Comité Investigador de Dolosos Homicidios (CIDH)
Es el nombre con el cual el usurpador y desde luego el embajador cubano que funge de miembro del gabinete identifican a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Es natural que así sea, por el despliegue de violencia desatado contra la población durante estos 21 años, que acaba de cumplir en ejercicio del poder el chavo-madurismo, teniendo como meta alcanzar la rendición de la población, que por medio del “paredón” logró hacerlo en Cuba, con la ayuda de los tiburones en el mar, hace sesenta años el castrismo, pero que hoy se reanima.
La diferencia radica en que la llegada de Castro significó no solo la toma del poder absoluto, sino la visión por el mundo de la saña con que actuaban como un desahogo imposible de contener. Con algunas diferencias ocurriría 20 años después en Nicaragua con la llegada de los mal llamados “sandinistas”; y con mayores diferencias en Venezuela cuarenta años después.
No pudieron los sandinistas, porque no podían saciar el ansia de matar a la disidencia sin despertar el repudio universal, aun entre simpatizantes que lanzarían su voz de condena, aunque pudieran complacerse en su fuero íntimo. La experiencia del desplome del sandinismo por vía electoral, a pesar de la competencia desigual fue, un alerta contra una precipitación.
Una cosa es llegar y matar, excusándose en la violencia física y anímica originada en el combate; y otra muy diferente llegar como invitado, con las puertas abiertas, la cortesía propia de la democracia y hasta el servicio de “valet” que pregunta “¿qué otra cosa necesita su excelencia recién llegada, acaso una asamblea constituyente, para confeccionar el poder a su medida?”.
Así fue, pero no fue suficiente. Necesitaban como lo hizo Castro que desapareciera la disidencia. Los que dirigieron tendrían que estar muertos, presos o exiliados. Tampoco fue suficiente, porque iban apareciendo nuevos dirigentes y había necesidad de nuevos muertos, nuevos presos y nuevos exiliados.
La represión no se detiene, pero la saña ya no se ve como algo imposible de contener. No en balde han transcurrido 21 años de su llegada al poder y 28 de su alzamiento. Quizá Zapatero, Iglesias y alguno que otro desconocido para mí, pero reconocible por ellos, ven como razonable la saña, sobre todo si es para conservar el poder. El resto del mundo la ve como lo que es: Sevicia y toma del poder sin legitimidad alguna. ¿Con qué otra cosa lo acompañan? Con un magistrado en el tsj que está convicto por homicidio y aunque las penas no son perpetuas, me pregunto ¿cuál será su criterio para juzgar como culpable o inocente a alguno de los posibles indiciados por homicidio? Sé que hoy no le correspondería sentenciar, pero ¿y mañana?