Barcos de la esperanza
Eran tiempos de persecución, el mundo miraba inerte el más grande asesinato en masa de la historia de la humanidad y un pueblo enceguecido por el odio aplaudía aquella barbarie. Solo unos pocos lograron huir, otros seis millones murieron en el holocausto. Hoy decidí escribir, apoyado en los propios testimonios de sus protagonistas, sobre una de esas historias con final feliz, sobre los barcos de la esperanza.
El 12 de marzo de 1938, con el apoyo casi absoluto de la población, Austria es anexada al Reich alemán. En Viena, la capital austriaca, se dispara la algarabía, pero también el terror, inmediatamente a la anexión, la población judía comienza a ser perseguida, en los cines y espacios públicos se publican carteles con la frase “prohibidos perros y judíos”. Son obligados a limpiar las calles, a recoger los desperdicios arrojados por esos mismos vecinos que hasta hace poco eran amables y que de un día para otro los escupen, los golpean, los insultan.
Una gran parte de la comunidad judía se concentraba en Viena, donde muchos fueron enviados a campos de concentración, otra parte, una minoría, logró escapar. Se leían en los periódicos anuncios de países caribeños que ofrecían visas a 200 o 300 dólares americanos cada una – unos 2.000 o 3.000 dólares al cambio de hoy en día-.
Dos barcos de bandera alemana, el Caribia y el Koenigstein, partieron del puerto Hamburgo con intenciones de atracar en Trinidad y Barbados. Eran doscientos cincuenta y un judíos entre ambos barcos, todos llenos de esperanza de encontrar refugio en estas tierras. Sin saber lo que les esperaba, pues los hechos no se desarrollarían tan fácilmente, ninguno de estos barcos pudo atracar en sus destinos, porque antes de hacerlo, sus permisos fueron revocados.
Así fue como comenzó una larga travesía buscando puerto seguro, gestiones desesperadas y contactos infructuosos. Por miedo o complicidad, los judíos no eran bienvenidos en ningún lado en estos tiempos, Hitler se mostraba como un líder poderoso y ningún país quería problemas con Alemania. Los tripulantes no tenían opciones, debían ser recibidos o su destino era morir en un campo de concentración, algunos no lo aceptaban y ya habían decido lanzarse al mar en caso de no obtener respuesta alguna.
En Venezuela gobernaba el General Eleazar López Contreras, las presiones sobre su gobierno no eran la excepción. A inicios de 1939, tras fallidos intentos en otros países, el Caribia llega a costas venezolanas por La Guaira con la esperanza de aceptación, pero la autorización no llegó y es allí cuando se dirigen a Puerto Cabello, donde tras esperar tres días, tampoco obtienen el preciado sí. Se dirigen entonces hacía Aruba frente a la mirada atónita de los pobladores que ven partir la embarcación. Es en Aruba donde el capitán recibe la autorización del gobierno venezolano y regresan a costas nacionales.
Los buenos oficios de la comunidad judía en el país y de amplios sectores de la sociedad venezolana, lograron que el primero de los barcos, atracara en suelo nacional. Cuentan que esa madrugada del 3 de febrero de 1939 aquella gente que venía escapando del odio y la repulsión se vio recibida por una muchedumbre en medio de aplausos y frutas, las luces de camiones de pobladores y de las casas alumbraron su paso.
Veinticuatros días después, el 27 de febrero de 1939, más de ciento cincuenta judíos a bordo del Koenigstein llegan a La Guaira, tras ser aceptados se establecen en la Hacienda Mampote, donde fueron recibidos con todos los honores. A los pocos días la primera dama envía un camión de víveres y camas.
A todos se les otorgó la ciudadanía venezolana y la estadía indefinida. Es la historia de un país que se convirtió en símbolo de bondad, solidaridad y humanismo, una nación de brazos abiertos, que no discriminó por condición social, raza o religión y que en medio del siglo XX demostró lo que significa el concepto de civilización. Es la Venezuela que me mantiene aquí aunque cueste encontrarla en estos tiempos, es la que enamoró a mis abuelos y la que quiero que conozcan mis hijos.