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Condiciones para negociar abundan

La propuesta del gobierno español, a través de su canciller, Josep Borrel, de cambiar la línea de sanciones contra Nicolás Maduro por iniciativas que propicien el diálogo entre el Gobierno y la oposición venezolanas, fue respondida de inmediato por un grupo de dirigentes en el exilio y de los que aún permanecen en Venezuela, señalando que no existen condiciones para tal diálogo, y que la iniciativa representa una cortina de humo de Podemos, el Psoe y Pedro Sánchez para permitirle al mandatario venezolano ganar tiempo frente al acoso al que está sometido en el plano internacional y para disimular la grave crisis doméstica.

Maduro, sin duda, necesita ganar tiempo. El mundo se le vino encima. Carece de credibilidad. Se encuentra aislado. Ningún inversionista importante, incluidos los chinos, quieren traer sus capitales a Venezuela. La inseguridad jurídica, la corrupción y la ineptitud forman un coctel letal. Depende del oxígeno que le transmiten los militares. Sabe que el cable que lo conecta a esa bombona puede obstruirse en cualquier momento. Trump llamó a las Fuerzas Armadas a restituir el hilo constitucional. La amenaza de llevarlo a la CPI por parte de un número creciente de países, pende sobre su cabeza.

Todas estas son verdades evidentes. Sin embargo, también es cierto que tanto él como sus colaboradores más cercanos y comprometidos con las fechorías del régimen, para no hundirse aún más, necesitan contar con vías de escape que permitan un cambio progresivo hacia un nuevo gobierno, que inevitablemente, al menos durante su fase inicial, deberá incluir gente vinculada con el madurismo.

En el país existen condiciones para que la oposición inicie un diálogo con el Gobierno por el acoso al que éste se halla sometido y, sobre todo, por el indetenible deterioro de la nación. Los venezolanos padecen un sufrimiento bíblico. Todos los experimentos alocados de Maduro sólo multiplican las penurias y aceleran el éxodo de compatriotas hacia Colombia y otros países. El régimen frente a sus errores no corrige; y ante las presiones no retrocede. Quienes cargan con el mayor peso  de su terquedad son los grupos más vulnerables, cada vez más famélicos y arruinados.

El ambiente para dialogar existe. ¿O es que las condiciones objetivas estarán dadas sólo cuando de Venezuela queden nada más que escombros o la polarización alcance tales extremos que la violencia se haya desbordado y se haya desatado una confrontación bélica como la que destruyó a Siria? El diálogo en este  país, que en algún momento tendrá que producirse, será para trazar las líneas de cómo esa nación  va recuperarse de la devastación total.

Antes que, de forma irreflexiva, negarse a dialogar, la oposición tendría que realizar los ajustes internos que le permitan volver a constituirse en un interlocutor válido y peligroso para el régimen. En la actualidad no lo es. La oposición, por su dispersión y contradicciones internas, carece de peso propio. Ocupa un lugar accesorio en el escenario  nacional. La oposición tendría que definir  aspectos relacionados con los actores y objetivos de ese diálogo. Rodríguez Zapatero  no debería ser el puente que conecte a la oposición con el Gobierno. Ese papel podría cumplirlo alguien como Federica Mogherini, quien goza de la autoridad y el prestigio para llevar adelante unas conversaciones equilibradas.

Algunos de los temas políticos que deberían tratarse podrían girar en torno al status  de Maduro luego del 10 de diciembre de 2019, fecha a partir de la cual perderá la legitimidad de origen, pues los resultados de las elecciones presidenciales del pasado 20 de mayo fueron rechazados por una sólida cantidad de países democráticos. El debate en relación con la Constitución que elabora la Asamblea Constituyente podría dar origen a una norma transitoria que permita llamar, en un período muy breve,  a la relegitimación de los poderes públicos, entre ellos al Presidente de la República, con un nuevo CNE, surgido del diálogo propuesto por distintos agentes de la comunidad internacional.

Tenemos que intentar resolver la crisis nacional dentro de un ambiente caracterizado por la paz. Esto es muy fácil decirlo, pero muy difícil lograrlo, por la vocación totalitaria del régimen. Contamos con que hasta los aliados más cercanos del régimen, como Rusia y China, opuestos  a cualquier tipo de intervención armada en Venezuela, abogan por una solución pacífica al conflicto y, según las evidencias, no obstaculizarían los acuerdos hacia la transición.

El carácter internacional adquirido por los problemas nacionales podrían conducir, si la oposición no se recompone y actúa con un grado mayor de responsabilidad y pragmatismo, a que un grupo de naciones, donde podría entrar China, ignoren a la dirigencia opositora, erigiéndose ellas en las interlocutoras de Maduro, con el fin de concretar acuerdos que abran las compuertas hacia la normalidad institucional. Este peligro ha sido advertido con toda razón y claridad por el embajador Emilio Figueredo.

Esperemos que la sensatez retorne a la dirigencia opositora. Condiciones y temas para negociar abundan.

@trinomarquezc

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