Cristinita, ¿otros US$ 5.000 MM?
“La historia la juzgará. Pero tiene el
mejor de los abogados: el olvido”.
Roberto Fontanarrosa
A veces, como todo el mundo, me he preguntado, al enterarme de las enormes fortunas que han acumulado algunas personas en el mundo, para qué quieren más; es el caso de algunos megamillonarios, futbolistas, especuladores y, sobre todo, funcionarios políticos que han robado hasta el hartazgo. Gracias a Dios, América Latina y Europa están llenas de ejemplos de estos últimos que hoy miran la realidad desde el otro lado de las rejas.
Argentina, como todos sabemos, es la excepción –como en tantas otras cosas negativas- en la inmensa ola de represión a la corrupción que está recorriendo el planeta y que, con ella, trajo significativos cambios en los regímenes políticos, por la presión civil que las sociedades mantienen sobre sus dirigencias; en la región, los últimos ejemplos son, claro, la ensangrentada Nicaragua, Guatemala y, desde hace una semana, México.
Pero hubo una noticia que, en medio del mundial de fútbol y la crisis cambiaria que se desató aquí, pasó absolutamente desapercibida: un fondo especulativo, Burford Capitals, que ¿compró? los derechos del grupo Petersen a litigar contra nuestro país por la expropiación del 51% de YPF, porque no se ofreció comprar todo el resto de las acciones, demandó a la Argentina ante el mismo Tribunal del fallecido Juez Thomas Griesa, en Nueva York, por la suma de US$ 3.000 MM que, con los gastos y costas, puede llevar el total a la cifra mencionada.
La historia: ¿quién es el grupo Petersen? Un conglomerado perteneciente, al menos en teoría, a la familia Ezkenazi. Por si no la recuerda, éstos son los dueños del Banco de Santa Cruz, sí, ¡el mismo que operó los fondos desaparecidos de la Provincia cuando don Néstor era Gobernador!; esos dineros faltantes surgieron de la privatización de YPF.
Carlos Menem ofreció a los gobernadores de las provincias petroleras una fórmula que recalculaba las regalías que les correspondían, pero condicionó su aplicación a la aprobación de la ley que habilitaba la venta de la empresa; el famoso “pelo…” Oscar Parrilli fue el miembro informante de la ley, Kirchner llegó al extremo de enviar el avión sanitario para permitir a un legislador del norte llegar al Congreso para la sanción definitiva, y la norma fue aplaudida de pie, por “patriótica”, en el recinto. La Provincia de Santa Cruz recibió entonces más de US$ 600 MM, y acciones de la compañía privatizada, que había comprado Repsol.
Luego, don Néstor vendió esas acciones, con lo cual se hizo de otros US$ 500 MM y, todos sumados, se fueron a pasear por los bancos del mundo, en cuentas a nombre ¡personal! del Gobernador, y nunca regresaron. La Legislatura provincial, bajo su control, aprobó permanentemente sus sucesivas explicaciones, a pesar de los alaridos de los escasos opositores.
Y comenzó el segundo acto de la tragedia. Para entender por qué la califico así baste recordar que, cuando los pingüinos llegaron a la Casa Rosada, Argentina era exportadora neta de energía, y había construido varios gasoductos para exportar el fluido a Chile y a Uruguay, y líneas de alta tensión para enviar electricidad a nuestros vecinos orientales y a Brasil.
Don Néstor comenzó a apretar, vía un populista congelamiento de tarifas, a las empresas que generaban, extraían, destilaban, transportaban y distribuían energía en el país; se llegó al extremo de pagarle a Repsol, por el gas que obtenía en el sur argentino, un tercio del precio que se le reconocía por el mismo gas que producía en Bolivia.
Esa política produjo nefastos resultados: la producción de hidrocarburos cayó en picada y obligó al Gobierno a invertir el sentido de los flujos de los ductos para importar electricidad y gas licuado, otra fuente de “negocios” para los funcionarios, incluyendo las operaciones con Venezuela, “arregladas” con el socio Hugo Chávez. Y, en el caso, llevó a los españoles a mirar con buenos ojos la posibilidad de irse del país.
Alguien les acercó entonces una idea muy original: vender una importante proporción del capital social de YPF (15% + 10%) a una familia local, lo cual sería muy bien visto por Kirchner; por si no lo imagina, se trató de los mismos Eskenazi. Nada importaba que éstos, de la industria petrolera, lo único que sabían era cómo cargar combustible en sus automóviles. Pero, además, los banqueros carecían del dinero necesario para pagar las acciones que compraron así que, “naturalmente”, la propia Repsol les prestó los fondos necesarios y, por si fuera poco, les cedió la administración de la compañía.
Los españoles, encabezados por Antonio Brufau, no eran tontos. Exigieron que el préstamo otorgado fuera pagado por los Eskenazi distribuyendo como dividendos, como mínimo, el 95% de las utilidades de YPF, y que el contrato fuera firmado por don Néstor y por Guillermo Patotín Moreno. En la industria del petróleo, ninguna empresa distribuye más del 30/35%, porque el resto debe destinarse a exploración de nuevos yacimientos; o sea, YPF dejó de buscar y, nuevamente, cayó la producción. Y, por cada US$ 100 que repartió, Repsol se llevó los US$ 75 que le correspondían por sus propias acciones, y los otros US$ 25 como pago de la deuda familiar. ¡Todos de fiesta, salvo la Argentina!
Muerto su marido, Cristina Elisabet Fernández logró, sin esfuerzo, una ley, también aplaudida de pie y por idénticos principios, que le permitió expropiar las acciones que quedaban en manos españolas; cuando éstas protestaron (no sólo no se les pagaría sino que se les cobrarían daños ambientales), la noble viuda envió a Axel Kiciloff a negociar a Madrid y el Ministro, iniciando un hábito que luego ratificó con el Club de Paris, le tapó la cara a billetazos. ¡Le pagó US$ 10.000 MM!, y sus compatriotas, agradecidos, construyeron un monumento a Brufau.
Es decir que la compulsión de los Kirchner por robar no solamente implicó que Argentina perdiera el autoabastecimiento energético y requiriera importar ingentes cantidades de electricidad y gas, sino que esas operaciones significaron un drenaje monumental de divisas, lo cual llevó al default, al cepo cambiario y a la terrible inflación que hoy padecemos.
Las acciones que habían “comprado” los Eskenazi fueron puestas a nombre de dos compañías con nombres similares –Petersen algo- radicadas en España y que, a su vez, pertenecían a otra empresa, también llamada así, creada en Australia. No se sabe –y nadie se ha preocupado por averiguarlo- quiénes son los dueños reales de esta última pero, como soy malpensado, presumo que su apellido comienza con K.
Si acierto en mis sospechas, Cristina y sus hijos no perdieron su vocación por el saqueo, no les basta con los dineros acumulados en las Seychelles y en Angola, y hoy van por más, mucho más; si el Senado sancionara la demorada ley de extinción de dominio, y el H° Aguantadero permitiera el desafuero de la jefa y de Máximo, seguramente otro sería el cantar.
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