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Caos terminal en el horizonte
“Un final caótico y violento a la situación en Venezuela se torna más probable con el transcurso de cada día, lo que tendrá serias repercusiones en los vecinos de Venezuela en la región”. Evan Ellis, Instituto de Estudios Estratégicos
(SSI) del Ejército de los Estados Unidos
(SSI) del Ejército de los Estados Unidos
¿Estamos en el comienzo del fin o en el fin del comienzo? Es la pregunta que Winston Churchill le planteara al Gabinete de Guerra en mayo de 1940. Lo que todos supieron fue que la respuesta sólo dependía de él: si se hubiera impuesto la tesis de Chamberlain, Lord Halifax y sus apaciguadores, era el fin de un siniestro comienzo. Hitler se apoderaría de Europa, incluidas las Islas Británicas. El Tercer Reino se extendería del Atlántico al Pacífico y, mucho más allá, hasta convertirse en el primer emperador mundial de la historia, el verdadero proyecto que sus delirios acariciaban. Si, por el contrario, se imponía su decisión de enfrentar a Hitler jugándose el todo por el todo y se cumplía su voluntad, el futuro no estaba asegurado, pero la única vía posible, de seguirla con decisión y voluntad, podría culminar con una gigantesca victoria de las democracias aliadas. “Seguiremos adelante y lucharemos, aquí o en cualquier otro lugar, y si al fin nuestra larga historia está condenada a terminar , es mejor que termine no con una rendición, sino con nuestra muerte sobre el campo de batalla.” Gracias a esa soberbia decisión, estremecedora y trágica en su momento, que lo convierte posiblemente en la figura política más importante del Siglo XX, el fin del comienzo se convirtió en el comienzo del fin. Para el nacionalsocialismo. Y conste: para imponer su decisión de luchar incluso luego de verse obligado a abandonar Gran Bretaña, si no era respaldado por Roosevelt, debió luchar a brazo partido contra los apaciguadores, de Chamberlain a Lord Halifax. En contra de la derecha aristócrata y ultra conservadora, los germanófilos y el derrotismo que campeaba a su alrededor. Una proeza. Y venció. Algo que en mayo de 1940 nadie, salvo él, hubiera creído posible.
El análisis del especialista del Instituto de Estudios Estratégicos del Ejército de los Estados Unidos (SSI) Evan Ellis, dado a conocer recientemente por el Miami Herald, es verdaderamente aterrador: pronostica lo que cualquier avisado espectador directo de la crisis venezolana viene anticipando desde que la muerte de Hugo Chávez pusiera en manos cubanas el control directo del país y éstas le entregaran la administración de los restos dispersos del estado venezolano a figuras sin ninguna relevancia humana ni política, esbirros suyos, títeres sin voluntad propia, entregados a la voracidad de las pandillas que se han hecho con el control de los restos de institucionalidad que sobreviven a la muerte del caudillo. En quien se cumpliera a la perfección la suerte de todos los caudillos, desde Hitler: desaparecer sin dejar rastros de una sola institución que le sobreviviera.
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La pregunta acerca de la verdadera naturaleza de la dinámica a la que el país está sometida es de crucial relevancia, así los actores políticos responsables insistan en negarse a verla cara a cara: Maduro y el esperpento de régimen que comanda no tienen la más mínima intención de soltar el control de la deshilachada realidad en la que naufragamos. Inconscientes o incapacitados para avizorar las tinieblas en las que podríamos caer – sólo los desastres de la Guerra Federal pueden servirnos de punto comparativo, si bien multiplicados a la enésima potencia por las circunstancias de la globalización, las fuerzas nacionales e internacionales en conflicto y nuestro propio desarrollo político, social y económico – nos empujan a un abismo sin fondo. Obedecen las ordenanzas de la tiranía castrista, a la que la desaparición de Venezuela, incluso con la pérdida de sus devaluadas riquezas petroleras, sirve a sus fines estratégicos. Pues la desaparición de Venezuela dejaría a Cuba como árbitro supremo del Caribe y el control de Guyana con la prometedora abundancia de petróleo que alberga en sus profundidades vendría a resolver sus necesidades de sobrevivencia. He sostenido que no se entiende la decisión de los Castro de agudizar la crisis venezolana hasta su implosión sino con el trasfondo del odio visceral que carga Fidel Castro contra el único país de América Latina cuyas élites políticas le dieran con un portazo en las narices. Él y su hermano, a la chita callando, le están cobrando las ofensas a los herederos de Rómulo Betancourt. Así éstos y las máximas autoridades de Washington y el Vaticano se nieguen a darse por enterados.
La clave del análisis de Evan Ellis tampoco es desconocida de quienes hemos seguido el proceso involutivo de la crisis venezolana: ésta no parece tener una salida pacífica y electoral, como quisiera gran parte de la oposición partidista. Agudizadas todas las contradicciones y empujada por la crisis económica, con serias amenazas de convertirse en una severa crisis humanitaria, pudiera muy previsiblemente degenerar en un violento estallido social. El análisis del Instituto de Estadios Estratégicos del Ejército norteamericano, que estará sobre los escritorios de todos los despachos de la Casa Blanca, el Departamento de Estado y, naturalmente, del Pentágono, predice incluso hambrunas. Y un estado de descomposición, caos y desintegración social inmanejable por los mecanismos de un Estado de Derecho, ya prácticamente inexistente. Si es que existe el Estado en la Venezuela madurista.
La primera observación que cabe adelantar es que en la presente circunstancia no parecen existir factores políticos internos capaces de intervenir sobre el curso de las grandes decisiones. Y dos de las más importantes personalidades capaces de asumir el liderazgo de la crisis están encarceladas. No es por azar. La segunda, que ante la ausencia de una figura capaz de galvanizar a las mayoritarias fuerzas opositoras tal mayoría podría perder toda significación. Toda vez que en medio de una inmanejable explosión de violencia de nada sirven las mayorías electorales. Y en tercer lugar, que sólo la abierta y decidida intervención de las fuerzas armadas podría arbitrar en uno u otro sentido sobre el curso del desenlace de la crisis. Una posibilidad sobre la que la civilidad no tiene la menor incidencia. Por ahora, ni siquiera el menor conocimiento.
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Caben otras consideraciones: Cuba, sin duda un factor hoy por hoy determinante sobre los gobiernos de la región, no parece encaminarse hacia una transición democrática. Ha logrado sobrevivir gracias a sus vínculos con Venezuela y no parece decidida a renunciar a ellos. Y en una jugada estratégica maestra, ha obtenido el respaldo de los Estados Unidos y del Vaticano sin una sola contraprestación. Ha logrado adormecer con ello toda prevención de los dos grandes poderes de Occidente. Nada permite presumir su voluntad de enmendar rumbos y facilitar el regreso a la democracia de Venezuela. Por el contrario. Mantenemos la sospecha de que su voluntad revolucionaria no ha sufrido merma alguna. Y puesta ante la disyuntiva, prefiere una Venezuela arrasada que una Venezuela democrática, como la que le pusiera coto en sus primeros intentos imperiales. Asombra y aterra constatar que los factores que rodean a SS Francisco favorecen tal desenlace.
De modo que tanto el contexto nacional como el contexto internacional avalan plenamente los sombríos pronósticos de Evan Ellis. Tendemos a considerar que antes que encontrarnos al comienzo del fin, podríamos estar al fin del comienzo. Valgan, en todo caso, esos sombríos pronósticos como advertencia de que el ejército de los Estados Unidos no será sorprendido en su buena fe.
¿Lo será la oposición venezolana? Dígase lo que se quiera, es innegable que a ella le compete gran parte de la responsabilidad en haber permitido que la situación de deterioro y desintegración del país se agravara a estos extremos. Desde el mismo 4 de febrero no ha habido una sola expresión de rechazo frontal y definitorio, existencial, de unidad nacional ante el asalto al Poder por parte de las fuerzas de la disociación encabezadas por Hugo Chávez y sus comandantes. Por el contrario: ese mismo 4 de febrero se cerraría la tenaza al cuello de la democracia de Punto Fijo: con el tristemente célebre del “por ahora” de Hugo Chávez, una brutal amenaza a la estabilidad democrática del país, por una parte: y con el retiro de todo apoyo al establecimiento de Punto Fijo por la otra gran personalidad política de la democracia – Rafael Caldera. Ese día, murió la democracia en Venezuela. Fue ahorcada a cuatro manos.
Primero en desbandada, náufragos y sin derrotero fijo, los partidos del establecimiento permitieron el libre despliegue y desarrollo del asalto al Poder por la barbarie. Sin una sola auténtica expresión de rechazo. Colaborando con aplicación al desmontaje de las instituciones. Hasta que con la Constituyente se las enterrara sin gloria ni majestad. Luego acoplándose al juego electorero del nuevo Poder hasta encontrar acomodo en el sistema que irrumpía. Finalmente, entorpeciendo cualquier esfuerzo por zafarse de la tenaza del totalitarismo en ascenso. La historia de la oposición al asalto de la barbarie es una retahíla de ominosos fracasos.
Si Hugo Chávez murió sin haber logrado implantar el régimen totalitario que persiguiera – siguiendo el modelo cubano – no se debió a la acción en contrario de los partidos opositores. Ni siquiera a la tenaz porfía de la sociedad civil, capaz de grandes sacrificios pero carente de un auténtico liderazgo. Se debió a la insólita incapacidad ejecutiva, a la supina ignorancia y a la completa falta de ambiciones de grandeza por parte del epígono venezolano de Fidel Castro. Así como a la desbordante mediocridad y bajeza suyas tanto como de sus fuerzas políticas de apoyo. Posiblemente también a su lacayuna obediencia a Fidel Castro, cuya autoridad jamás hubiera osado poner a prueba pretendiendo arrebatarle el liderazgo de la revolución del Tercer Mundo. Fue un pobre militar cuartelero, provinciano, payasesco y agalludo, sin otras ambiciones que comandar su país como si fuera un vivac, aunque dotado del desenfado y la demagogia perfectamente acopladas al analfabetismo ambiente.
Una trágica y cruenta parodia de Simón Bolívar para un pobre país rico y en decadencia.
¿De dónde saldrán las fuerzas que impidan la consumación final de la tragedia? Es una pregunta para la que, desgraciadamente, no tenemos respuesta. Por ahora…