Consumidor indefenso y desesperado
Entre los temas centrales que he propuesto incluir en una agenda ciudadana independiente para una candidatura a la Presidencia en 2018 figura la defensa del consumidor mexicano. Insisto mucho en él porque destaca la peculiaridad de que no tenemos a quien recurrir ante los abusos constantes.
Doy dos ejemplos, uno de importancia, el otro sintomático. El lunes pasado, a media hora de haber abordado el vuelo de Aeroméxico a Chihuahua, el capitán nos informó que el primer oficial no había llegado debido a una emergencia médica, y que por tanto no podían despegar hasta resolver ese impedimento. Nos bajaron de ese avión y nos hicieron esperar en la sala hasta que una hora y media después nos informaron que el mismo vuelo sí saldría, pero de otra sala. Al llegar a ella resultó que no había hora definitiva para que despegara ese vuelo, pero que quizá habría otro con lugares, saliendo 3 horas y 40 minutos después de la hora prevista del primero.
Si bien el supervisor Ramón Almeida hizo todo lo posible para antagonizar a los enfurecidos pasajeros y prefirió no dar la cara, otra de las agentes de Aeroméxico encontró la manera de trasladar a los pasajeros de ese vuelo al otro a condición de que no lleváramos equipaje. Finalmente llegué a Chihuahua cerca de la una de la mañana, hora de México, con casi cinco horas de retraso.
Entre tanto intercambio con la tripulación del primer vuelo y del segundo, me dieron otra versión del motivo de la desaparición del primer oficial: ante las negociaciones del nuevo contrato colectivo, con frecuencia en estos días, alguien indispensable para el vuelo se esfuma a último minuto para que no pueda despegar y los pasajeros descarguen su furia contra la aerolínea, debilitando así su posición en la negociación.
La exasperación por el retraso se exacerbó cuando en el café de la primera sala, mi amigo Pedro Sáez y yo quisimos tomar un etiqueta negra con tehuacán. Un joven dependiente nos sirvió perfectamente bien el escocés, pero nos trajo tehuacán sin gas. Después de que nos bajaron del avión y nos hicieron esperar en la sala, volvimos al mismo café a pedir otro etiqueta negra e insistimos en si podía dárnoslo con tehuacán, a lo cual el joven en esta ocasión nos dijo que no tenían agua mineral con gas en ese café. Con el buen trato que lo caracteriza, Sáez le dijo ¿por qué no vas al café de enfrente con este dinero y te lo traes para acá? —No puedo —contestó el dependiente, ante lo cual, yo que seguía estando de buen humor, fui a comprarlo. Cuando me aprestaba a mezclarlo con mi bebida, viene el joven de nuevo y me dice: ya no tenemos etiqueta negra. Terminé tomando el tehuacán con gas y sin whisky. No apareció nunca un gerente y el joven no sintió la necesidad ni de resolver el problema ni de pedir una disculpa, solo de poner cara de what.
No tengo cómo defenderme de Aeroméxico, que es importante, ni del café, que no lo es. Así estamos los consumidores mexicanos. No recibí ni pido ningún trato especial. Fui víctima del mismo maltrato e indefensión de todos los pasajeros de Aeroméxico y de los usuarios de los bares y cafés del AICM.