Cáncer y castigo
En el “Gorgias”, uno de los diálogos más importantes de Platón, que permite conocer lo que Sócrates y el propio Platón pensaban de la virtud, se dice que la injusticia es la enfermedad del alma y, por razonamiento en contrario, la justicia es la salud del alma. Pero también se afirma que la injusticia no daña tanto a quien la sufre como a quien la hace. Hoy en día está demostrado, hasta donde puede estar demostrado algo por la ciencia médica, que la culpa puede ser una de las causas determinantes del cáncer. Porque la culpa es a su vez una de las causas determinantes de la depresión, y la depresión, por decirlo de alguna manera, le abre las puertas al cáncer para que se manifieste de madera terrible en el cuerpo.
Es sabido, hasta donde algo puede saberse hoy, que el Sistema Inmunitario tiene un papel fundamental en los procesos de malignización de las células y de los tejidos que componen el cuerpo. En condiciones usuales, en cuanto se hacen presentes algunas células atípicas en un órgano o en un tejido, el Sistema Inmunológico reacciona y las elimina de inmediato, pero por lo general vuelen a presentarse células atípicas y el proceso, el pleito, se repite no una sino varias veces, hasta que triunfa uno de los dos bandos: o el Sistema Inmunológico elimina en forma definitiva el brote maligno o el proceso maligno rebasa las capacidades del Sistema Inmunológico y se desata un tumor canceroso que debe ser combatido por la ciencia médica. También es sabido que la depresión, que la ciencia médica actual podría calificar como una enfermedad del alma, tiene un efecto muy importante sobre el Sistema Inmunológico, de modo que una persona deprimida muy posiblemente sea atacada sin piedad por esas células malignas sin que el cuerpo pueda reaccionar adecuadamente.
Estudios muy serios en Japón y otras partes demuestran que cuando ya el cáncer se ha manifestado, un paciente deprimido no reacciona tan bien a los tratamientos médicos como uno no deprimido. Y también se sabe que la depresión puede tener muchos orígenes, pero uno de ellos es la culpa. Es un tema del que puedo hablar con absoluta propiedad porque entre en 2000 y el 2003 fui víctima de un proceso depresivo causado por la situación del país, y acentuado por el hecho de que Chávez no fuera expulsado del poder, en un proceso muy parecido al de la malignización de las células vivas: La democracia fue rebasada por el chavismo, con su carga de demagogia, maldad, corrupción y dictadura, capaces de destruir al país, que ha llegado a las condiciones deplorables en que todos lo vemos ahora, y esa depresión implicó un cáncer de colon, que afortunadamente fue tratado con eficacia por varios médicos muy bien preparados: el cirujano Antonio Martín Vegas, que me operó en el Centro Médico, la oncóloga Esther Arbona-Roche, que me trató con quimioterapia y radioterapia, así como otros excelentes médicos de la Clínica La Floresta. En Mérida la doctora Lisette Álvarez me trató el cuadro depresivo, mientras que la doctora Arbona-Roche, además de ocuparse de la situación oncológica, se preocupó por darme herramientas para combatir la depresión y evitar una recurrencia que habría sido mortal.
Todo lo anterior me permite asegurar que el cáncer que apartó del camino al narcisista, demagogo, vendepatria y sociópata Hugo Chávez, y el que quitó del camino a su triste seguidor Luis Tascón, fueron causados por la terrible injusticia que cometieron contra nuestro país, que a su vez, consciente o inconscientemente, les generó una terrible culpa que a su vez fue la causa de una fuerte depresión que disminuyó sus sistemas inmunológicos y abrió las puertas a la enfermedad que evitó que siguieran dañando a la humanidad. Sé muy bien que más de uno asegurará que esos monstruos jamás sintieron el acucio de la culpa, y por eso dije “consciente o inconscientemente”.
El cerebro puede ocultar muchas cosas, pero el que oculten no las hace desparecer realmente. De Tascón se sabe que murió lamentando su suerte y manifestando arrepentimiento por el estropicio que había hecho. De Chávez quizá no se quiera reconocer que haya sido así, y posiblemente se diga que un ser tan lleno de maldad y resentimiento no puede haberse arrepentido de nada, pero la falsa religiosidad que manifestó en sus últimos meses, y hasta las manifestaciones de narcisismo que rayaban con lo ridículo, hacen pensar que sabía muy bien que había actuado muy mal y merecía con creces el castigo que estaba recibiendo.
También sé que varias almas caritativas me dirán que no se le debe desear la muerte a nadie, pero en nombre de la ciencia ojalá que pronto esta teoría se refuerce con otros casos, especialmente en las personas de Maduro, Cabello y otros jefes del chavismo, que bien lo merecen, y así harían, por fin, algo importante por la patria.