Con sangre entra
“Veo bandas rapaces movidas de codicia -la más vil de las pasiones- enseñorearse del país, dilapidar sus finanzas, pervertir su administración, pavonearse insolentemente en cínicas ostentaciones, comprarlo y venderlo todo, hasta comprarse y venderse unos a otros a la luz del día». José Manuel Estrada
Mi columna de la semana pasada, al igual que ésta escrita el sábado por la noche, abusó del humor para describir una realidad cada vez más preocupante, y quedó fuera de lugar cuando terminó la farsa de la elección en Tucumán, sumergida en un caos demencial de violencia y sangre. ¿Cuánto tuvo de «ejercicio de cuadros y de tropas en el terreno», con vistas al gran combate de octubre?; la quema de urnas, los disparos en las escuelas, la intimidación a fiscales y periodistas, el robo de boletas y la falsificación de telegramas fueron maniobras tácticas practicadas ese día y puestas a punto para la siguiente ocasión. Los hechos (que son sagrados, como dice el Dr. Fayt) mostraron hasta qué punto está dispuesto a llegar el Gobierno para conservar el poder; si estaba convencido de que Manzur ganaría, ¿para qué armar ese siniestro festival?
Lo sucedido, sin embargo, tuvo un costado positivo, porque detonó la reacción de la ciudadanía tucumana y permitió que a las fuerzas opositoras les entraran las lecciones, y sus líderes, convocados por un generalizado repudio, reclamaran la urgente reforma del obsoleto sistema electoral que nos hemos dado, que habilita todas las formas de fraude, comenzando por el control de los comicios por el Poder Ejecutivo, a través del Ministerio del Interior y del Correo Argentino, en manos de La Cámpora.
Lo que hemos visto en Tucumán nos dice mucho acerca de qué puede suceder en las elecciones nacionales del 25 de octubre, cuando el oficialismo, aupado por unas encuestas dibujadas exprofeso, que muestran a Scioli a sólo cuatro o cinco puntos de consagrarse, con el 45%, en la primera vuelta electoral, ejerza esta forma de «contar» los votos para perpetuar el modelo, en especial en el norte del país y en el temible Conurbano bonaerense. Si no lo lograra creo, porque ya lo demostró, que será capaz de incendiar Roma.
Contra esa improbable posibilidad de Lancha de alzarse con el triunfo, lo cierto es que el famoso «cisne negro» -el factor imponderable que puede convertir cualquier cálculo en papel mojado- parece haberse transformado en una renegrida bandada: su viaje a Italia, las inundaciones (los meteorólogos auguran que las lluvias se repetirán con similar violencia antes de octubre), los hechos de Tucumán y su buscado (y luego lamentado) abrazo a Alperovich y a Manzur, su declaración de bienes inexplicables, la guerra de Insfrán contra un ídolo de multitudes como Carlitos Tévez, la propia candidatura de Anímal, la caída en los precios de nuestras exportaciones, la dramática escasez de reservas, el recrudecimiento de la inflación y su silencio respecto al asesinato de Nisman (¡qué llamativa velocidad para iniciar la investigación sobre su patrimonio!), el memorandum con Irán y la causa Hotesur son algunos de los pájaros que la integran. Cuánta importancia final puedan adquirir para una sociedad tan anestesiada es una de las mayores incógnitas del momento.
No se trata, entonces, sólo de una mejor y mayor fiscalización del acto, que seguramente se logrará por la práctica adquirida por quienes la ejercieron en las PASO, sino en descubrir cómo hacer para dar velocidad, transparencia y, sobre todo, veracidad y credibilidad al escrutinio final. Si la oposición se limita a actuar con su candorosa inocencia habitual -como fue el reclutamiento de fiscales a través de las redes sociales, lo cual permitió que se anotaran kirchneristas para cumplir ese rol, que después desertaron- y con dar ejemplos de buenos modales, mientras admite que la información de cada mesa se trastoque en su camino a los centros de cómputo, todo se habrá perdido y el cristinismo habrá logrado su propósito de seguir en el poder a través del Chino Zaninni, de Anímal y de los emires feudales de Formosa, de Tucumán, de Jujuy y de otras provincias.
Creo que no disponemos de tiempo para cambiar, en sólo dos meses, el sistema -sea yendo hacia el voto electrónico, sea hacia la boleta única- que permitiría evitar algunos de los mayores vicios, pero estoy seguro que, al menos, se podría montar un enorme equipo de fiscales electrónicos para un efectivo control del escrutinio; además, como ya lo ha sugerido alguien de la oposición, debemos exigir la presencia de veedores internacionales, y cuantos más, mejor. Después del cenagoso chiquero en que el Gobierno ha convertido a la economía, y con la terrible herencia que dejará a su sucesor, éste -quien quiera que sea- necesitará de toda la legitimidad para encauzar y dar credibilidad al país; ese esencial requisito faltará si las elecciones que lo unjan resultan controvertidas o, literalmente, robadas.
Hasta ahora, creí que una eventual renuncia, antes de octubre, de Sergio Massa a su candidatura presidencial resultaría contraproducente, ante un eventual vuelco de su electorado peronista al redil del ¿Frente para la Qué?, pero ya no estoy tan convencido; básicamente, porque la presencia dividida del PRO y del Frente Renovador podría llevar a que ninguno llegara al 30%, y eso habilitaría a Lancha a triunfar -siempre fraude mediante- con sólo el 40%, en este curioso sistema de ballotage que los argentinos tenemos para las presidenciales. En la Provincia de Buenos Aires, donde gana quien simplemente obtiene más votos, la situación es distinta, porque allí están en condiciones de alzarse con el triunfo tanto María Eugenia Vidal (la candidata más votadas en las PASO) cuanto Felipe Solá, quien podría reunir los votos peronistas de Julián Domínguez y de barones hartos del kirchnerismo, que los lleva a la derrota.
De todas maneras, resulta esencial reiterar que el futuro se presenta muy difícil, tanto por la horrible situación interna como por las conmociones que, día a día, se producen en el escenario internacional, por las dificultades que afrontan Brasil (¡un espejo que nos avergüenza!) y China -nuestros principales clientes- y, sobre todo, por la devaluación masiva de las monedas de todos nuestros competidores y vecinos. Así, las drásticas correcciones que resultará inevitable realizar sobre el rumbo económico, en especial sobre el mega-gasto público que el kirchnerismo impuso, requerirá de fuertes consensos parlamentarios y sociales, que sólo podrán generarse a partir de la interacción generosa entre los distintos actores políticos, y allí se abre una puerta amplia, por ejemplo, para compartir espacios en el gabinete y en el Congreso, es decir, para constituir una amplia base aliada.
Cambiando totalmente de tema, y dado que también en este asunto la letra con sangre entra, algo acerca de la crisis de la inmigración ilegal de los miles de africanos que conmovedoramente luchan por una vida simplemente viable y están dispuestos a perderla en el intento, porque el infierno que dejan atrás es aún peor. Con toda humildad y desde este remoto lugar, me permito formular una sugerencia a la Comunidad Europea entera: ¿por qué no reparar algunos de los grandes errores de la época colonial y crear un Plan Marshall para África, que genere educación y riqueza para permitir a sus poblaciones permanecer en sus países de cuna?
Como todos sabemos, el original de ese plan hizo que Europa, después de la pavorosa destrucción que provocó la II Guerra Mundial, se recuperara con fuerza en pocos años. Muchos historiadores adjudican las razones que llevaron a los Estados Unidos a destinar tan ingentes fondos a esa reconstrucción al egoísta propósito de regenerar mercados para sus productos; aunque así fuera, los muchos millones de seres humanos que habitan en el continente negro y los enormes recursos de los que disponen los países sub-saharianos debiera servir, ahora también, como similar aliciente y, en especial, evitaría esa justificada invasión al continente europeo, tan rico y tan cercano.
El también dramático caso de Oriente Medio es diferente, porque quienes emigran huyen de la guerra y del demente Ejército Islámico. Un elemental instinto de auto-preservación debería obligar a reflexionar a los países centrales, creadores de ese caos por su avidez del mar de petróleo involucrado, e imponerles poner fin al mismo, ya que los inmigrantes árabes no se integran a las comunidades que los acogen y, por su infinitamente mayor tasa de crecimiento demográfico, terminarán por islamizar a Europa entera.
Los chinos tienen una curiosa maldición: «¡Ojalá vivas tiempos interesantes!»; no hay duda que nos está siendo destinada.
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