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Colaboracionistas

Hoy, más de uno va a coger una rabieta conmigo.  Pero cuando uno tiene tantos años diciendo la verdad (o lo que uno cree que es la verdad) y tratando de desenmascarar farsantes, no le queda sino seguir remando en esa corriente.  Entiendo que el fenómeno que explicaré está sucediendo en toda Venezuela, pero haré énfasis en lo que barrunto que está pasando en Valencia, porque es lo que me queda más a la vista y porque en esta ciudad fue que se inventó la “cachúa”.  Hoy vamos a hablar de colaboracionistas, como ya avisa el título.

Los primeros en ser acusados de ese pecado y que causaron el origen del término (por lo menos en su sentido despreciativo) fueron los franceses que le hicieron caso al mariscal Pétain, presidente de la Francia ocupada, quien en una cadena de radio incitó a los franceses a “colaborar” con el ejército invasor alemán.  A quienes fueron persuadidos, los demás franceses los tildaron de “collaborationnistes”.  Y bien caro que lo pagaron estos después de 1945.  En todo caso, el término ha sido traducido a varios idiomas y se emplea para calificar a cualquiera que procure auxiliar o cooperar con el enemigo.  Se entendía como una vileza —más aún, como una forma de alta traición— porque esa cooperación con las fuerzas de ocupación enemigas iba en detrimento de la soberanía del país.  Posteriormente, el término ha llegado a tener una acepción más amplia y se ha extendido hasta aquellos que, sin llegar a la cooperación con un invasor extranjero, se alían con gentes que antagonizan la causa que aquellos debieran, más bien, defender.  Esa obsecuencia derrochada por los colaboracionistas puede tener diferentes causas: en un extremo está la coacción del adversario que genera genuino miedo, pasando por la coincidencia en la búsqueda de un objetivo, y llegando a la más crasa: la obtención de dinero o de favores por parte del adversario.

Pero ya basta de historia y de definiciones; pasemos a lo que está sucediendo en la ciudad donde vivo y que parece tener “réplicas” en otras ciudades venezolanas.

La Alcaldía de Valencia ha tenido una grave merma en sus ingresos por causa de la crisis —un porcentaje muy alto de las empresas industriales y el comercio ha bajado las santamarías y no paga las patentes correspondientes—, el incremento bestial de la nómina que dejó su antecesor rojo, el indiciado alca-Parra, y por los saboteos que desde dentro realizan quienes ingresaron en ella por el solo hecho de tener carné del PUS.  Este estado de cosas ha incidido en la gestión del alcalde, quien no ha hecho entender bien al grueso de la ciudadanía la crujía por la cual pasa la ciudad.  Esto ha sido propiciado (y aprovechado muy bien) por el gobierno estadal para tratar de ponerle la mano a la alcaldía y retrotraerla a roja-rojita otra vez.  Pues hete aquí (como se decía antes) que en esta circunstancia han aparecido algunas personas, de concejales y profesores universitarios para abajo, que ayudan a que el gobernador más gris que haya tenido Carabobo en los últimos treinta años —pero también el más intrigante y maquinador— logre ese cometido, tome por asalto el gobierno municipal y coloque allí una figura que reciba dócilmente órdenes de él y el PUS; un Petaincito, pues.

Algunos de esos colaboracionistas están motivados porque tienen aspiraciones a ser el alcalde de Valencia que reemplace al actual —aunque la fecha de las elecciones municipales está bastante lejos todavía— y porque creen que “en política se vale todo”, inclusive las zancadillas al afín y que “Politics makes strange bedfellows”; aunque ambas aserciones son falsas: la ética no puede ser dejada de lado.  Otros, son más mezquinos: son ñemeros que solo buscan que al municipio regresen el oscurantismo y la corrupción para ellos pescar contraticos y prebendas en río revuelto.  Ni los unos ni los otros actúan desconociendo el daño que pueden hacerle a la ciudad con su actitud; pero en ellos priva el afán egoísta.  Pobres diablos…

La actitud de los valencianos —y los habitantes de otras ciudades venezolanas que pueden estar en el mismo padecimiento— debe ser la de averiguar bien los hechos, oponerse a la actitud de los colaboracionistas y convertirse en movimientos de resistencia —en fin de cuentas y al final de todo, resultará que estaremos luchando contra un invasor, en este caso, el cubano.

Termino con un trozo de una “Alerta al pueblo valenciano” de la cual soy uno de los firmantes: “Exigimos se respete nuestra Alcaldía como una alternativa política, democrática, plural, con igualdad de derechos y deberes; e igualmente no se afecte la voluntad del pueblo valenciano expresada en las elecciones del mes de diciembre del año 2013.  Un proceso nugatorio para el desarrollo sustentable del municipio traería gravísimas consecuencias para la ciudadanía sin avances ciertos de superación, aumentando de esta manera la corrupción pública estadal y el crecimiento de la criminalidad política (…) lo que está en juego en este momento, no es sólo la defensa de un funcionario electo por los valencianos, sino el resguardo de la institucionalidad y de las reglas del juego político propios de un estado social de derecho”.

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