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Bienaventurados los que lloran

En la profundización que estamos haciendo, tratando de comprender de manera práctica el significado de las llamadas bienaventuranzas en el Sermón del monte de Jesucristo, hoy quisiéramos ir más allá de las palabras en la siguiente: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación”. Mateo 5:4. Basta solo con darle un vistazo a los diferentes diarios del mundo para enterarnos de noticias que nos revelan el sufrimiento de muchos.

El llanto representa el dolor, la tristeza y la soledad; muchos lloran ante las injusticias de un mundo que no responde a un fundamento moral sino a un mundo de leyes, muchas de las cuales discriminan abiertamente nacionalidades, credos y estratos sociales. Otros lloran ante la imposibilidad de cubrir sus necesidades básicas, en un mundo en el cual la riqueza está distribuida de una manera absolutamente desequilibrada. Nos deja perplejos cada día el entender que la mayoría de los gobiernos del mundo han dejado de trabajar para el bienestar de sus ciudadanos; dedicándose a sus propios intereses, en una carrera de codicia por las riquezas de las naciones, para convertirlas en propias.

Muchas son las víctimas del tráfico humano, del secuestro de niños para exponerlos a toda clase de perversiones sexuales. Innumerables son las víctimas del alcoholismo y las drogas con toda la seducción y el engaño dirigido a la vulnerabilidad de los más jóvenes. Muchas mujeres son víctimas de la violencia doméstica con todas sus consecuencias catastróficas para ellas y sus hijos. Millares de niños son víctimas del sometimiento al trabajo en etapas en las que todo niño debería estar jugando y aprendiendo. Millones son víctimas de sistemas que cercenan los derechos fundamentales de todo ser humano.

Por aquí y por allá sobran las razones para llorar. Sería muy largo enumerar la gran cantidad de situaciones que enfrenta la humanidad entera y que representan causas del sufrimiento humano y por ende, del llanto. Aunque las bienaventuranzas fueron pronunciadas hace más de 2000 años, el mundo en el cual vivió Jesús de Nazaret no era muy distinto a nuestro mundo actual. Solo ha cambiado la apariencia, pero en el fondo el ser humano continúa siendo el mismo a través de la historia.

Sin embargo, más allá de las lágrimas derramadas debido a las injusticias que reinan en nuestro planeta, hablando desde el punto de vista espiritual, podemos encontrar que todo ser humano que se acerca a Dios derramará lágrimas que se convertirán en su redención. Todo aquel cuyo corazón llora ante la presencia de Dios recibirá de Él consolación; pues el Señor enjugará sus lágrimas. 

Así, de acuerdo a las Sagradas escrituras podemos encontrar en primer lugar, los que lloran por la tristeza que produce el estar separados del propósito de Dios para su vida; se llaman lágrimas de arrepentimiento. Y el apóstol Pablo se refiere a esta tristeza de esta manera: “Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte”. II Corintios 7:14.

Muchos en la actualidad expresan como algo maravilloso, que no tienen nada de qué arrepentirse. La palabra arrepentimiento procede del griego “metanoien” que se traduce como un cambio de mente. Según la lingüística del griego su significado literal denota un cambio de dirección, o un retorno. Que bueno sería si tuviéramos la conciencia de reconocer nuestras faltas y arrepentirnos, mostrando los frutos dignos del arrepentimiento, que en pocas palabras, se trata de restaurar a quien hemos agraviado. 

En segundo lugar, los que lloran por las aflicciones del mundo. Jesús al despedirse de sus discípulos les dijo: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo”. Una gran consolación, un alivio para nuestras almas fatigadas por las tristezas inevitables de la vida. Y sobre todo, saber que a pesar de la tristeza podemos seguir teniendo paz, la paz de Jesús que sobrepasa todo entendimiento humano: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz”. La paz que destierra el temor de nuestro corazón, la paz que se fundamenta en la confianza de que previamente nuestras batallas ya han sido vencidas por Él. Me gusta como lo expresa el salmista en el verso 8 del Salmo 56 (en la llamada Nueva traducción viviente de la Biblia): “Tú llevas la cuenta de todas mis angustias y has juntado todas mis lágrimas en tu cofre; has registrado cada una de ellas en tu libro”.

En tercer lugar, nos encontramos con unas lágrimas preciosas, se trata de las lágrimas que provienen de la compasión que se despierta en nuestro corazón ante las adversidades ajenas, ante el dolor del prójimo. Pienso que el verso que mejor describe este tipo de lágrimas lo expresa uno de los versos más cortos de la Biblia, encontrado en Juan 11:35: “Jesús lloró”. Jesús lloró por Lázaro, por su enfermedad y su muerte, lloró por María y Marta, las hermanas de Lázaro, que sufrían profundamente su partida. Este verso nos muestra la humanidad de Jesús en todo su esplendor; más tarde este hecho sería la ocasión para mostrarnos su divinidad en su máxima expresión, la resurrección. 

Y así, el llanto de Jesús nos enseña el camino de la empatía, nos muestra que el primer paso en expresar la compasión por otros es identificarnos con su causa, con su tristeza y su dolor. De la misma manera que Jesús el apóstol Pablo nos revela su amor  hasta las lágrimas por las iglesias, en este caso la iglesia en Corintos: “Porque por la mucha tribulación y angustia del corazón os escribí con muchas lágrimas, no para que fueseis contristados, sino para que supieseis cuán grande es el amor que os tengo”. II Corintios 2:4. 

Por último, quisiera resaltar que las lágrimas se enlazan con la oración y Él está atento a cada una de ellas. 

A todos los que lloran les dedico estás palabras desde mi corazón:

El recorrido de tus lágrimas

Una lágrima se asoma a tus ojos, es parte de ese caudal que llueve en tu corazón; tratas de contenerla con tus pensamientos, pero el corazón conoce sentires que la mente no entiende.

Después de unos instantes se deja caer humedeciendo tus pestañas; otra la sigue en una sucesión copiosa de gemelas que hablan de la misma causa. Algunos tratan de enjugarlas con el pañuelo, pero ellas insisten en continuar su recorrido; el pañuelo puede secarte el rostro pero el corazón sigue llorando.

Ahora, han alcanzado tus mejillas; se deslizan por tu rostro, ya no sienten vergüenza. Cuando decidieron salir del corazón fue porque comprendieron que atrapadas allí jamás encontrarían el camino de la redención.

El dolor hace que tu corazón se estremezca y, en cada remecida, como lluvia de nubes grises, las gotas caen aun más profundo para recorrer tu cuello. Es la voz de tu ser interior que ora, clama, grita por auxilio. Y allí está Dios, cuando pronto casi vuelven de nuevo al corazón, su mano se extiende para enjugarlas.

Las mira con ternura, escucha la voz de tu alma. Cada una de ellas se convierte en Su mano en un diamante; son el tipo de piedras preciosas que se forjan en el sufrimiento. Tratar de imitarlas agregando ingredientes es imposible; solo los elementos encontrados en los caminos que has transitado en tu vida forman estas gemas que hoy podemos ver en tu mirada.

Has llorado en Su presencia, tu oración ha llegado delante de Él, a sus oídos. Tu decisión ha sido lo más importante. Muchos otros caminantes han dejado sus lágrimas atrapadas en el corazón, las han reprimido y escondido. Con el tiempo se han secado, con el tiempo su cristalina apariencia se ha convertido en una piedra oscura que refleja amargura.

Mira hoy dentro de tu corazón, si en él está lloviendo deja que cada lágrima siga su recorrido hasta el corazón de Dios.


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