Buenos días maldad
Doña Maldad se despierta a mi lado pero no responde a mi saludo pues no oye, no duerme, no me conoce; está allí para darme un mensaje.
Tampoco es que padezca de insomnio y es saludable como un monstruo precoz. No parpadea, no traga, no sufre de sentimientos de culpa o apremio ya que posee territorio autorizado desde el poder más tétrico que es el que la alborota, consiente y carnetiza. Me mira como victima potencial. Sea en forma de palabra, cuchillo, bala o pensamiento, anda de su cuenta y no corre riesgos pues la acolitan desde las altas cumbres en sus fechorías. Desde allí obra su mano impune. Se ha convertido en ídolo, lo sabe y saborea.
No posee pasaporte, es fría como la respuesta de una nevera abierta, y ha construido territorio en el diccionario de las cosas más simples. Prenda la radio y la oirá; hable por el teléfono, mire la prensa, obsérvese en el espejo, escuche un ruido, léase las manos, asómese a las cosas más íntimas y sentirá ese miedo que la maldad anuncia, y la risotada de los que la propician. Aquél aviso de «cuidado, perro bravo» es un piropo de gentileza frente a esa hojilla de óxido que se pasea adosada a la sombra de cada movimiento. A tu espalda, a tu derecha, en el piso de arriba, el terrorismo de lo cotidiano, la voz que deja un mensaje indescifrable, la paranoia del peligro, la guerra psicológica, la mirada capciosa del que va en otro carro; la creación estudiada del clima en que te paraliza.
Buenos días, Maldad. Con eso se levanta androide, se lava los dientes sin poder evitar el tufo inconfundible de hiena, desenfunda frente al espejo para verse como de película «Taxi Driver», prende el motor de alta cilindrada y sale a cazar impertérrita. Los hay profesionales, esbirros, bisoños, segundones, de reparto, mensajeros, materiales e intelectuales. Constituyen un sindicato, una red, una mafia sería decir cosa de juegos infantiles, una estructura gobernada, pagada desde arriba con petróleo, para dañar, para no dejar hacer, inmovilizar, paralizar sobre todo el espíritu; y esa bora se va extendiendo hasta los tuétanos. Morgue, cárcel, alcabala móvil, pompas fúnebres, robo, asalto, arrebatón, secuestro, chantaje, sábana sobre una sombra frita en el pavimento aceitoso del día, discurso de odio, «cuídate que te van a matar», advertencia-amenaza, cáncer televisado, epidemia de odio, niños venezolanos con fusiles, patria-socialismo-y-muerte.
Buenas noches, maldad, y se sienta a mi lado, como si nadie, y no respira. Y entre tanto me quedo dormido por miedo a la existencia y sueño que entran y que me persiguen y que nos encierran, atados de pies y manos en el rincón más oscuro de un sótano, y les decimos que se lleven todo, que no importa, pero ellos que nada, que es otra cosa, que es un procedimiento. Y en esas me despierto sudando, aterrado, y resulta que no estaba dormido, que todo es de verdad.
«Padre nuestro que están en los cielos, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino…»