Cuando la confusión interviene la política
Generalmente, la confusión es propia del lenguaje. Al hablar, es posible asomar alguna equivocación proveniente de la fusión de ideas impulsada por el grado de emoción, tribulación o consternación. Casi siempre, causada por la premura que puede tenerse en virtud de las circunstancias imperantes.
No obstante, a juicio del escritor Henry Miller, “la confusión es una palabra que hemos inventado para un orden que no se entiende”
Aunque en política, la situación que incita la confusión responde a motivaciones o intereses algo ocultos. Por cierto, intereses alejados de cualquier perplejidad o desasosiego involuntario. En política, casi siempre, la confusión contempla alguna intencionalidad. Además, obediente de alguna predeterminación. Incluso, pensada con la alevosía dirigida a crear el enredo necesario que busca toda ambigüedad posible de inducir opacidad que muchas veces conviene al ejercicio del poder político.
En el fragor de la política
En política, muchas veces la confusión actúa estratégicamente como el recurso coyuntural, cuyo “provecho” enturbia la dirección hacia la cual se mueve la realidad esbozada o construida al amparo de las realidades existentes. Sin embargo, el ejercicio del poder disuade el hecho de reconocer que las circunstancias están siendo desviadas sin que ello pueda notarse a primera vista.
O peor aún, es ahí cuando la confusión se asocia con el miedo. Aunque dicen que la confusión supera al miedo. En todo caso, esa extraña asociación busca entumecer cualquier esfuerzo que haya pretendido alcanzar alguna acción virtuosa dirigida a imponerse sobre el problema. aludido. Configurado el mismo por la junta de la confusión con el miedo.
Tan mayúsculas son las consecuencias que dicho problema contrae, que obliga a la verdad a encogerse para que así pueda esconderse de cualquier crítica que devele la debilidad que por el momento arrastra. Sin embargo, ahí es cuando el aludido problema se arma del ímpetu preciso para demostrar el violento desespero que acompaña su forma. Para eso, se carga de la fuerza necesaria que imposibilita que las realidades puedan sacudirse los fardos de los cuales se desprende la verdad en su lucha por imponer sus condiciones.
El miedo jugando al cómplice
Pero al sumarse el miedo, la confusión gana el espacio que políticamente detenta como recurso estratégico. De ahí que la política, se sirve del poder que infunde la palabra para propagar el miedo que las confusiones inducen. Pero a pesar de la verdad que ronda la situación, la palabra se politiza pues su sintaxis la envuelve un círculo vicioso (mensaje circular).
Es precisamente lo que sucede, cuando cae abatida por la confusión al mezclarse con ideas oscuras cuya fusión impide reconocer o distinguir el fondo de las mismas. Entonces, el mensaje así elaborado, carece de especificidad al no permitir algún detalle mínimo que revele algo cerrándose en un vacío inculcado por la confusión dominante.
Son mensajes configurados a manera de círculos abiertos que quedan al libre albedrío del lector. Justamente, he ahí el problema que aviva la confusión con base en el desorden y en las imprecisiones contenidas.
Para concluir
Por eso en política, quien más confunde, dada algunas urdidas capacidades, es quien más ventajas se arroga con la intención de dominar y ganar el espacio que demanda el enfermizo afán de retener el poder o de anclase a él. Lo cual ocurre en conjugación con cuánta exclusión repugnante pretende disfrazar el camino del triunfalismo que presume atribuirse el gobernante o activista político envenenado de poder.
Ese problema anega el terreno en el cual el ejercicio de la política desliza propuestas de gestión gubernamental hacia el pasado o hacia un futuro incierto. Razón por la cual se traspasa el límite que separa el mundo concreto, de un mundo ilusorio, cínico, quimérico y engañoso. Radicado en el pensamiento caduco y egoísta de quienes, por mero reacomodo, ostentan el poder ocasional de la política. Y ocurre precisamente, cuando la confusión interviene la política.