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Atajos engañosos 

El desprestigio de la negociación, vista por no pocos paisanos como antónimo de “decencia” política, resulta por lo menos llamativo. La vivencia reciente daría algún motivo para esa escama, claro. Un largo repertorio de intercambios fallidos con el gobierno podría sugerir que ese no es camino seguro ni aceptable para un adversario en desventaja; y que, en todo caso, la única expectativa al asumirlo es vencer o ser vencido. Pero esa es una percepción que opera a despecho de lo que arroja la evidencia empírica: la conciliación y el pacto, tanto en Venezuela como en otras latitudes, son tránsitos sumamente efectivos cuando se trata de emprender procesos de normalización política y democratización.  

Desde el famoso tratado de Coche (que en 1863 puso fin a la Guerra de los Cinco Años entre liberales y conservadores) hasta nuestros días, la propia historia local cunde en ejemplos de ese reto a la improbabilidad. Un punto al que no se llega de la noche a la mañana, naturalmente, y que abarca no sólo condiciones de un entorno proclive a la transformación de las posiciones y la reducción de asimetrías, sino la inclinación permanente a gestionar conflictos para evitar que se vuelvan destructivos. Negocia quien puede, es cierto: también quien lo necesita y está interesado en hacerlo.  

Preocupa por tanto que ese desprestigio que amplifican sectores inmunes al aprendizaje, ese apego improductivo por la exclusión, siga haciendo lo suyo. Y no sólo con relación al gran Otro. También en lo que toca al adversario interno, una realidad compleja que no puede esquivarse mediante la simplificación o el heurístico cognitivo, los atajos que no protegen del peligro de ignorar información relevante. La dinámica de confrontación que alientan las primarias, de hecho, recrudece distancias entre uno y otro sector, incluso aquellos que no participan en la contienda. Unos menos distantes que otros, cabe observar; pero igualmente limitados para identificar puntos de interés compartido, adoptar compromisos que no agradan, aceptar la posible disparidad en las pérdidas y beneficios o calibrar con mirada descarnada cuál es el punto de partida y la calidad real de los influjos de las partes que negocian. 

Considerar la naturaleza del contexto importa mucho a la hora de establecer prioridades y redefinir intereses, además. La lógica democrática, ciertamente, admite un grado de rivalidad tal que no pone en riesgo al sistema. Entre actores diversos prevalecería el compromiso de “pelearse” civilizadamente; y una estructura que se sustenta en la certidumbre institucional contribuiría a garantizar esa saludable diferenciación. Pero cuando el entorno no es democrático, cuando la norma que urge transformar es la arbitrariedad, la inseguridad y la amenaza, la gestión del conflicto en el cortijo opositor tropieza con complicaciones adicionales.  

La necesidad sectorial/particular debería entonces adecuarse a una realidad que privilegia la alineación en función del bien mayor, sin que eso implique renunciar al debate. Que, por el contrario, demanda disposición y destrezas superiores para propiciar la conversación y componer visiones plurales. Una premisa que, por cierto, estuvo muy clara para los miembros de la Concertación chilena, incluso cuando hubo que tomar decisiones sobre la marcha que no siempre respondían al plan original: el de gobernar durante cuatro años y luego desarmar la coalición para volver a pelearse democráticamente. “Todos funcionábamos partiendo de la base de que teníamos que seguir juntos,” explica Ricardo Lagos. El incentivo que los obligaba a preservar el bloque era, sin duda, mucho más trascendente que la necesidad de dar curso en lo inmediato a las aspiraciones individuales. 

¿Qué hizo la diferencia? Estar tan consciente del riesgo como de los errores cometidos, reflexión común mediante, para asegurar la no-repetición y el establecimiento de criterios de eficacia política. Esto es, saber armonizar una responsable mirada al retrovisor con una propuesta esperanzadora de futuro. “Si echamos la vista atrás, en la década anterior al plebiscito, tuvimos diez años para reflexionar”. Posiblemente lo opuesto a lo que acá se prescribe, dada la compulsiva recurrencia a soluciones que ya parecen incrustadas como mitos en algunos imaginarios. Hablamos de propuestas resistentes a la revisión racional: el “milagro” de la acción de calle, por ejemplo, como forma de sortear el trago amargo, el careo con el “policía malo” y la puja conducente a mejorar las condiciones de competitividad electoral. Mejoras que sólo el dueño del poder duro (esto es, con capacidad de coerción o influjo por vía de control institucional), está en capacidad de habilitar. 

La combinación de una ruta de ocupación de espacios institucionales -propia de la opción electoral- con la presión social que contribuya a generar incentivos para la democratización del chavismo, en fin, apunta a maximizar recursos a través de la negociación; la que se plantea con el gobierno y con los potenciales aliados internos. Un paso del cual tampoco puede prescindir el sector que apuesta a primarias para zanjar su conflicto interno, ahora mismo sin suficiente poder blando (J. Nye, 1990), sin la autoridad moral o el ascendente cualitativo y cuantitativo como para comprometer con sus decisiones al resto del campo democrático. Obligado, por tanto, a persuadir y convencer a los no convencidos; a integrar un movimiento de unidad nacional que, tras la elección sectorial y de cara al ciclo 2024-2025, responda con tareas concretas al propósito de construir mayoría política relevante y facultad negociadora.  

En ese sentido, si bien algunas movidas podrían juzgarse como pertinentes y hasta “astutas” dentro del marco que propone la teoría de juegos (no asomar la posibilidad de cooperar sino hasta el último momento o en situación límite, al estilo del dilema del prisionero), la omisión de la realidad redimensiona esa valoración. Que se despache con tanta ligereza y testarudez la convergencia estratégica cuando hay una debilidad evidente, no puede menos que inquietar. ¿Qué peso se atribuye a la sola “corazonada”, qué errores se asocian con la insensibilidad a las probabilidades previas, al sesgo que refuerza ideas preconcebidas o al que, en ausencia de memoria disponible, cede espacio a la subjetividad y el determinismo? Navegando en un océano de amargas experiencias y falta de conducción efectiva, la resistencia a buscar soluciones complejas para problemas complejos es otra rémora a vencer.  

@Mibelis 

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