Claridad en el hemiciclo
En una hora menguada, no por casualidad Gallegos, Consalvi y Njaím, vuelven a la cámara gracias al discurso aniversario de la declaración de la Independencia. El historiador Elías Pino Iturrieta, cuyas opiniones políticas no siempre afianzamos, tuiteó que “hacía tiempo que no se escuchaba un discurso tan serio en la AN”; e, incluso, a uno de los amigos que recibió nuestro correo, le sorprendió que lo recomendara, siendo conocedor de nuestras posturas políticas.
La exposición de Edgardo Mondolfi en el hemiciclo de trabajo de la Asamblea Nacional, circunstancia que recogió, confiscado el protocolar por la tal constituyente, nos pareció sugestivo y actualizador de las coincidencias y discrepancias que suscita el debate político. Éste se ha hecho tan sagradamente convencional que, a tono con el régimen prevaleciente, en casi veinte años, tiene por constantes características la incoherencia y el fraseo pintoresco que impiden, contaminándola, toda polémica capaz de contribuir a la superación de la dictadura.
Por ejemplo, un rápido repaso de las discusiones parlamentarias en los últimos tiempos, revelará a una minoría enfrentada a una mayoría opositora que, una vez, convocó y avaló la consulta popular del 16 de julio de 2017; otra, renegó de sus resultados, concursando en las elecciones para correr después a un diálogo incondicional; y, ahora, duda en torno a la eficacia de la Mesa de la Unidad que le sirvió para fustigar a la disidencia, desgajándola. Por consiguiente, en el seno de la oposición misma, irreductiblemente plural, hay necesidad de contar con referencias más exactas de las que acostumbra.
El problema no reside ya en la posibilidad de diferenciarse, sino en las diferencias existentes. Un sector las tiene muy claras y consistentes, frente a otros que, cambiantes y oportunistas, voluntaria e involuntariamente, gracias a una (in) útil ambigüedad, ayudan al sostenimiento de la dictadura. Por ello, agradecemos el honesto discurso de Mondolfi, con quien coincidimos y también discrepamos, sin dudar jamás de su integridad moral.
Por lo pronto, en un sentido, la reivindicación de 1811, como un hecho de la civilidad, contrasta con la ciega creencia en el país campamental que encuentra su mejor anclaje en el aula escolar. Y, aunque nos diga todavía bajo un gobierno republicano, bien apunta Mondolfi al vértigo de la crisis que, conocido en otras etapas históricas, vamos a superar, recuperando el nivel de discusión y de decisión que visó nuestra Independencia.
En otro, no compartimos el juicio que le merece la actuación de la Asamblea Nacional que tiene todavía tiene pendiente convertirse en el “quebradero de cabeza” del régimen, y, menos, la posibilidad de referendar cualquier decisión de la espuria constituyente a la que sólo le queda hacerse fraude a sí misma, aunque sus miembros no eligen siquiera la junta directiva que ostenta. El historiador debe repensar tales posturas, aunque tiene el mérito de formularlas limpia y solemnemente.
Para la coincidencia y la discrepancia, Mondolfi le dio claridad al hemiciclo. Por cierto, algo mejor que el silencio.