Busurero
¿Usted sabe “buhonero”? ¿Sabe “usurero”? Pues “busurero” fue el término que acuñé para referirme a esos ladrones, acaparadores y revendedores que pululan por doquier. En mi caso, mi busurero de confianza trabaja en un sótano apestoso a orine e infames intensiones. En un cuartuchito tiene productos (des)regulados. A ver con qué me sorprende la semana que viene (a su regreso de unas muy extendidas vacaciones de Carnaval que se tomó). Divino él.
Hace meses estacionaba carros y usaba franelas raídas y con letreros que decían algo así como: “Ferretería Mi Tuerquita”, “Águilas del Zulia” y una con los ojos del presidente difunto. Eso cambió, ahora son camisas Polo y Chemise Lacoste. Upa.
Al pensar en este revendedor regordete, oligarca-temblad, cúpula-podrida y capitalista-imperial (pese a su chemise ultra roja y sus convicciones intactas), no puedo evitar recordar a Dante Aligheri. En su “Divina Comedia” describió el castigo inmundo que recibían los revendedores en el Infierno: “Y en otro gran mar repleto de pus y sangre e hirviente cieno se erguían hombres y mujeres (metidos allí) hasta la rodilla. Eran los usureros y los que exigieron interés compuesto”.
La cosa es que con tanto busurero a uno se le descuadran las finanzas. ¡Y eso que me ahorré un realero al comprar la batería de mi carro en la casa matriz de la Duncan!
Mi abogado le regaló a su esposa una batería que le consiguió un busurero. Ochenta mil bolos. ¡Justo lo que ella quería! Un mecánico amiguísimo movió sus contactos en la busurería citadina para conseguírmela en sesenta mil. El esposo de la gerente del banco compró la suya en Catia: cuarenta mil. Entonces se apareció mi ahijado Giovanni, providencial todo él, y se ofreció a pegarse la cola en la Duncan de la zona industrial de Los Ruices del Sur.
A las 4:00 de la tarde del jueves, llamé al número 800-xxx de la Duncan. La pobre telefonista está harta de repetir hasta el paroxismo: “Disponemos de la batería, pero tiene que venir a hacer la cola”.
Llamé a Giovanny y a mi ahijada Karin. Raudos y amorosos se presentaron en mi casa. Cambio de baterías y él se fue para la Duncan con una tableta de chocolate Savoy que le di. Nosotras nos quedamos encantadas comiendo helado en el jardín.
A las 5:30 p.m. supimos que “nos” había tocado el número 52 y que la cola picaba y se explayaba. Lo que restaba era esperar a que amaneciera.
A las 3:30 a.m. del viernes, animoso despertar y desayuno.
A las 5:00 a.m. taxi de línea para ir para la Duncan. Bs. 800 ahí mismito.
A las 5:30 pasó un empleado verificando el tipo de carro y preguntando quién era el propietario. Casi estallo en una nube de escarcha rosada cuando levanté ambos brazos y dije: “¡Soy yo!”. La sensación es como la que experimentan los que ganan una maratón, sólo que en mi caso no tuve que pegarme la carrerita. Entonces Gio se acostó a dormir en el asiento trasero y le sustraje la media tableta de chocolate que le quedaba.
Degustando el cacao venezolano en aquella oscurana y con aquel frío, Karin y yo nos pusimos a recorrer la cola de carros estacionados. No los contamos, la fila era demasiado larga, luego cruzaba y después volvía a cruzar. La mayoría eran hombres un tanto despelucados y con barba incipiente. Había una que otra señora convenciéndose que estaba muy protegida por tanta testosterona a su alrededor. Pero “tranqui”, a esa zona industrial no van a atracar a nadie: la gente lleva tarjeta de débito, tarjeta de crédito o cheque. Y no le pueden robar a uno el carro, porque la batería desmayada va a dejar a los ladrones botados a un kilómetro de distancia.
¡Mas no todo el mundo durmió mal dentro de su carro! Resulta que allí queda un hotel de paso y pasiones. Hay gente que paga por dormir en una habitación con alfombra color ladrillo por las paredes, cama redonda y espejos en el techo. Dormir. Eso debe de ser difícil hacerlo, pues con esa redondez uno pierde los ángulos rectos, los puntos de referencia. Con la circunferencia uno como que se rueda y se cae… Pero segurito que más de una pareja deja su carro bien estacionado en la cola y se va para el hotel a hacer cosas más interesantes. Como jugar backgammon.
Lo de la pernocta sería extraordinario para todas las mujeres que no tienen eso que llaman “un hombre que las represente”. Además, hay baño, regadera, jaboncito.
Cuando Gio se despertó nos contó lo sucedido durante la noche: todo el mundo se hizo amigo de todo el mundo. ¡Eso sí que tenemos los venezolanos! A él hasta le brindaron una cervecita. Y, como era de suponerse, contaron anécdotas de estos últimos 17 años. A una señora se le subió la tensión, apareció un médico y le dio una pastillita. Los tarantines y friquitines en donde venden pinchos de perro, empanadas de carnita gato, café aguarapao colado el día anterior, sanguchitos caminados por cucarachas y demás exquisiteces, ahora no sólo laboran en el horario diurno para los trabajadores de la industria, sino que tienen un doble turno. Así, los que están en la cola pueden saborear estas delicias y ver las estrellas.
A las 6:30 a.m. pasaron dos muchachitos cargando unos fusiles, escopetotas, riflotes o como se llamen. Eran “Guardias del Pueblo”. Para sorpresa de ellos los saludé: “¡Hola, buenos días, GuardiasdelPueblo!”. Contestaron con educación un tanto atónitos. Y… ¡abrió la Duncan! Abrió Sésamo. En cómodas cuotas fueron atendiendo a los clientes emocionados.
Cuando finalmente nos tocó a nosotros, a eso de las 8:40 a.m., todos dejaban entendiendo el carro en manos del empleado y corrían para el baño. Otra cola más. Las más sufridas éramos nosotras, las damas. Uno que otro caballero nos dejó pasar primero. Al salir del baño grité: “¡Muchas gracias baterías Duncan! ¡El baño está limpio, tienen agua, jabón, toallita Absorbo y papel toilette! ¡Esto no se puede creer! ¡Gracias!”.
Y llegó la hora de pagar. Como ya manejaba las cifras de los mercados paralelos (que si 80mil, 60mil, 40mil), pensé que tendría que pagar entre 20mil y 30mil. Prívese: 12.432,oo. Sí: Doce Mil Cuatrocientos Treinta y Dos. ¿Qué me le parece?
Estrenando mi batería, con la garantía en la guantera, me puse al volante. Iba a arrancar cuando Gio me pidió un minuto: se fue a despedir de todos sus nuevos mejores amigos. Besos, apurruños, bendiciones. La verdad es que nosotros somos bien bellos.
Ahora, todo esto usted lo puede hacer si tiene un Giovanny García en su vida… y una ahijada extraordinaria, Karin Valecillos. De lo contrario usted va a ser una víctima más de la busura nacional.
Carolina Espada