Confesiones de un bólido arrepentido
Una vuelta de tuerca en el Ciclo CIRUGÍA DE CORAZÓN ABIERTO
Nuestro mundo es una suerte de orquesta con tonos y voces disonantes que imponen sus sonidos y tonalidades y exigen respeto y autoridad; pero al final de cuentas, eres tú quién decide qué es válido y a que le das valor. Hay algunas de esas tonalidades que son el bajo continuo y marcan el ritmo, a veces las asumimos sin reflexionar qué hay detrás o si son válidas. Una de esas tonalidades es la importancia que le damos a la velocidad. Tenemos listas de las empresas que han logrado más rápido ascender a los albores de las más grandes o los más influentes, nos llenamos la boca de lo que otros han logrado, y si fue “rápido”, tiene aún más valor. Si nos tardamos en aprender una destreza nos avergonzamos y sentimos de nuestros hijos orgullo si aprendieron algo rápido o si son mejores que sus compañeros.
La verdad es que no valoramos la excelencia si es lenta y eso dice mucho de quién somos y el mundo que generamos… idolatramos la AI porque vamos a lograr más rápido alcanzar éxito o avasallar a los competidores, pero no nos detenemos a pensar, ¿Qué es el Éxito?
Yo era un bólido desde pequeño
Yo crecí en el mundo automotor, mi padre era socio de la empresa que instauró la Toyota en Venezuela, a los 16 años de mi hermano, mi papá devolvió un Corvette que había comprado, porque vio que mi hermano lo sacaría sin su permiso y sucedería una tragedia. Cuando yo tenía 15 mi hermano construía carros para hacer Street Racing. Yo creía que la velocidad era lo máximo… y ese fue sólo el comienzo.
De adolescente alardeaba de cómo me llevaba de noche el coche de mi padre sin permiso y cómo llegaba a casi 200Km/h. Cuando algo me costaba aprender o lo desechaba o descalificaba como poco importante… racionalizaba cualquier idea que me permitiera mantener la imagen en mi corazón de que yo era rápido y certero. La realidad es que ese valor me acosaba y no me permitía disfrutar ni siquiera de mis logros.
El choque con la realidad
Por avatares de mi vida, a los 18 años yo vivía solo en Miami y comenzaba mis últimos dos años de bachillerato. Aunque hablaba inglés bastante bien, no es lo mismo que ir a un bachillerato en Estados Unidos y tener que hacer exámenes y trabajos en un idioma que no es tu idioma nativo; yo ni siquiera sabía escribir bien en castellano. Pero esas realidades estaban en mi espalda, yo iba más rápido que ellas. Cuando comencé la universidad, la realidad me alcanzó y me estrellé contra la pared que no quería ver y estaba en frente de mis narices.
Para entonces tenía 4 años de haber salido del “yugo” de vivir bajo el techo y autoridad de mi madre y en el primer año de universidad entre en Provation (ES: a prueba), eso significaba que si no aumentaba en el siguiente trimestre mi promedio de notas a 2.5 me suspenderían por 3 meses… eso significaba que mi padre me devolvería a Caracas sin contemplaciones y punto. Entré en pánico, estaba dispuesto a hacer lo que fuera, pero aprender a escribir aceptablemente en inglés a nivel universitario era más grande que yo. Por casualidad conocí a una profesora que era una psicóloga y terapeuta de lenguaje… y le conté mi dilema. Ella recomendó que fuera a su despacho e hiciera una sesión de terapia.
Voy a reducir dos años de terapia en una frase: descubrí como venía barriendo debajo de la alfombra toda la mierda de mi vida y como la velocidad hacía que pasara todo desapercibido. Desarrollé la habilidad de “limpiar mi Corazón” de toda la desinformación, mala interpretación de lo que quería y de los ‘deseos de ser’ que no estaban alineados con lo que podía en verdad lograr… en realidad fue el inicio, pero aprendí a hurgar debajo de lo aparente, a limpiar lo que hiciera falta y enfrentar la incomodidad. Fue entonces que acuñé las frases: “el que limpia se ensucia.”
Me tardé 20 años en desacelerar… cuando vas muy rápido, no puedes frenar de golpe sin consecuencias severas. Quizás es porque no sabes cómo frenar de golpe… los dolores de vida y las adversidades van exigiéndote que reduzcas la velocidad y te des cuenta de qué está en realidad pasando. Hay quienes aun así no desaceleran… ya el choque les hará detenerse.
Con la velocidad te pierdes el entorno
¿Cuándo fue la última vez que te detuviste a escuchar una pieza de música hermosa o ver una pintura u obra de arte? Pero hacerlo de verdad, tomándote el tiempo y dejar que el rocío de su presencia moje tus sentidos y te cambie. Cuando vamos rápido nos perdemos la Belleza, lo Importante, la Verdad… nos dejamos atrás a nosotros mismos. Nuestra presente cultura no se detiene, va apurada saciando todos sus apetitos sin discriminar, no tiene tiempo, corre hacia el precipicio.
Vivimos en un planeta hermoso, las personas, a pesar de todas sus complicaciones, son una hermosa e interesante mezcla de limitaciones y ambiciones hacia logros; el entorno tiene mucho que decirnos de quién en verdad somos y qué necesitamos para crecer y ser más plenos… pero todo nos lo perdemos si vamos muy rápido. Vamos apurados de aquí a allá y no sabemos en verdad a dónde vamos o qué estamos haciendo.
En el camino, cuando estés apurado y crees que llegas tarde o te pierdes algo… detente, mira a tu alrededor, huele las rosas, mira los colores, observa tus pies conectarse con la tierra. Quizás te venga algo que vale la pena y puedas disfrutarlo, no creas que sabes todo lo que necesitas, deja espacio y tiempo para lo que no sabes.
Yo me arrepentí de cuán bólido era, hoy trato de disfrutar hasta los momentos difíciles… y ¡Cuánta diferencia ha hecho!
Próximo martes…
Las imágenes que impactan al Corazón
Nos generamos imágenes de lo que son las cosas y el camino del Corazón es de soltar lo que no es, pero para ello necesitas reconocerlas… aprender esa lección es lo que lo antiguos llamaban sabiduría. Llegamos a la recta final del Ciclo CIRUGÍA DE CORAZÓN ABIERTO.
EL PUNTO a la i
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