Cómo salir del laberinto después que se haya ido la marabunta chavista/madurista
Ver también el Foro de Analítica.com y mi programa de radio sobre este tema en los siguientes links:
Foro de Analitica.com, coordinado por Emilio Figueredo, con Gustavo García, Gerver Torres y el suscrito:
Por supuesto, ni pensar en reconstruir a Venezuela con los pillos chavista/maduristas en el poder. Esa gente debe ser expulsada del poder y llevada a la cárcel. Sus principales cabecillas deberán ser extraditados a países donde se le apliquen penas que no existen en Venezuela, como castigo de sus fraudes financieros, lavado de dinero, contrabando de oro y otros minerales y tráfico de drogas. Los culpables civiles y militares en la cúpula de la dictadura forman una “élite” de unos 50 cabecillas, que van desde la pareja “presidencial” hasta miembros de los altos mandos militares.
Tan pronto esta tarea profiláctica sea llevada a cabo podrá comenzarse el laborioso trabajo de reconstrucción de nuestro país en ruinas. Para ello es indispensable saber cuáles son los factores sociológicos y políticos que nos han llevado al laberinto en el cual se encuentra Venezuela.
Hay al menos cuatro características resaltantes de nuestra sociedad que han jugado un papel predominante en la presente situación: La primera es que hemos tenido históricamente un anhelo de igualdad social que se manifiesta en todos aspectos de nuestra vida, somos una sociedad del tú y del mi amor que corta a través de estratos sociales. Esa característica no es mala per se pero se le hadado indebido énfasis, generando un deseo de lograr derechos a expensas de nuestros deberes.. La segunda es la fuerte relación de dependencia que el venezolano muestra en el estado, el cual vemos como una figura autoritaria sucesora de la monarquía y como reemplazo del padre que muchos no han tenido en el hogar. La tercera es que hemos cultivado una idolatría por nuestro pasado heroico, militar, basado en la figura de Bolívar. El hecho de tener a Bolívar como padre de la patria nos ha hecho narcisistas y enamorados de ese pasado glorioso, el cual hemos visualizado como evidencia de nuestra excepcionalidad como pueblo. Creemos tener las más bellas mujeres, las montañas más altas, los tepúes más misteriosos, un relámpago del Catatumbo que nunca descansa y, como decía un amigo de Maracaibo, hasta un hielo más frío. Y la cuarta característica es que nos consideramos un país rico, que ha recibido un regalo de la naturaleza, el petróleo, el cual debe ser repartido entre todos nosotros, sin que tengamos que trabajar duro.
Este cóctel sociológico ha generado un venezolano individualista, temeroso y dependiente de la autoridad, el estado, al cual ve como el gran padre, como sustituto del padre que muchos no han tenido, un venezolano que piensa que tiene derechos pendientes y mientras -no los reciba no pueden pedírsele deberes, un venezolano obsesionado por el cómo quedo yo allí.
Nuestros líderes políticos, tanto en dictadura como en democracia, han reforzado estas actitudes. Prometen al pueblo que les será saldada la deuda social que el estado ha contraído con ellos y generan textos constitucionales en los cuales los derechos son predominantes mientras los deberes brillan por su escasez y hasta ausencia. Contribuyen a acentuar la naturaleza omnipotente del estado debilitando así el concepto más amplio de nación, lo cual le ha restado capacidad de decisión al pueblo.
Los venezolanos tienden a ser fatalistas ante este estado de cosas, piensan que así somos, como si las actitudes colectivas que nos han llevado al fracaso fueran congénitas, inscritas en nuestros cromosomas. Si así fuera el caso no tendríamos remedio. Pero ese no es el caso. Más que la existencia de un destino gris inevitable nuestro problema parece ser lo que algunos sociólogos han denominado la desesperanza aprendida, “un estado en el que el individuo piensa que es incapaz de cambiar su entorno. Es la percepción de una imposibilidad de lograr cualquier cosa, la idea de que no hay nada que hacer, ni ahora ni nunca, lo que plantea una resignación forzada y el abandono de nuestros sueños de superación.
El sacerdote José Virtuoso, educador jesuita, definía así la Venezuela del siglo XXI: Pareciera que hay una gran resignación…. lo que nos está pasando es algo peor que la resignación. Me refiero a que los niveles de sentido de pertenencia, de sentido de identidad, digamos, de búsqueda de un horizonte común, se han desdibujado. Cada vez somos una sociedad más fraccionada, más dividida; una sociedad donde se genera poco entusiasmo por ser parte de ella. Hay una suerte de desilusión colectiva que nos ha atomizado profundamente. Ese es el resultado de un proceso de anomia, de un proceso de disgregación social, que lleva al sálvese quien pueda, haga como pueda, no espere que esto vaya a cambiar”.
La realidad que enfrentamos hoy ha sido el trágico resultado de esta negativa carga histórica. Nos ha llevado a transitar por un largo y tenebroso túnel de miseria material, abuso de poder político, crueldad de los tiranos hacia los más débiles y una galopante corrupción cívico-militar.
Ello ha colocado a Venezuela, país que fue durante los 40 años de democracia, 1958-1998, de nivel socioeconómico cercano al de los países desarrollados, a una situación actual de abismal atraso, al nivel de los países más miserables del planeta.
¿Cómo cambiarle la cara al país?
Si nosotros hacemos esta pregunta a compatriotas activos en diferentes sectores de la vida nacional seguramente nos dirían:
Debemos rehabilitar PDVSA, Desarrollar el turismo, Sembrar para ser autosuficientes en el sector agrícola, Crear una industria minera moderna y eficiente, ecológicamente responsable, Meter a los corruptos en la cárcel aplicándoles la justicia con severidad. Darle a las universidades más recursos, alimentar mejor la población, llamar en nuestro auxilio al capital privado internacional, etc. etc.
En muchos sentidos, todas estas respuestas suenan correctas, pero – al mismo tiempo – y como sucede con el ser humano, no parece lo más eficiente tratar cada órgano por separado, sino tratar al país de una manera integral, holística, tal como un médico debe ver a un ser humano. Si hacemos esto todo los demás aspectos de la vida nacional arriba mencionados nos sería dados por añadidura.
¿Cuál es – en mi opinión – el ingrediente holístico, integral, “mágico” que le hace falta al país para salir del túnel? Creo que debe ser la creación de un tipo diferente de venezolano, que no sea un simple habitante poseedor de las características negativas que hemos mencionado, sino que sea un buen ciudadano activo. Cambiar a Venezuela requerirá cambiar al venezolano, llevar a cabo un proceso de modificación actitudinal en el venezolano promedio que lo haga ver sus derechos y deberes bajo una nueva luz, que lo haga ver a su sociedad como una comunidad y no como un escenario de lucha suma cero, en el cual alguien tiene que perder para que él pueda ganar.
En este momento alguien sonreirá o reirá abiertamente. ¿De qué habla este tipo? ¿Cambiar al venezolano? ¿Cómo? ¿Con una varita mágica?
Este cambio puede hacerse. No necesitamos una varita mágica, eso sí, necesitaremos un liderazgo honesto y perseverante en un país democrático, otro trio de presidentes a lo Betancourt, Leoni y Caldera I. Tres o cuatro presidencias sucesivas de esta calidad serían necesarias para cambiar sustancialmente la fisonomía ciudadana del venezolano mediante un programa de educación ciudadana como política de estado. Se trataría de iniciar tal programa desde el kindergarten, con el venezolano de cuatro a cinco años y continuarlo, año tras año, hasta que el joven de 17-18 años sale a la universidad o al mercado de trabajo. Por unos 14 años el venezolano estaría expuesto a un programa de educación ciudadana que vaya generando en él o ella una segunda naturaleza ciudadana, como fino guante indivisible de la mano. Un programa de esta naturaleza debe ser de primera prioridad en las escuelas del país, debe ser perseverante, debe mantenerse a través de ciclos presidenciales. Yo creo que este programa formaría la columna vertebral de una nueva ciudadanía en Venezuela. En una o dos generaciones tendríamos una masa crítica de buenos ciudadanos, a diferencia de la masa crítica de gente dependiente en el estado que caracteriza a la Venezuela fracasada de hoy.
Así como un edificio sin bases sólidas no podría mantenerse en pie por mucho tiempo nuestro país ha tratado de construir un edificio gigantesco, la llamada Venezuela Potencia del siglo XXI – sin poseer una masa crítica de buena ciudadanía y, peor aún, creando una base de mala ciudadanía adoctrinada con mitos y leyendas, a la cual se le ha vendido que el estado revolucionario, ese doble monstruo, les proveerá de todo lo necesario. Por breves años se logró mantener esa ilusión a punta de dinero petrolero, gracias a la mayor lluvia de petrodólares jamás disfrutada por Venezuela en su historia, avalancha que el gobierno de turno, Chávez/Maduro, procedió a despilfarrar en subsidios directos a la población, a robarla o a financiar regímenes ideológicamente similares en otros países. Al final de la avalancha de petrodólares el país está más arruinado y su población más desesperanzada que nunca antes.
Este programa de educación ciudadana no es toda la solución por supuesto pero si es una condición indispensable para salir del túnel. Proveería el material indispensable para la reconstrucción del país. No hay riqueza material que pueda ser suficiente para garantizar el bienestar de una sociedad, si no existen suficientes ciudadanos.
Hago un llamado a los líderes de la Venezuela democrática que vendrá para que incorporen en sus planes de gobierno, con carácter de política de estado, un programa de educación ciudadana que forme un nuevo venezolano, que le enseñe a nuestra juventud desde los cuatro años de edad hasta los 18 años, como debe comportarse un buen ciudadano activo.
Si no construimos sobre estas bases el edificio no se podrá mantener en pie.