos Humanos”.
La correspondiente declaratoria exponía como razón el (…) ideal común por el que todos los pueblos y naciones deben esforzarse, a fin de que tanto los individuos como las instituciones, (…) promuevan, mediante la enseñanza y la educación, el respeto a los derechos y libertades, y aseguren, por medidas progresivas de carácter nacional e internacional, su reconocimiento y aplicación universales y efectivos, entre los pueblos de los Estados Miembros y los territorios colocados bajo su jurisdicción.
Sin embargo, el problema permeado de seguidas situaciones políticas aferradas a condiciones empañadas por la barbarie, el resentimiento, el odio, la exclusión, el revanchismo y el ultraje a los derechos del ser humano, continúa impávido. Razón expone la palabra de Julia Alcibíades, doctora en Ciencias Políticas y profesora universitaria, en su texto “Sopbre la opacidad en la Política” (En: Zigzagueando hacia la Democracia, 2024) para referir que en el centro de tan cuestionada situación, emerge el problema político que agobia cualquier realidad proclive a conllevar el fenómeno político de la “polarización”.
La otra política
Alcibíades manifiesta como causa, la “dicotomía fuerza- presuación”. Análoga a la relación a la cual la física dinámica, denomina “acción-reacción”. Agrega Alcibíades una segunda explicación al mismo, cuando en ausencia de “(…) reglas de convivencia explícitas y compartidas, las minorías quedan en silencio por el ejercicio de la fuerza impuesta por una democracia mal entendida (…) lo que cercena la emergencia de cambios imparciales consensuados”.
Y que igualmente ocurre a pesar de la carencia de poder por parte del otro actor político quien de la misma manera, intenta validar “esgrimiendo la regla de la mayoría como vía para arribar a acuerdos (…)” (Aut.cit) Acuerdos estos de posible implantación. Además, apelando a argumentaciones de plena racionalidad.
No hay razón alguna que avale la teoría social, para favorecer cualquier postura o decisión que contradiga la verdadera esencia de la política. Particularmente, cuando de “política”, a decir del imaginario del novelista inglés Graham Greene, la refiere como “el aire mismo que respiramos, igual que la presencia o ausencia de Dios”. Aunque para el combativo y pragmático estadista británico, Winston Churchill, “la política es más peligrosa que la guerra, pues en la guerra sólo se muere una vez”.
Ante tan contrastadas interpretaciones del concepto de política, hay quienes lo descifran como el proceder más oscuro del ser humano. De ahí, la ristra de conceptos que denigran de la esencia y sentido de “política”. Por ejemplo, Christopher Morley, agudo periodista, conspicuo novelista y reconocido poeta norteamericano, expresaba que “en política siempre hay que elegir entre dos males”. Especialmente, cuando en el fragor de la política emerge la figura del poder como expresión de fuerza.
Nuevos actores, nuevos conceptos
Es el caso que estropea la concepción de Hannah Arendt cuando afirmó que “la política se refiere a la comunidad y a la posibilidad de ser diferentes”. Y precisamente, en el centro de ese acto, reposa la “pluralidad humana” toda vez que, en la participación del individuo, estriba el espacio político en cuyo terreno se desarrollan las relaciones mutuas que beneficia al hombre en su afán por demostrar sus capacidades sin que ello impida exaltar su ideología. Es ahí donde adquiere sentido y razón la libertad.
Cabe acá traer a colación de nuevo, la palabra de Julia Alcibíades cuando, apostando a la certeza del ideario de Sócrates, refiere su principio argumentativo que señala: “el ejercicio de un concepto, no puede dar cabida a su contradicción’. Sin embargo, en la actualidad caracterizada por el presente siglo XXI, infinitos eventos siguen contrariando la política como la entendió el florentino Nicolás Maquiavelo. Fundamentalmente, al concebirla “como la ciencia práctica que bien sabe interpretar los intereses humanos, la ambición y la avaricia que chocan en la lucha que caracteriza el campo político” (De: Sobre la opacidad en la Política, de Julia Alcibíades)
Considerar el desconocimiento y menosprecio que en el plano de los derechos humanos y libertades políticas movilizan desencuentros entre individuos, que en su esencia son un producto humano o el resultado de la naturaleza humana, da cuenta de serios actos de barbarie. Muchos de los cuales, se han considerado como eventos sustentados por criterios (fútiles) de legitimidad y legalidad. Además, protegidos por regímenes de Derecho apelando a la represión como verdadera instancia de alzada.
¿Se oscurece el paisaje?
No obstante, lejos de las aberraciones que configuran tan horrendos paisajes políticos y sociales, todavía sus protagonistas presumen del poder convertido en abuso de fuerzas, para imponer la ley a su conveniencia. De esa manera, quienes así actúan pretenden hacer del poder, la fuerza necesaria mediante la cual hacen posible el enquistamiento de sus intereses. Es la expresión de la relación fuerza-poder cuyas tácticas tienden a manipularse a fin de evitar el desequilibrio que provoca la natural rebelión contra la tiranía y la opresión por parte de actores que lógicamente buscan validar y permitirse el ejercicio de sus derechos y libertades. En consecuencia, tras tales determinaciones, el ser humano lucha por liberarse del temor y la miseria que la verticalidad de ciertas ideologías plantea entre sus oscuros propósitos.
Ha ahí, la necesidad de que la estructura de valores morales y políticos, conduzcan a disfrutar de las libertades en todas sus manifestaciones, valencias y magnitudes. Pero siempre, al margen de focos de crisis de cualquier envergadura y especie. De lo contrario, es vivir constreñido bajo la opacidad de situaciones regidas por ambientes y en medio de mediocres realidades configuradas por elementos que sólo responden cuando la política retrocede.