Carta al Señor tiempo
Señor Tiempo: Mucho se habla de Usted. Cada quien, lo hace motivado por la influencia y poder que Usted ejerce sobre la naturaleza. Especialmente, en todos los seres vivientes del planeta Tierra. Incluso, más allá.
Cada quien alude a Usted con base en las circunstancias que circundan el lugar en donde se sitúa. Sobre todo, conmovido por los sentimientos que lo embarga. Y desde luego, por los intereses y necesidades que lo movilizan entre las realidades a las que circunscriben su vida.
Quien esto escribe, no es más que nadie para escapar del círculo en cuyo centro toda persona afinca las acciones posibles. De esta manera adquiere sentido pensar que las palabras que siguen el curso de esta lectura, podrán pintarse de colores. Es lo que hace de cada objeto situado alrededor de la posición que se asume ante lo aludido, adquiera forma, sentido y propósito. Es lo que manifiesta la presente carta, dirigida al Señor Tiempo.
Ficción entre crudas realidades
De comienzo, cabe suplicarle misericordia para tantos a quienes, Usted, Señor Tiempo, sin conocer a profundidad las complicaciones íntimas de esas personas, les ha dictado sentencia final. Sin siquiera, permitirles el derecho obvio a defenderse, a justificar sus hechos. O, a disculparse respetuosamente ante Usted por lo acontecido de lo cual esos individuos son protagonistas.
Pero para continuar este escrito, es primordial hacer uso de la sinceridad para así cundir del valor necesario cada palabra acá expuesta. De este modo, lo descrito en estas líneas podrá utilizarse para hacerle saber a Usted, Señor Tiempo, que casi nunca sus razones, tomadas al exacto momento de decidir, son totalmente comprendidas. Tampoco, plenamente aplaudidas.
Sus ejecuciones no permiten la oportunidad suficiente a esas mujeres y hombres que buscan demostrar las razones que los ha obligado a actuar en función de las conveniencias que precedieron y presidieron sus cometidos. Así vale referirlo para intentar hacerle ver a Usted, que ellos no son culpables de las acusaciones que su Tribunal argumenta, pues las causas de los errores cometidos no han sido voluntarias. Mucho menos propias. Tienen fuentes que traspasan fronteras físicas, emocionales y espirituales. Por cuanto son parte de la compleja dinámica de la vida.
Es acá, Señor Tiempo, donde pudiéramos situarnos en posiciones opuestas. Dado que pareciera estar Usted en medio de una situación condicionada por la imposibilidad de revertir las acusaciones levantadas. Lo cual debe considerar a los fines de llegar a acuerdos que nos aproximen. Más, cuando existen formas de solucionar las diferencias que su Tribunal refiere Es una posibilidad de dar con algún acuerdo satisfactorio a ambas partes.
Un mundo que debate opciones
En el mundo de las realidades mundanas, los conflictos de tal particularidad, muchas veces, logran reducirse a mínimas expresiones Aunque no desaparecen del todo. O del mapao en el que las emociones trazan sus propias rutas en las que se movilizan. Pero en el mundo real, se tiene a la mano la política, al lado de valores como la prudencia, la solidaridad y el pluralismo. Estos son valores que se disputan la verdad entre otras capitales consideraciones. Aunque son acalorados los debates en que las partes se enfrascan. Pero así es como sucede en la contundencia de las realidades. Siempre persiguiendo zanjar diatribas que, muchas veces, no conducen a nada. Pero al menos, se intenta.Y cada intención, es generalmente atendida.
Vale pensar que, por respeto a su magnanimidad, Señor Tiempo, y de ver en Usted las capacidades que le otorga el manejo exacto, equilibrado y ecuánime del poder, quienes conviven este mundo tridimensional, optan por debatir ceñidos a la congruencia que otorga la verdad. Más, por cuanto es sabido y reconocido que Usted, bien sabe compaginar su poder con las realidades finitas que en el ámbito de las verdades concretas se reconocen como límites que signan la vida.
El amor como razón de vida
Ante tan profunda razón, que marca la conciencia de los seres humanos, hay quienes buscan amoldarse a sus postulados. Tanto así, que modelan sus decisiones. Y en consecuencia, intentan no envejecer. Pero ello se persigue, solamente haciendo uso de un valor que Usted bien conoce. Así ha sido desde los confines de su permanencia, ya que Usted ha insistido en que es el valor más importante entre los muchos valores existentes. Es el amor destacado a través de la Palabra de Dios. Por causa del amor, esos seres humanos intentan no envejecer. Pero para ello, trabajan precepto sagrado que invita a amarse entre sí.
Claro, todo ello siempre ha pasado por advertir que el ser humano muere -obviamente- de vejez. Pero aunque la muerte determina tan natural acto, la misma podría sensibilizar -a plenitud- al ser humano. Específicamente, colmándolo de la juventud que brinda el amor al vivirse intensa y decididamente.
En conclusión
Sin embargo, no cabe duda asegurar cuánto Usted, señor Tiempo, ha impulsado la mayor cuota de inspiración al ser humano para actuar apegado al amor como energía que es realmente. Siendo así, podría compartirse con Usted su línea de razón. Entonces, es así como vale afianzarse en la vida en cuanto al sentido y propósito que dictamina el amor toda vez que eterniza la vida. A sabiendas que en el amor, el ser humano jamás muere. Y Usted Señor Tiempo, sería compañero infinitamente.
Fue lo que refirió el escritor, clérigo y profesor de literatura inglesa Henry Van Dyke, cuando asintió que “para quienes aman, el tiempo es eterno”. Por eso si se vive consustanciado con el amor, se asegura que se vivirá por siempre. De lo contrario, se vivirá una única y limitada vida. Ojalá estas palabras logren calar, en la espiritualidad de cada lector. Ha sido esa la intención de la ficción contenida en esta Carta al Señor Tiempo.