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¿Cómo justificar lo injustificable?

Desde el mismo 20 comenzaron las reseñas acerca de las “vivezas” de los gobierneros para tratar de frenar la avalancha de ratificaciones de firmas que se les venía encima.  Y cuando digo desde el 20, digo mal porque desde antes, ya muchas personas habíamos señalado las absurdas disposiciones que Tibi y sus maléficas habían cocinado a fin de hacer nugatorio cualquier esfuerzo de los ciudadanos para tratar de enderezar el camino de la patria que el régimen empezó a torcer desde el mismo 1999.  Nadie se explica, por ejemplo, por qué había que validar con las huellas de cuatro dedos cuando el día de las votaciones solo con la del pulgar basta; mucho menos la gente comprendió esa decisión de dejar ciertas localidades con decenas de miles de habitantes sin captahuellas mientras que en otras de poca densidad poblacional, y bien alejadas del centro de gravedad demográfica de los estados, abundaban.  En lo que me toca más cerca, puedo certificar que en los siete municipios carabobeños que albergan a más del 75% de la población había 8 máquinas, mientras que a tres que no llegan al 5% se les dotó de 7 captahuellas; que en Morón había 3 pero que en su vecino Puerto Cabello —que casi lo triplica en habitantes— no había ni una.

Esas vivezas pendejas fueron potenciadas tanto por algunos gobernadores y por unas cuantas autoridades militares que buscaron dificultar aún más el desempeño cívico de la población. Unas y otras actuaron en contra de lo que juraron alguna vez: defender la Constitución y las leyes los unos; defender la Patria y sus instituciones, las otras.  Son, pues, unos fementidos, unos felones.  Lo que debieron hacer era facilitar a los ciudadanos el ejercicio de un derecho plasmado en la Constitución, no meter palos en las ruedas de la carreta.  Fueron abundantes las “alcabalas” surgidas ese día para refrenar a quienes, por la “perspicacia” del CNE, debieron coger carretera hacia otros lugares de sus estados para poder validar.  En ellas, unos “guardias” —lo pongo entre comillas porque yo, que sí fui y soy guardia, nunca avasallé a nadie en el uso de sus derechos ni permití a mis subalternos que lo hicieran—, contrariando lo que dice la Ley de Identificación, despojaban a los viajeros de sus cédulas. O, cuando estos se rehusaban a entregarlas, pues retenían el autobús, obligando a sus ocupantes a proseguir a pie, convirtiendo el viaje en una peregrinación.

Para hacerla más ardua, los gobernadores pusieron al mismo lado de las “alcabalas” a grupos mercenarios, armados con objetos contundentes, que buscaban amedrentar a los ahora caminantes.  Las actuaciones de los gobernadores de Carabobo, Nueva Esparta, Zulia y Táchira —todos ellos militares en mala hora— fueron especialmente virulentas.  No importa lo que digan de labios para afuera, no creen en la democracia; les importa un bledo el pedacito de la Constitución que habla de “gobierno alternativo”; lo de ellos es eternizarse en el poder.  Porque, claro, ellos saben muy bien lo que explica el refrán: lo difícil no es cabalgar un tigre sino bajarse de él después.  Todos se saben reos y por eso tratan de correr la arruga.

¡Ah, y qué gusto da saber que todas sus sinvergüenzuras no les sirvieron!  Porque, navegando con el viento en contra, rodeados de toda clase de bichos ponzoñosos, logramos prevalecer.  ¡Cuánto orgullo saber que se cumplió con el deber cívico a pesar de las muchas trabas que nos pusieron quienes, más bien debieran habernos facilitado el descargo de ese deber!  Quedó más que patente el contubernio CNE-FANB-“gobernantes” para agudizar la persecución política en contra de quien intente pensar diferente a lo que es la ideología oficial.  Claro que aquellos contaron con una que otra “ayudadita” de algunos jueces y fiscales.  Todo el mundo comenta sotto voce el contubernio entre la gobernadora de un estado central, un fiscal y una juez para mandar con apenas un simulacro de acción legal a unos muchachos —uno de ellos, estudiante en Harvard— a la penitenciaría por el “delito” de llevarles recursos a los activistas de ese estado para que pudieran llevar a cabo sus apoyos a los ratificadores.  Las fotos de los jóvenes, vestidos de amarillo y la cabeza rapada, que hicieron circular buscan amedrentar a otros.  No saben, ilusos, que eso los solivianta y estimula más a ayudar a salir del actual estado de cosas.

Recientemente, Jorge Lanata —el ácido periodista argentino que está mostrando al mundo los latrocinios de los Kirchner y sus allegados— recordó que León Festinger sugirió que, “en determinadas circunstancias, el hombre niega lo que ve”; que eso tiene que ver “con la necesidad de las personas de ser congruentes con ellas mismas y justificar sus acciones, aun cuando las hayan realizado sin razón o desconociendo porqué”; que es “algo habitual en la discusión política, donde lo que importa es convencer al otro y no aclarar el fondo de la cuestión”.  En eso es que están los que tanto dificultaron la validación de las firmas.  Porque, sigue Lanata, “no soportamos al mismo tiempo dos pensamientos contradictorios y, para justificar nuestra contradicción, es común que inventemos nuevas ideas absurdas.  Son gente que, si se pusiesen la mano sobre el corazón, no pudieran dejar de reconocer que voluntaria y continuamente, durante 18 años han aupado —más que todo por afán de beneficio propio— un régimen de terror.  ¿Cómo van a justificar lo injustificable?  Ni siquiera con sus descarados intentos de transformar al culpable de todo en un dios, a su heredero en un santo y a su ideología fascista en una religión…

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