Carta a los ecuatorianos por un opositor democrático de Venezuela
Mi familia tiene un vínculo de afectos entrañables con Ecuador. Mi padre estuvo allá durante cinco años del 69 al 73, ejerciendo el cargo de Embajador de Venezuela en Quito. Muchas veces visité ese país. Mi hermana casó con un ecuatoriano y dos de mis sobrinos nacieron allá. Además, lógicamente, del lazo histórico que une a aquella nación con la nuestra, desde hace 200 años, y que tiene a Sucre como emblema y nudo (lo que mi padre se encargó de enraizar en mi conciencia desde niño).
Debo comenzar delineando quién les escribe estas líneas. Soy y he sido opositor al proyecto chavista. Aunque he sido y soy de izquierda y aún me defino como socialista (socialista liberal desde los 80, que valora la democracia liberal representativa burguesa y al mercado como el modo más eficiente de asignación de recursos en la economía sin renunciar al ideal de una democracia participativa con escenarios de democracia directa y de una sociedad justa con igualdad de oportunidades para todos), nunca creí que Chávez representara adecuadamente el sueño demócrata social que la mayoría de venezolanos ha defendido siempre y defiende hoy. Suelo decir que mi principal victoria contra Chávez fue haber logrado que ni siquiera él consiguiera que yo dejara de ser de izquierda (aunque he estado tentado a decir lo que escribió nuestro genial Zapata en una de sus caricaturas: «Yo vuelvo a ser de izquierda, cuando pase este gobierno»).
Hay siete «ismos» de Chávez que siempre me parecieron contrarios a ese sueño socialista democrático y liberal, y son: el caudillismo, el mesianismo, el militarismo, el centralismo, el estatismo, el rentismo, y el populismo. Así se lo dije a él mismo la última vez que almorzamos, allá por noviembre de 1997, cuando Chávez me invitó a sumarme a sus filas («Nosotros te tenemos entre nuestros planes», fueron sus palabras), a lo que me negué.
Nunca voté por Chávez. Las únicas elecciones presidenciales en las que me he abstenido, fueron ésas de 1998 que lo llevaron a la presidencia. A su gobierno lo combatí desde el principio igual que combatí a los gobiernos de la democracia puntofijista.
Tengo en mi haber ambas credenciales. Fui miembro fundador del Movimiento Al Socialismo (MAS), partido cuyos líderes emblemas fueron Teodoro Petkoff y Pompeyo Márquez, del que llegué a ser su Secretario General. Fui diputado y allí denuncié los desmanes, la corrupción, y los atropellos de aquellos gobiernos de AD y COPEI. Denuncié ante Venezuela y el mundo la violación masiva y sistemática de los derechos humanos durante el Caracazo, y fundé el Comité de Familiares de las Víctimas de aquellos sucesos. Tres veces fui encarcelado por el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez, una por defender a las madres del 27F, otra a los enfermos renales, y otra más en protesta por la pensión mínima igual al salario mínimo (consigna que me honro en haber ideado y que fue conquista antes de la llegada de Chávez al poder gracias a nuestras luchas de calle junto al Comité de Pensionados del Seguro Social que fundamos). Rechazamos el alzamiento de los militares del 4F, pues señalamos que ningún golpe de Estado era bueno, ni de izquierda ni de derecha, pero siempre subrayamos que rechazábamos aún más las causas que habían provocado el golpe, y defendimos los derechos humanos de los oficiales de ese movimiento una vez que fueron detenidos. En fin, sería larga la lista de mis credenciales en la lucha contra los gobiernos de la democracia puntofijista.
Pero tengo así mismo en mi haber la denuncia de las atrofias de un régimen autoritario con prácticas dictatoriales y vocación totalitaria pero con una legitimidad de origen electoral y democrático, como es el que ha instaurado el chavismo en mi país. Algo que puede quizá llegar a definirse como neo-dictadura. He denunciado el establecimiento del partido/Estado, que de hecho se ha convertido en el fenómeno más grande de corrupción de toda nuestra historia (si es que el peculado de uso es corrupción como lo es en efecto). He denunciado su atropello a los derechos políticos y civiles de la disidencia democrática, a cuyos voceros se les insulta, reprime, detiene ilegalmente, y agrede incluso en su integridad física. Presenté ante el Tribunal Supremo de Justicia la primera querella que se ha intentado contra un presidente de la república, en este caso Hugo Chávez, y luego dos más. He combatido su visión trasnochada de la economía que nos ha llevado a la más honda crisis que si no puede definirse propiamente como humanitaria se le parece mucho: hambre por una inflación descontrolada, desabastecimiento en particular de medicinas, caos de los servicios públicos, inseguridad que cobra la vida cada año de decenas de miles de compatriotas, y un largo etcétera que sería ocioso enumerar. Artículos de prensa, acciones políticas, protestas de calle, constituyen mi testimonio personal de lucha contra el chavismo. Desde la ONG Foro Cambio Democrático, he participado de las denuncias ante el Ministerio Público sobre la violación a los derechos humanos de los procedimientos policiales del gobierno, introdujimos una solicitud de investigación contra los magistrados del Tribunal Supremo de Justicia por sus sentencias contra el derecho a manifestar, invitamos a los sindicatos a desobedecer la decisión del Ministerio del Trabajo que crea el trabajo forzoso, hemos invitado con muchas otras organizaciones de la sociedad civil a las protestas de calle en defensa del derecho ciudadano a un referendo revocatorio, y decenas de iniciativas más.
Claro, me he distanciado también de una cierta oposición hiperbólica que llega a cometer la ridiculez de decir que vivimos hoy bajo un régimen comunista, por ejemplo, y que no comprende el origen histórico y la naturaleza popular y justiciera del fenómeno chavista. Esa oposición del golpe del 12 de abril de 2002, la del paro petrolero, la de la abstención de 2005, la de las «guarimbas». La que busca la salida por la vía de un atajo y no se compromete a plenitud con la ruta democrática para producir los cambios políticos, económicos, sociales y culturales que Venezuela reclama con urgencia. En el distanciamiento con esa oposición, por ejemplo, me niego a fanatizar mi inteligencia hasta el punto de creer que todo enemigo del chavismo es mi amigo y que todo amigo del chavismo es, debe ser a juro, mi enemigo. Es lo que lleva a cierta oposición pitiyanki a ver hasta con simpatía ¡a Trump!, para su vergüenza eterna.
Es lo que hace que muchos se nieguen a admitir lo que es ya una protuberancia continental: que a excepción del chavismo, la izquierda democrática latinoamericana no sólo ha sido exitosa en modernizar y desarrollar a nuestros países en el marco de inmensos avances sociales y de igualdad de oportunidades para todos, en particular los más débiles sociales, sino que lo ha sido más, mucho más que los populismos y conservadurismos de derecha del siglo pasado.
En ese marco de ideas, he seguido desde lejos la experiencia de eso que ustedes llaman la revolución ciudadana (que ya hasta en el nombre se diferencia de esta revolución bolivariana que, por más admiración que sintamos hacia la figura histórica de Simón Bolívar, habla de un proyecto trasnochado y personalista con la mirada puesta en el pasado y no en el futuro necesario). He observado y seguido la gestión de Rafael Correa como presidente de Ecuador y, sin duda alguna, debo concluir que se trata posiblemente del mejor gobierno que esa nación ha tenido durante toda su historia, y no es poco decir. Los ecuatorianos están obligados a valorar ese hecho y no dejarse engañar por comparaciones con el chavismo que para nada vienen al caso.
El mundo entero ha admirado la obra de calidad educativa adelantada por Proyecto País, en particular el proyecto Yachay, Ciudad del Conocimiento, que provoca envidia.
Desde un país cuya infraestructura se encuentra casi devastada, tenemos que admirar una acción de gobierno con miles de obras de infraestructura: hospitales, carreteras, autopistas, Metro de Quito, aeropuertos, y pare usted de contar. Que ustedes puedan decir que los apagones son historia pasada, tiene que resultar admirable para quienes los padecemos a cada rato. Dos amigos anti-chavistas que recorrieron recientemente por tierra toda América del Sur, regresaron encomiando al Ecuador, y uno de ellos llegó a decir que era «una tacita de plata».
¿Cómo comparar una gestión de gobierno que ha logrado poner la rata de homicidios de 8 por cada 100.000 habitantes en 2014 a 6 en 2016, cuando en nuestro país se ha incrementado cada año hasta una estremecedora rata de 90? ¿Cómo comparar 914 homicidios con ¡25.000!?
Pero resulta más envidiable aún que Ecuador haya probado cómo se puede hacer una obra social importante, que alcance a sectores sociales secularmente preteridos y olvidados, sin comprometer la estabilidad de la economía. No por casualidad la primera diferencia que salta a la vista entre ustedes y nosotros es que Correa es un economista que estudió en las mejores universidades del mundo y Chávez un teniente-coronel con una mentalidad decimonónica y rural. ¿Cómo siquiera comparar a la revolución ciudadana con este remedo de revolución cuando allá han conseguido controlar la inflación en un promedio de 3 % anual y aquí, el año pasado, fue de ¡500 %! y algunos anuncian que éste puede llegar a ¡700!, lo que constituye de por sí el acto de mayor violencia social que se puede cometer contra una sociedad, en particular contra los más pobres? No por casualidad el empobrecimiento de los últimos años ha sido de 29 % per cápita, aún mayor que el de 20 % que padecieron los venezolanos de 1973 a 1998. ¿Cómo siquiera comparar ambos procesos si con todo y la brutal caída de los precios del petróleo ustedes consiguieron un PIB de +3 % en 2014 (tres veces más que el promedio de América Latina), +0,3 en 2015, y sólo en 2016 les cayó a -1,9 (debido entre otras cosas al feroz terremoto que padeció su país, que según se me ha dicho comportó una pérdida de 3.300 millones de dólares, 3 puntos del PIB), y aquí cada año va en retroceso: -4 en 2014, -5 en 2015 y ¡-10 en 2016!? Ya todos reconocen que Ecuador crecerá en 2017, y así mismo nadie desconoce que Venezuela decrecerá. ¿Quién puede discutir que todo esto no es la traición del legado de Chávez, que todo esto es el legado de Chávez?
Es claro que Chávez volcó parte de su atención en apoyar desde el Estado a vastos sectores pobres de la población venezolana, como ha hecho Correa con los más pobres de Ecuador. Ni siquiera voy a discutir que Chávez lo hacía por una genuina motivación de reivindicación y justicia sociales, y no sólo aunque también, como creen algunos opositores fanatizados, por un propósito de manipulación para perdurar en el poder. La diferencia es que los planes sociales, asistencialistas y populistas, fueron financiados en Venezuela con transferencias directas de capital petrolero, sin ocuparse de asegurar que, más allá del petróleo, la propia sociedad produjera la riqueza que se requiere para darles estabilidad y sustentabilidad en el tiempo. Ha sido esa dependencia del rentismo petrolero y esa visión estatista, lo que ha hecho que ahora, el apoyo del Estado a los más pobres se debilite fatalmente y la pobreza se incremente en Venezuela.
Si en Venezuela podemos hablar de dos décadas perdidas, allá ustedes pueden hablar de una década ganada.
A todo esto, se agrega un hecho que, last but not least, tiene una inmensa relevancia en este esquemático y muy reducido contraste. A diferencia de aquel Chávez que luego de perder un referendo de reforma constitucional negándole la posibilidad de reelección presidencial, luego la buscó y la consiguió por otras vías, pues no se imaginaba al país sin él en la jefatura del Estado (en la jefatura de todo, para ser exactos), caudillo y mesías, autócrata inexcusable, Correa acaba de darle a este chavismo atrasado nuestro, una notable lección democrática al negarse a caer en esa misma tentación, como la reforma de la Constitución, que tenía al alcance de la mano, para reelegirse. No sólo eso, sino que ha decidido alejarse del país para no ser una sombra sobre el nuevo gobierno: aquí tuvimos un ejemplo semejante, allá por los 60, de alguien a quien ya nadie le niega su estatura de estadista, ni siquiera sus más enconados enemigos: Rómulo Betancourt, cuando luego de entregar la presidencia a su compañero de partido, Raúl Leoni, se fue a vivir a Berna.
Creo en la alternabilidad republicana. Es más, siendo de izquierda, creo que nunca está demás que la derecha pase por el gobierno. Tengo la tesis de que Europa ha conseguido en esa alternancia la clave de su desarrollo social: que una opción política más volcada al desarrollo de las fuerzas productivas y otra más a la creación de oportunidades iguales para todos, se alternen en el poder. No digo que en Ecuador la derecha no tendrá su oportunidad, pero, visto a la distancia, me luce que una experiencia exitosa como la revolución ciudadana merece ser reelecta, en particular cuando ofrece como testimonio democrático una alternancia en la presidencia de la república. Si fuera ecuatoriano, con la dos manos votaría por Lenín Moreno, sin abandonar ni en un ápice mi condición de opositor democrático al gobierno de Nicolás Maduro y mi juicio crítico a la herencia terrible que nos han dejado los gobiernos de Hugo Chávez.
Permítanme concluir estas líneas con una apelación: ojalá que la revolución ciudadana pueda permitirse un juicio crítico del complejo fenómeno chavista que le sirva como reflexión para sus propios y futuros desarrollos. Aquí tienen un buen ejemplo de lo que nunca deben hacer. Entiendo el agradecimiento a la figura de Chávez, que en un momento apadrinó el surgimiento de los nuevos liderazgos de la izquierda democrática en el continente (a veces, de modo muy abusivo, en particular con los venezolanos), pero ya hay la distancia suficiente como para un juicio histórico ponderado. Y, por otro lado, no deben olvidar que Maduro, en todo caso, no es Chávez. Y ojalá que se tenga una mayor comprensión y respeto en los escenarios internacionales hacia una oposición democrática también compleja, en la que coexiste una pluralidad que se alía más allá de sus diferencias políticas, ideológicas, sociales, para garantizar el cambio democrático que se reclama. Nunca olviden que, como dijo alguna vez el gobernador Henri Falcón, exchavista que ahora pertenece a la MUD, «no toda la derecha está en la oposición, ni toda la izquierda está en el gobierno». Confío en que la revolución ciudadana pueda abrir canales de comunicación con esa izquierda democrática que activa en la oposición e incluso en la MUD.