Collage vigésimo cuarto sobre Rómulo Betancourt

(La Revolución de Octubre: su justificación histórica: -V-)
Muerto Gómez, los gobiernos de López Contreras y de Medina Angarita que le sucedieron, restablecieron los derechos ciudadanos, legalizaron partidos políticos, y éstos pudieron actuar libremente, sobre todo en el período del segundo de los nombrados. Pero, como ha dicho el historiador Germán Carrera Damas, “la democracia no es asunto de libertades, las libertades son derechos humanos; la democracia es fundamentalmente el proceso de formación del poder, el desempeño del poder, y la finalidad del poder, esa es la esencia” (1). Esa opinión, que no identifica el solo ejercicio de las libertades civiles y políticas con la verdadera democracia, aunque ésta comprende e incluye necesariamente a aquéllas, el historiador la ha sostenido en varias conferencias y en varios ensayos suyos. En efecto, una cosa es entender la democracia como ejercicio de la soberanía popular a través del sufragio directo –la verdadera democracia-, y otra cosa es entender la democracia como el simple ejercicio de la libertad, sin atender el origen del régimen. Puede haber libertad sin verdadera democracia cuando el régimen no es producto de la voluntad popular expresada a través del voto directo (caso típico, el gobierno de Medina Angarita), pero es igualmente cierto que la verdadera democracia pierde su condición de tal si sacrifica la libertad (el caso de Hugo Chávez Frías, que ganó las elecciones de 1998 a través de la voluntad popular expresada mediante el sufragio directo, pero su gobierno, luego que maltrató y negó la libertad, dejó de ser democrático).
También otro destacado historiador, Ramón J. Velásquez, ha emitido su opinión al respecto. Afirma: “Creadores y usufructuarios del régimen que se ha estabilizado, no advierten (López y Medina) cómo a lo largo del tiempo aparecen y van creciendo y fortaleciéndose nuevas fuerzas sociales y económicas, que piden sitio de participación en el ejercicio del poder. Eso ocurrió el 18 de octubre de 1945. Los gobiernos sucesivos de López Contreras y Medina Angarita habían liquidado el tratamiento de violencia y terror que utilizó Gómez a lo largo de sus veintisiete años de dictadura y sustituyeron este sistema por un régimen de respeto a la dignidad humana y de garantizado ejercicio de los derechos cívicos, pero mantenían el monopolio del Gobierno como en los tiempos anteriores a 1936. El problema que ante el país se planteaba no era la calidad humana o profesional de quienes ejercían el poder sino el origen mismo de ese mandato” (Ramón J. Velásquez. ”Betancourt, en la historia de Venezuela del siglo XX”. Proyección histórica de la obra de Rómulo Betancourt. Ediciones Centauro. 1980. Página 42). El historiador Velásquez, en otra obra publicada, reitera esa opinión: “Indudablemente que el saldo de los regímenes de Eleazar López Contreras y de Isaías Medina Angarita (1935-1945) es definitivamente positivo en el proceso histórico nacional. Y representaron desde el poder la expresión final de la tendencia liberal en la escena política del país. Restauraron el goce de los derechos ciudadanos negados a los venezolanos durante treinta y cinco años, facilitaron el debate público, legalizaron los partidos políticos y dictaron un conjunto de normas legales y crearon un grupo de instituciones de importancia fundamental en la empresa de modernizar la vida venezolana. Fueron, tanto López Contreras como Medina Angarita, gobernantes de vocación civilista y de mentalidad democrática. Pero el régimen que sucesivamente presidieron continuaba siendo en lo político el mismo sistema oligárquico fundado en 1899 con el triunfo del general Cipriano Castro y que se caracterizó por la liquidación de toda forma de control de la opinión ciudadana sobre la acción del gobierno, así como por la eliminación del voto universal, directo y secreto para la elección de los Poderes Públicos” (2).
Los citados historiadores compatibilizan sus opiniones con la concepción jurídica constitucional de que el Estado Democrático se basa en la soberanía popular que se expresa a través del sufragio. En nuestro país, cuando imperaba el sistema electoral indirecto y restringido en el que sólo votaban los venezolanos del sexo masculino mayores de 18 años que supieran leer y escribir, participaba en los comicios apenas alrededor del 5% de la población, en tanto que al aplicarse el 27 de octubre de 1946 por primera vez el sufragio universal para elegir la Asamblea Nacional Constituyente votó millón y medio de venezolanos, y de cada 100 ciudadanos inscritos en el registro, 92 concurrieron a las urnas. El pueblo había pasado a decidir su destino. De espectador pasó a ser actor.
El solo rescate salvacionista de la soberanía popular por tanto tiempo secuestrada (aún sin tomar en cuenta las muy importantes transformaciones económico-sociales, sobre todo la habida al aumentar considerablemente la participación de la nación en las ganancias de los compañías petroleras extranjeras explotadoras del subsuelo, ya analizadas en Collages anteriores), ese solo rescate de la soberanía, digo, bastaría para justificar históricamente el 18 de octubre de 1945. Es también la opinión de la mayoría de los analistas políticos.
El principal protagonista civil de la Revolución de Octubre, Rómulo Betancourt, cuando presentó al Congreso Nacional el 12 de febrero de 1948 el Mensaje de la Junta Revolucionaria de Gobierno, dijo: “La interrogante esencial y de dramático contenido que nos formula el país a nosotros, responsables de haber arribado por el atajo de la insurrección al ejercicio del poder, es ésta: ¿se justifica históricamente con lo hecho hasta hoy y con lo planificado para mañana, la jornada revolucionaria del 18 de octubre de 1945? Con enfática decisión contestamos afirmativamente esa pregunta, a dos años largos de aquel violento acontecimiento” (3). Y en ese Mensaje mostró el cabal cumplimiento de los tres objetivos fundamentales de la insurgencia, en estos términos: “Nadie podrá honestamente desconocer cómo en la actualidad es el pueblo venezolano quien decide en los comicios la suerte da la República; y cómo el tradicional concepto de mando autocrático ha devenido impersonal función de gobierno, arquitecturado ya el Estado nuevo según las normas de una Constitución que sin hipérbole, es de las más democráticas de América; y cómo se le ha ofrecido a las generaciones presentes y futuras del país el tonificador ejemplo de hombres que abandonan Miraflores y los Despachos Ministeriales, o en éstos últimos continúan, sin haber cambiado la decorosa pobreza de ayer por el súbito enriquecimiento de hoy” (4).
Una cuestión muy debatida es si el 18 de octubre hubo un golpe de Estado o una revolución. Hay que diferenciar entre la acción militar propiamente dicha y, lo que una vez triunfante, se realiza desde el poder. El mismo Rómulo Betancourt ha escrito: “El Gobierno de facto nació de un golpe de Estado típico…pero cualquiera que hubiera sido su origen, lo cierto es que estábamos animados de la indeclinable decisión de que el Gobierno provisional le diera al país el viraje revolucionario que reclamaba con apremio” (5). Con motivo del trigésimo aniversario del 18 de octubre de 1945, Rómulo Betancourt concedió una extensa entrevista, aparecida el 26 de octubre de 1975 en la revista Resumen, que reproduce en su libro titulado “El 18 de Octubre de 1945, génesis y realizaciones de una revolución democrática” (páginas 375-376), donde amplía sus reflexiones sobre el tema, allí dice: “Todavía queda gente en Venezuela que por razones pasionales o por haber estado muy vinculada al regimén preoctubrista le niega al trienio 1945-1948 su carácter de revolución. De cambio acelerado y profundo de las estructuras sociales y políticas del país. La gente que analice esa época sin preconcepciones apriorísticas coincide toda en que la de Octubre de 1945 fue una revolución, en la cual lo anecdótico es el hecho de que triunfara mediante un hecho de armas. Lo importante es que en lo político permitió a los venezolanos elegir a sus gobernantes, en procesos comiciales libres, rompiéndose una tradición autocrática de que eran un hombre y su pequeña camarilla de áulicos quienes escogían Presidente de la República y parlamentarios en todos los niveles. Los obreros, los campesinos, los profesionales, los hombres de empresa, los maestros y profesores pudieron estructurar sus organismos sectoriales, con libertad para actuar y seguridad de que podían dirigirse a los poderes públicos haciendo sus planteamientos específicos sin que se les dieran el silencio olímpico como respuesta. Las compañías petroleras dejaron de ser gentes intocables, rompiéndose en forma abrupta la tradición de pavidez ante las ‘siete hermanitas’, que fue la herencia no rechazada que la década neogomecista recibió después de la muerte, en diciembre de 1935, del creador del sistema. En otras palabras, con afán de síntesis, creo firmemente, y no tengo dudas de que esta creencia tiene asideros sólidos, que la Revolución de Octubre de 1945 significa uno de los hitos históricos fundamentales del país. Con ella dio sus pasos afirmativos iniciales la moderna Venezuela”.
Manuel Caballero expresa clara y categóricamente: “…El 18 de octubre puede catalogarse como el momento desencadenante de un proceso revolucionario, porque no interesó ni implicó, ni tuvo influencia sobre una administración, un régimen, ni siquiera sobre el Estado, sino sobre la sociedad entera. En aquel momento y hasta nuestros días…No es fácil cuestionar el carácter revolucionario de lo actuado a partir del 18 de octubre. Cuando sale del trienio, Venezuela es otra: los cambios han sido profundos y, como se demostrará a partir de 1958, en su mayoría irreversibles. Esos cambios tienen un común denominador y hasta se podría decir, que es un solo cambio que engloba a todo el resto. Se trata del ingreso de las masas a la actividad política, y por allí mismo el ingreso de Venezuela a la sociedad de masas…Aparte de aquella irrupción de las masas a través del voto, ¿hay otros elementos para afirmar que lo actuado después del 18 de octubre de 1945 tenga carácter revolucionario? Hay tres ámbitos donde se produjo ese tipo de cambios” (6), y menciona la propiedad (“allí se diferencia el revolucionario del simple reformador”), la educación (“a partir de 1945, ella se masifica, en un grado jamás alcanzado en la historia de Venezuela”) y, el tercero, la autoexclusion de los gobernantes revolucionarios de prolongarse en el poder. Ramón J. Velásquez también sostiene que entre 1945 y 1948 ocurrieron en el país tan grandes acontecimientos que, si se intentara desconocerlos, “sería imposible remontar el río de la historia” (7). Simón Alberto Consalvi hace esta reflexión: “El 18 de Octubre, en suma, fue una revolución…afectó todopoderosos intereses creados, institucionalizó los cambios, democratizó el Estado, rescató el petróleo para la Nación, repartió tierras a los campesinos, desplazó de la escena a quienes controlaban el poder desde los tiempos de Castro y Gómez, la política dejó ser coto de caza de viejas élites, postuló una política exterior cónsona con los grandes cambios nacionales e internacionales, eligió como presidente a un gran escritor, y ante todo y sobre todo, los venezolanos ejercieron la soberanía popular por primera vez en la historia” (8).
Marco Tulio Bruni Celli, publicó una de las mejores obras publicadas hasta ahora sobre el 18 de octubre de 1945, que concluye con esta apreciación final: “Se cerraba así una etapa de la historia y se abría una nueva que a lo largo de casi setenta años ha enseñado a los venezolanos de tres generaciones, por sus propias vivencias, a distinguir entre las trascendentes virtudes de la democracia y los negativos efectos del pretorianismo, de cualquier signo. Creemos que la resistencia a la dictadura de los diez años, el desarrollo institucional democrático de los cuarenta años, el disfrute de los derechos sociales y políticos, y de alguna manera disfrutados, y la lucha constante que los venezolanos de hoy mantienen por la recuperación de la democracia frente al régimen militarista que nos agobia, son legados directos del 18 de octubre de 1945” (9).
En relación a la especulación de algunos críticos que presentan el 24 de noviembre de 1948 como una consecuencia del 18 de octubre de 1945, Rómulo Betancourt hace la siguiente refutación: “Se ha señalado conexión evidente entre ambos acontecimientos. En concepto mío, ese argumento no resiste el menor análisis. Es como si se inculpara a quienes hicieron la Revolución Francesa de la sustitución de la República por el Imperio napoleónico. O a los libertadores venezolanos de 1810 de las prolongadas autocracias de Páez, los Monagas y Guzmán Blanco. La historia de los pueblos no sigue una línea recta, como las modernas autopistas. El proceso evolutivo de las naciones se realiza en zigzag, con caídas y recuperaciones. Lo que importa es señalar el carácter positivo o negativo, lo que se avanzó o se retrocedió, en cada etapa del devenir de un país y procurar que no se repitan los errores y fallas que lo hicieron retrogradar hacia el pasado cuando ya estaba enrumbado por la buena vía de la democracia política y de la reforma social” (10).
Otra imputación que se ha pretendido formular a la Revolución de Octubre, la de que interrumpió una evolución democrática que culminaría en 1956 con la aprobación de una reforma constitucional que permitiera la elección popular del Presidente de la República y de los cuerpos legislativos mediante el sufragio directo y universal, tampoco tiene consistencia. Esa presunción de lo que supuestamente iba a ocurrir años después, es rebatida por el escritor Rafael Arráiz Lucca: “…En la Reforma Constitucional de 1945 no se consagró este principio (el de la votación popular directa para el Presidente y organismos representativos), de modo que es difícil decir que el gobierno de Medina Angarita avanzaba hacia una democracia si, teniendo la oportunidad de consagrar la elección directa, no lo hizo. Sorprende escuchar repetir hasta la saciedad, de manera un tanto mecánica e irreflexiva, que el golpe de Estado del 18 de octubre de 1945 detuvo un proceso democrático en marcha, que lo precipitó, cuando es evidente que sin elecciones directas, universales y secretas, difícilmente podía hablarse de la vigencia de una democracia…en el momento de materializar la reforma constitucional, el epicentro del sistema electoral no fue tocado…según el testimonio directo de un protagonista de los hechos, el presidente Medina Angarita no tenía planteado un método democrático para la escogencia de quien lo sucediera en el cargo y se lo atribuía, según la versión de Uslar, a que el Ejército Nacional no lo permitiría. Si esto es así, como Uslar relata, resulta difícil afirmar que el gobierno de Medina Angarita tenía un plan de democratización del país y la insurgencia del 18 de octubre lo detuvo” (11). La historia, digo yo, tiene su propio dinamismo interno que se despliega, sin esperas ajenas, para ir ejecutando su partitura. Si al pueblo se le cierran las vías legales para dar su consentimiento, a través del voto, para decidir quién o quiénes son sus gobernantes, se crean las condiciones para que sea el antiguo y siempre presente derecho a la rebelión, a la insurgencia, el que permita la expresión de ese consentimiento.
Y ese derecho a la “justa rebeldía” (12) fue el que invocó Rómulo Gallegos, cuando el 21 de octubre, tres días después del estallido de la Revolución, se dirigió a la nación.
1) Entrevista de Germán Carrera Damas en el periódico “2001”, de fecha 9 de junio de 2018.
2) Ramón J. Velásquez. Venezuela Moderna. “Aspectos de la Evolución Política de Venezuela en el Último Medio Siglo”. Fundación Eugenio Mendoza. Caracas, 1976. Página 63.
3) “4 Presidentes”. Ediciones de la Presidencia de la República. Caracas, 1981. Tomo I, Página 54.
4) “4 Presidentes”. Tomo I, página 58-59. Ver en el libro de Manuel Caballero, titulado “Rómulo Betancourt” (Ediciones Centauro, 1977), páginas 207-208, la declaración de bienes de fecha 19 de febrero de 1948, hecha por Rómulo Betancourt, cuatro días después de haber cesado en sus funciones de Presidente de la Junta Revolucionaria de Gobierno, ante el Juez Primero de Primera Instancia en lo Civil del Distrito Federal.
5) Rómulo Betancourt. “Venezuela, política y petróleo”. Fondo de Cultura Económica, 1956. Página 198.
6) Manuel Caballero. “Rómulo Betancourt, político de nación”. Alfadil y Fondo de Cutura Económica. 2004. Páginas 254, 261 y 263.
7) Ramón J. Velásquez. Obra citada. Página 99.
8) Simón Alberto Consalvi. “La Revolución de Octubre 1945-1948”. Fundación Rómulo Betancourt. 2010. Página 75.
9) Marco Tulio Bruni Celli. “El 18 de Octubre de 1945”. 2014. Páginas 792-793.
10) Rómulo Betancourt. “El 18 de Octubre de 1945, génesis y realizaciones de una revolución democrática”. Editorial Seix Barral. 1979. Página 363.
11) Rafael Arráiz Lucca. “El ‘trienio adeco’ (1945-1948) y las conquistas de la ciudadanía”. Editorial Alfa, 2011. Páginas 96 y 97.
12) Venezuela Moderna. Ramón J. Velásquez. “Aspectos de la Evolución Política de Venezuela en el Último Medio Siglo”. Fundación Eugenio Mendoza. Caracas, 1976. Pág. 69.