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Brasil decide

Brasil pertenece al reducido grupo de países cuyas elecciones generan un interés global. Eso sucede porque es una nación grande, no sólo en términos geográficos sino también económicos y políticos, y porque ha protagonizado una espectacular evolución, dato fundamental a la hora de analizar los comicios presidenciales de hoy. Hasta hace poco, el inmenso territorio brasileño albergaba hasta 30 millones de personas que vivían por debajo de la línea de la pobreza y tenía unas débiles clases medias; era considerado, en el ámbito económico e internacional, una eterna promesa que nunca acababa de despegar. Ahora, la decisión de los votantes girará en torno a lo conseguido por la ya potencia regional y global tras el regreso de la democracia, y sobre lo que demanda una sociedad que exige más precisamente porque tiene más.

Así, se someten a las elecciones —a las que están llamados casi 143 millones de brasileños— distintas visiones del futuro. Por un lado, la presidenta, Dilma Rousseff, que quiere seguir gozando del crédito obtenido por su antecesor, Luiz Inàcio Lula da Silva: un espectacular crecimiento económico que lleva a millones de personas a las clases medias, la consagración de la estabilidad política y el papel del país como líder regional y como potencia global. Una notable hoja de servicios del Partido de los Trabajadores (PT) que se ha empañado recientemente con las dificultades económicas —un crecimiento estancado y una inflación que castiga a esas nuevas clases medias— y con los escándalos de corrupción. La progresiva insatisfacción popular derivada de todo ello exige una manera de gobernar más transparente y que responda a esos retos.

Esta insatisfacción es una de las principales bazas de la principal candidata opositora, Marina Silva, del Partido Socialista de Brasil (PSB). Silva, que formó parte del Gobierno de Lula (y, por tanto, puede reclamar parte de los éxitos de éste). La ecologista Silva aglutina a sectores no homogéneos, pero que coinciden en su reticencia a la manera de gobernar de Rousseff. De su discurso, a los seguidores de Marina Silva les atraen los llamamientos a la lucha contra la corrupción, la necesidad de hacer una política cercana al ciudadano y la preocupación medioambiental. Además, una parte del empresariado apoya sus planteamientos en economía, alejados del creciente intervencionismo del PT.

El tercero en discordia —y gran rival de Silva— es Aécio Neves, que promete reformas, descentralización y reducción del déficit público. Su partido, el PSDB, reclama el mérito de haber colocado a Brasil en la senda del despegue de la mano del expresidente Cardoso, antecesor de Lula.

Pase quien pase a la segunda vuelta —si es que la hay, porque la recta final de Rousseff ha sido arrolladora— en la elección definitiva será vital la televisión, que en buena medida decide las elecciones en Brasil y que dedicará los mismos tiempos a los dos candidatos en liza, a diferencia de la ventaja oficial de la que disfruta en primera vuelta la candidatura presidencial.

(Editorial)

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