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Carta abierta a Lesly Mucutuy

Querida Lesly, no te conozco en persona, como casi nadie te conoce, pero vaya que he leído mucho sobre ti. No voy a repetir tu emblemática historia. Se puede leer en Relato de un milagro, un libro escrito por José Alejandro Castaño y Pacho Escobar, dos connotados periodistas, publicado a fines de 2023 y que narra lo que te pasó a ti y a tus tres hermanos uitoto en las espesas selvas del suroccidente colombiano.

Bien, pero logrado tu rescate empezaron nuevos e inesperados problemas. Ustedes pasaron desde entonces a estar bajo cargo del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), para el “restablecimiento de derechos”, al igual que otros miles de niños. Sí, estimada lectora, hace bien en frotarse los ojos pues son un montonón de niños y adolescentes. ¿Por qué tantísimos? Ahí está el detalle, o mejor los cientos de detalles que paralizan. Como de costumbre una cosa son las intenciones nominales del Estado y otra muy distinta las consecuencias de lo que hace.

Muy cierto sí es que los tiempos pasados fueron peores. Yo alcanzo a recordar cuando por las calles de Bogotá transitaban unas peligrosas galladas de lo que se conocía como “gamines”: niños maltratados, abusados y abandonados que preferían dormir en las calles, debajo de cartones y con la escasa compañía de un perro. Y cierto también es que, en los pueblos, los grupos armados reclutaban menores de formas todavía más agresivas y crueles que hoy.

Son, pues, decenas de miles los niños que dependen de lo que se llama “un proceso administrativo”, a años luz de implicar la relación afectiva que cualquier niño necesita. O sea que ya no hay galladas de gamines, aunque tampoco una familia efectiva por ninguna parte. ¿Por qué estos “defensores de familia”, según el nombre pomposo que les da el ICBF, no deciden más rápido sobre la vida de estas criaturas? Pues porque las ías están encima de ellos y eso no les permite proceder según el sentido común de lo que los niños necesitan: celeridad, paso a una nueva vida que solo de manera muy ocasional será peor que vivir aglomerados en un hogar de paso. Nadie duda de que existe el riesgo de que una decisión salga mal, pero es más marcado el riesgo de la inacción. Sin embargo, no es posible sancionar a un “defensor de familia” por inacción. Eso no está en las reglas.

Así, hoy eres víctima de un sistema perverso, de lo que yo llamaría las torpezas bienpensantes del Estado. Dice que quiere el bien para ti, que te protege y, sin embargo, lo que te ha estado haciendo, sobre todo a medida que pasa el tiempo, es daño. Sé que tenías un padrastro abusador, quien por fortuna va a pasar años en la cárcel, aunque también tienes dos abuelos maternos y al menos una tía. La custodia de los cuatro hermanos debería pasar a alguno de ellos, quizá con restricciones en lo que se refiere al manejo de los cuantiosos ingresos que podría generar tu fascinante historia.

En tu caso, el Estado debe decidir en un plazo de 18 meses. Ya van 12. En este año habrás visto quizás que algunos compañeros fueron entregados a sus familiares, otros dados en adopción, pese a que muchos más siguen allá. A ellos no les definen la situación, sino que los mueven de un lado para otro. Al final, crecen en el sistema, sin una red estable de relaciones afectivas. Cumplidos los 18 años se supone que un niño o niña sale del sistema del ICBF. Existen fundaciones y organizaciones que se ocupan de dar continuidad a los procesos, si bien son muchos los muchachos que se caen por las costuras. Un grupo grande pasa a tener una vida criminal. No, claro que no empezaron bien, pero vaya que semejante resultado es un desastre.

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