¡Bochinche! ¡Bochinche! ¿O solo anarquía?
Egildo Luján Nava
Los venezolanos disfrutaron de las bondades de un estándar de vida que, en su momento, pasó a ser envidiable en Latinoamérica. De hecho, fue una posibilidad que convirtió a esta parte del continente en una especie de casa de la esperanza para inmigrantes que llegaron desde diversas partes del mundo, muchos de ellos asumiendo que, finalmente, la Leyenda Dorada no era un cuento; sí una verdad indiscutible.
Pero El Dorado, en sólo dos décadas, ha terminado convirtiéndose en una versión terminada de la Leyenda Negra, y dándole paso al surgimiento de la Venezuela de lo oscuro, de la opacidad y de las tinieblas. A la Venezuela con incomparables niveles de pobreza, de inseguridad, de corrupción, de hambre y de una inconmensurable tragedia moral, convertida hoy, por cierto, en la carta de presentación ante el mundo; no del país, sí de un grupo minoritario empecinado en seguir sembrando fracasos y más fracasos.
El peor y mayor fracaso, desde luego, no es otro que aquel que exhibe una población condenada hoy a vivir entre la pobreza y el hambre; no por decisión propia: es el legado de un equívoco político y de un error histórico que ayer fue aventura nacida a la luz -¿o a las sombras?- de la complicidad y de la impunidad de cazadores permanentes de oportunidades.
La mayoría del pasado y la de hoy, por supuesto, es la que paga con su condición de pobre, ese atrevimiento cargado de antipaís. Mientras que la osada minoría motorizadora de lo que no pasó de ser una prueba de cambios, desde luego, y como siempre, cuantifica el beneficio; convierte el volumen de su cacería en el oportuno trofeo de su presunta lucha por un llamado pueblo.
La paupérrima economía nacional, que ya no tiene al alcance de sus manos la inyección de fortaleza que alguna vez le garantizó su más que centenaria industria petrolera, ya no es capaz siquiera de evitar que el salario mensual de un trabajador no alcance ni para comprar dos kilogramos de arroz, mucho menos para adquirir un par de zapatos fabricados en el país. Y todo debido a que el precio equivale a cinco meses de sueldo.
Realmente, ser hoy un asalariado en Venezuela equivale a percibir un ingreso de extrema miseria; a cuantificar un monto que coloca a los ciudadanos de trabajo a la par de los trabajadores de los países más pobres de África, como de las naciones más subdesarrolladas del mundo.
Dicha descripción, por supuesto, es la configuración de un reto; de un exigente compromiso transformador para las generaciones que viven en el país; que se niegan a migrar. Incluso, para muchas individualidades que ostentan cargos administrativos en diferentes dependencias gubernamentales, como a otras que recurren al oficio de la política, para formular propuestas de avanzada.
Sin embargo, en el camino sigue imponiéndose la trillada tesis de que, ante la adversidad, no se debe olvidar que lo más incomprensible es que Venezuela, como tal, no es un país pobre. Porque, por el contrario, es una nación verdaderamente rica, favorecida con cuantiosos recursos naturales de todo tipo, como de abundantes recursos hídricos. Incluso, posee más de 3.700 kilómetros de costas, además de más de 315 islas a todo lo largo y ancho del Mar Caribe. Asimismo, tierras fértiles, clima tropical todo el año y miles de parajes de ensueño para ser uno de los países de mayor atractivo turístico, entre tantos y muchos otros tesoros naturales.
Solo que tales insumos, materia prima natural para el progreso y el bienestar, per sé, no conforman el activador de las transformaciones. Porque se necesitan condiciones para que, a partir del riesgo que impulsan los ciudadanos emprendedores con capital nacional o internacional, se supere la visión primitiva de la economía que aún se tiene –y se protege en Latinoamérica-, a la vez que se hace caso omiso de la importancia de captar y de capturar los capitales que hoy son conquistados por naciones con menores ventajas naturales que Venezuela.
Entre apelaciones a Leyendas históricas, uno de los argumentos a los que se recurre para argumentar las posibles causas por las que Venezuela ha terminado exhibiendo lo que ya es conocido por el resto del mundo cuando comienza el cuarto mes de 2018, es que el análisis no puede hacerse al margen de cómo fue que el país comenzó a convertirse en República.
Y ese inicio estaría asociado al hecho de que el problema y causa no es el país como un todo territorial y político, sino por causas culturales relacionadas con su gente. La afirmación precisa que sus ciudadanos constituyen el producto de una invasión española, esclavizante y depredadora. Ella llegó a esta parte del mundo con la intención de hacer y enviar riquezas para la metrópoli española a título de botín de conquista, para luego regresar a su tierra como grandes Señores. Lo reprobable fue que nunca tuvieron la intención de echar raíces en este nuevo mundo. Es decir, todo lo contrario a lo que sucedió en el Norte, a donde los ingleses arribaron como Colonos, con familia, y dispuestos a hacer Patria.
Los venezolanos, habiendo formalizado la conformación de la República de Venezuela el 5 de Julio de 1811, y después de casi 20 años de luchas independentistas y cruentas batallas, lograron crear las condiciones para abolir la esclavitud, además de echar las bases para instaurar un sistema de vida republicano en un ambiente de libertad.
No obstante, sueños, esperanzas, ideales, propósitos y luchas cuerpo a cuerpo, deben someterse a la larga exigencia de todo un proceso que abarca 147 años de experiencias y vivencias, dirigidas a instalar un gobierno estable. Sin embargo, fue el aprendizaje de la sobrevivencia con caudillos, entre montoneras y dictadores, además de golpes de estado, como con populistas convertidos en típicos «vivos criollos», lo que habría de echar las bases como forma de vida, alrededor de las bondades naturales que luego ofreció la explotación petrolera desde el 31 de julio de 1914, con el Zumaque I.
Desde entonces, el surgimiento del primer pozo petrolero al pie del cerro La Estrella en el municipio Baralt del estado Zulia, hizo posible la presencia de un recurso natural que, a su vez, hace posible una gobernanza atada a una actividad económica negada a la iniciativa privada, conservando su propiedad, explotación, producción y comercialización, para que siempre estuviera en manos del Estado. Así ha sido hasta el presente, y es por eso por lo que Venezuela sigue siendo el emblema de un país en donde conviven un país con un Gobierno rico y un pueblo pobre, dependiente de las migajas de los gobiernos.
En razón de esa simbiosis, es por lo que se ha arraigado en la mente del venezolano la convicción de que ser funcionario en cualquier puesto administrativo de gobierno, es “coronar” la posibilidad de tener acceso a un botín sin dueño y no un cargo como servidor público. ¿Consecuencia?: Al ser el Gobierno el responsable de motorizar la economía en atención a una planificación centralista, eso le permite a los funcionarios de turno inmiscuirse o propiciar cualquier tipo de desarrollo; también favorecer a personas o grupos económicos que, en determinadas ocasiones o iniciativas, propician una permanente posibilidad de corrupción y de dolo.
Con el transcurrir de esos 147 años, el 23 de enero de 1958 es expulsado del poder el dictador Marcos Pérez Jiménez. Y la dirigencia política de entonces, comienza a echar las bases de un proceso administrativo civil, que abre las posibilidades a un proceso administrativo regido por principios democráticos. Desde entonces, han transcurrido 60 años, y Venezuela ha sido conducida por 16 Presidentes. Se trata del período que denominan democrático, si bien se hace la salvedad de que durante los últimos 20 años el país ha sido objeto de un proceso político administrativo en el que se ha hecho presente una férrea polarización, parte de la cual lo califica a dicho período de «dictadura comunista», mientras que ésta se autodenomina “Revolución del Siglo XXI».
El emblema de lo que ha sucedido durante las dos últimas décadas, desde luego, ha sido el de ese conjunto de crisis atribuidas a un rotundo fracaso, y en donde es tan grave lo económico, como lo social, lo político, lo cultural, como lo moral. Y en donde la presencia del “nuevo hombre” pasa a ser una especie de etiqueta histórica, distinguido por su comportamiento al margen de la Ley, pero con audacia y sabiduría suficientes para saberse desplazar sin sonrojo alguno entre la corrupción y la delincuencia.
En fin, ese “nuevo” venezolano es la expresión de una minoría que presume ser mayoría, a la vez que hace alarde de su arribo a posiciones de mando por ser pueblo con poder, según los supuestos principios de una transformación que no ha sido tal. La misma, realmente, ha sido una simple expresión propagandística de un mensaje y de un neolenguaje al servicio de una supuesta revolución de las izquierdas, en cuyo seno, sin embargo, se insiste en repetir una y otra vez: lo que es y representa, es lo que es común escuchar en el pueblo llano, cuando califica entre risas que » fulano es bien pendejo, porque tenía un tronco de puesto y salió limpio; sin nada en el bolsillo».
La combinación de factores deformantes del venezolano de hoy define un comportamiento y una actitud muy compleja. Porque si durante la Colonia el país estaba asistido y dirigido por habitantes, y nunca bajo el concepto de ciudadanos conscientes de lo que representaba convivir con deberes y derechos, todo eso se traduce actualmente en la presencia de una verdadera casta ocupada en escoger los caminos de menor esfuerzo para alcanzar los mejores resultados. Alguna vez se conceptualizó que el trabajo era de plebeyos. Hoy, además, prevalece la afirmación del típico «vivo criollo», que da como un hecho que vive en un país en donde el único rico es el Gobierno, y al que hay que estar “conectado”.
Pero ¿y cómo llegar hasta él?. ¿Cómo favorecerse con dicha riqueza: haciendo de político; desarrollando una carrera política; ser amigo de ciertos políticos. De hecho, si hoy, a partir de señalamientos y enjuiciamientos, persecuciones y acusaciones, como de encarcelamientos, se clasificara la necesaria identificación de aquellos que son acusados de haber saqueado a Venezuela, se harían presentes los indicios evidentes de dónde nace esa apreciación histórica.
También a qué se debe la fuerza con la que se proyecta el motivo atribuido a dónde y a qué se debe el descalabro de un país que recibió una inmensa fortuna durante los últimos lustros, y quiénes son los posibles responsables de que la misma esté desparramada por el mundo entero. Sólo bastaría con identificar a quienes hicieron de políticos; simularon desarrollar una carrera política; ser amigos y posteriores testaferros de políticos en funciones administrativas, para acertar en el señalamiento.
En todo caso, llegar hasta allí y trabajar en la identificación de personeros responsables, como en la descripción de episodios donde se aprecia lo condenable, definitivamente, es parte de la historia venezolana. Pudiera ser expresión extendida del ¡bochinche¡ ¡bochinche¡ de lo que, en su momento, y por las causas conocidas, apreció el Generalísimo Francisco de Miranda. Sin embargo, otros más atrevidos al apreciar lo actual, optan por nuevos juicios. Y es que, según ellos, desde Miranda hasta lo que se tiene en la actualidad, la gran verdad es que Venezuela siempre ha sido un campo abierto para que la anarquía sea la auténtica dueña de lo que aquí ha sucedido durante más de 200 años.
Lo de hoy, desde luego, hay que enfrentarlo liberando al país de la presencia y conducta de un grupo gubernamental que ha demostrado su incompetencia para dirigir a la nación. Sobre todo porque sus motivaciones y razones para estar en sus cargos y posiciones de mando son ajenos a lo necesita la Venezuela de los nuevos tiempos. Sin embargo, también eso pasa por la necesaria definición de propósitos y objetivos que, definitivamente, no pueden seguir siendo excusas para que se reediten contubernios.
Por lo pronto, es menester ir a una reforma total de la estructura cívica, moral y jurídica del país. El Estado debe ser encaminado a ocuparse del desarrollo y de la defensa de deberes y derechos de los ciudadanos. Se tiene que propiciar la descentralización del país y del poder, hasta las escalas más bajas de la organización ciudadana. También evitar la concentración de poder en una o pocas cabezas, permitiendo la injerencia y supervisión de la población en la adopción de decisiones.
Hay que propiciar el desarrollo integral venezolano, con la incorporación y participación de todas las regiones y pueblos. Aprobarse una nueva Constitución que blinde el funcionamiento del Estado de Derecho, apoyado en instituciones públicas que no sigan siendo simples apéndices partidistas, grupales o extensiones de expresiones gubernamentales ajenas a la nación.
Políticamente, Venezuela tiene que deslastrarse de la fórmula gubernamental reeleccionista, y darle paso al sistema de doble vuelta electoral. De igual manera, no puede seguir secuestrada por la interesada argumentación de darle peso determinante al funcionamiento de un estado empresario, causa de corruptelas, como de vicios fiscales y monetarios dirigidos a financiar clientelismos partidistas, y , hoy por hoy, entre otras razones, para hacer presente la hiperinflación que se trata de sobrellevar con más devaluaciones e insostenibles reformas monetarias.
De una vez por todas, Venezuela tiene que convertirse en ejemplo y modelo global de respeto a los derechos de propiedad y de ejercicio del emprendimiento ciudadano, para que sean el riesgo particular y la confianza los auténticos sustitutos de rebatiñas gubernamentales. Además de un país en donde sus instituciones armadas estén al servicio del bienestar y progreso de su verdadera Patria, y no de sistemas de extorsión concebidos para que se le sirva a intereses distintos a las razones por las que se jura amparo y protección territorial, fortaleza institucional, bienestar nacional.
Y, por supuesto, es necesario que el país sea dotado de otro modelo: el de un Poder Electoral que honre la pulcritud y transparencia del sistema de elección y de votación, para lo cual, desde luego, la autonomía e independencia tienen que ser tan seria y cierta, como la misma de un Banco Central descontaminado de la mano que manipula datos, cifras, estadísticas y resultados.
Se trata, por supuesto, de las reformas que harían posible vivir en un ambiente de libertad e ideal para conquistar bienestar particular, familiar y nacional. Pero, además, de liberar a Venezuela del comportamiento influido por causas culturales que, en respuesta a la promoción de un supuesto “nuevo hombre”, ha terminado fortaleciendo la activación de una variable del reprobable falso “vivo criollo”. Para éste, la máxima motivacional es la de que «el trabajo, la educación y el respeto pudieran ser útiles para honrar nombres y apellidos, pero no hacen posible que tengamos más y mejor Patria”.