Contra el despotismo
Quien estudie la cruda realidad de la crisis política de Venezuela notará que no hay gobierno ni República ni Constitución. Aquí no impera la ley. La nación es víctima de un grupo de poder que lastima la paz y la concordia. Quienes dicen que hacen gobierno son farsantes. Sí,y es bueno reiterarlo, estamos frente a “ñángaras” especialistas en desmantelar al país de la ley, de los preceptos constitucionales y de las buenas costumbres. Aquí no se cumple la Constitución. La volvieron un parapeto para atravesárselo al pueblo cuando piderespeto, probidad, eficiencia y eficacia. Aquí manda el despotismo. Es un despotismo sin luz, sin lustre, sin ilustración. Pero persiste la frase del siglo XVIII: “Todo por el pueblo; pero sin el pueblo.” Mas, en lugar de tener reyes absolutistas, nos calamos a reyes totalitarios. Sólo nos gobierna el resultado incesante de violaciones de la Constitución y los ofensivossecuestros contra los Poderes Públicos. Pareciera que los Héroes Fundadores de la Patria, así con mayúscula, nos gritan la letra del Himno Nacional: “Y sí el despotismo/ levanta la voz/ seguí el ejemplo que Caracas dio.”
Lo que ocurre con el Poder Ciudadano, el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) y el Consejo Nacional Electoral (CNE) no guarda apariencias ni escrúpulos de ninguna especie. Quienes detentan el poder no usan los recursos legalmente constituidos. Esto, además de ser un asalto al Estado que descalifica a todo lo que pueda llamarse revolución, es la continuidad de la farsa fundada desde el año 1999. Revolución no implica, en absoluto, dar malos ejemplos. Por ello le asiste la razón a Jesús Chúo Torrealba, cuando a nombre la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), exhorta a renunciar a “todos (…) “desde Tibisay Lucena hasta Luis Emilio Rondón” como rectores del CNE. Y agrega: “Solo nos conformamos con el respeto estricto a la letra y al espíritu de la Ley y la Constitución.”
Esta “sustancia de poder”, que osa llamarse revolución, después de haber destrozado y debilitado la economía del país, no debería bajo ningún concepto, seguir deteriorando a los pilares éticos que fundamentan la unidad nacional, a nuestras instituciones y al pueblo. ¿Cuál es el interés? ¿Será medrar de la división, la ilegalidad y la destrucción? ¡Innegable! Las respuestas están en los comentarios que hace el descontento generalizado de la población. Hay pueblo aguantando hambre y maltratos. El desiderátum más ansiado por los venezolanos es que, lo que dice llamarse revolución, devuelva al país el hilo constitucional y la credibilidad de sus instituciones. Pues no solo los golpes de Estado causan su rotura, el incumplimiento y las violaciones de la Carta Magna, destrozan a la República y desarticulan su normalidad.
Cualquier venezolano puede preguntarse, ¿qué hacer ante tanta arbitrariedad y usurpación? La respuesta no es tan fácil y es aún más difícil realizarla. Pero, sólo con organización y la operatividad exigente de las comunidades ante los organismos privados y públicos, serán las que darán al país nuevas formas de poder y gobiernos que permitirán, de verdad, el desarrollo social y el bienestar del pueblo.