Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia
La cuarta bienaventuranza nos lleva de la mano a comprender las necesidades del espíritu tal y como conocemos las necesidades básicas fundamentales de la sobrevivencia. Desde el punto de vista fisiológico el ser humano manifiesta tanto el hambre como la sed porque mediante estos dos mecanismos se asegura proveer el agua y el alimento para que se lleven a cabo miles de complejos procesos a través de los cuales el cuerpo humano se auto regula y garantiza la vida.
En primer lugar, sentimos hambre cuando los niveles de glicemia disminuyen en sangre; la glicemia actúa como el combustible celular y cuando comienza a disminuir el hipotálamo envía señales que nos hacen sentir hambre, modulando la ingesta y el gasto energético. Así pues, el sentir hambre es una necesidad intrínseca del organismo que induce a la ingesta o el consumo de alimentos para obtener el combustible celular. Mientras que el apetito es el deseo psicológico de comer, se encuentra asociado a experiencias sensoriales.
De esta manera también se manifiesta el hambre del espíritu; sentimos la necesidad imperiosa de que se establezca en este mundo la justicia de Dios; quien conoce los corazones y pesa los espíritus. Es Él quien juzga con justicia y puede dar a cada uno lo que realmente se merece: “ Todo camino del hombre es recto ante sus ojos, pero el SEÑOR es el que examina los corazones”. Prov. 21:2. Ahora bien, ¿de qué se trata la justicia? Por una parte, la etimología de la palabra justicia nos enseña que proviene del latín Iustitia de donde ius significa derecho, iustus significa justo y la terminación de la palabra en ia es un sufijo abstracto para formar sustantivos. Entonces, la justicia está íntimamente relacionada con la practica del derecho, con la ley, con el camino recto.
Por otra parte, recordemos que los griegos representaban a la justicia como una mujer con los ojos vendados, con una balanza en la mano izquierda y en la derecha una espada. La venda oculta al receptor de la justicia, al no verlo no hay favoritismos. La balanza significa que sus obras son pesadas con equilibrio y la espada nos muestra la fuerza y determinación para aplicar la sentencia. Una manera magistral de representación que debería ser enseñada desde la infancia, una ironía a la aplicación de la justicia en nuestro sistema actual, en el cual la venda está sustituida por ojos escudriñadores que buscan tesoros como recompensa, donde la balanza no se equilibra por la verdad de los hechos sino por lo que se quite o se añada a ella de manera arbitraria y en la que la espada penetra muchos corazones inocentes y deja ir libres a muchos delincuentes.
Sin embargo, como le dijera el apóstol Pablo a los gálatas: “No se engañen, de Dios nadie se burla. Cada uno cosecha de acuerdo a lo que siembra”. Un consuelo para los que tenemos esa hambre espiritual de justicia. Aunque muchos piensen que pueden hacer según su apetito carnal, la vida nos ha demostrado que Dios no puede ser burlado, que la Tierra gira y gira y los que hoy están abajo mañana podrían estar arriba y viceversa, porque Dios escucha a quienes practican la justicia. Como nos dice el salmista: “Los ojos del SEÑOR están sobre los justos; sus oídos están atentos a su clamor. El rostro del SEÑOR está contra los que hacen mal para cortar de la tierra su memoria. Clamaron los justos, y el SEÑOR los oyó y los libró de todas sus angustias”. Salmo 34:15-17.
En segundo lugar, al hablar de sed hablamos del líquido vital de la vida, el agua. Nuestro organismo contiene una proporción del 70% de agua al nacer, con el proceso de envejecimiento esta proporción puede disminuir hasta el 55%. Las dos terceras partes del agua en nuestro organismo se encuentra dentro de las células donde se llevan a cabo, literalmente, todos los procesos que nos mantienen con vida. En el cerebro poseemos unas células especializadas que detectan la disminución de agua intracelular desencadenando el mecanismo de la sed, lo cual nos conduce a la ingesta de agua y a la liberación de hormonas en el torrente sanguíneo, las cuales van a regular los gradientes de concentración de sodio y potasio y la producción de orina.
Si no se atiende al llamado de reponer líquidos cuando sentimos sed ocurre la deshidratación. A medida que disminuye el nivel de agua en el torrente sanguíneo baja la tensión arterial y la función cardiovascular se ve afectada, disminuyendo el volumen de sangre que debe ser transportado a los diferentes tejidos. Es toda una cascada de eventos fatales que se llevan a cabo por la disminución del preciado líquido. La sed es pues, un mecanismo de supervivencia del ser humano. Cuando tenemos sed de justicia significa que nuestro espíritu ha llegado al nivel en el cual todos los procesos que nos mantienen con vida se encuentran afectados debido a la falta del vital líquido.
En el pozo de Jacob, en el encuentro de Jesús con la mujer samaritana Él le pidió a ella que le diera de beber, lo cual suscitó toda una conversación entre ellos, en la que ella insistía que el maestro no tenía como sacar agua del pozo, a lo que Jesús le respondió: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: “Dame de beber”, tú le hubieras pedido a él y él te habría dado agua viva”. Tantas veces somos ciegos espirituales tal como aquella samaritana, pensando cómo podrá Dios saciar nuestra sed de justicia. Insistimos en saciar nuestra sed en el mundo, ponemos la mirada en los hombres, en nosotros mismos, en quienes no hay justicia. Olvidando sus palabras: “Todo el que bebe de esta agua volverá a tener sed. Pero cualquiera que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna”. Juan 4.
Tener hambre y sed de justicia nos eleva al nivel de bienaventurados (aquellos que son bendecidos por Dios); es decir, que si todo tu ser anhela ardientemente que se haga justicia, esa sed y hambre son necesidades realmente profundas de tu espíritu, las cuales, de la misma manera que el hambre y la sed en nuestro organismo nos inducen a comer y beber para traer vida a nuestro cuerpo, así el hambre y sed por la justicia te inducen a buscar a Dios con todo tu corazón, para interceder en su presencia por aquellos que padecen los rigores del juicio humano, basado en la ley del ojo por ojo y del diente por diente. Más aún por aquellos que mueren de hambre y sed fisiológica por el mundo injusto que hemos generado alejados de la bondad, de la ley del amor.
La promesa de Jesús en esta bienaventuranza es que habrá saciedad, tal cual como cuando comemos e ingerimos agua inducidos por el hambre y la sed. Y aunque la promesa nos traslada al futuro, te invito a practicar en tu vida la llamada regla de oro: “Así que, todo lo que quieran que hagan los hombres por ustedes, así también hagan ustedes por ellos, porque esto es la Ley y los Profetas” Mateo 7:12. De esta manera comenzarás a ser saciado paulatinamente, comenzarás a ser testigo de la justicia de Dios, comenzarás a recoger el fruto de lo que has sembrado en el camino. Y si, si continuarás viendo y palpando muchas injusticias en este mundo, pero llegará el día del cumplimiento completo de la promesa y veremos el fruto de la justicia como lo declaró hace miles de años el profeta Isaías: “El efecto de la justicia será paz; el resultado de la justicia será tranquilidad y seguridad para siempre”.
Isaías 32:17.
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