Asonadas no son efemérides
¡Dejémonos de vainas! Por más discursos que desgranen los rojos esta semana, por más desfiles que ordene la cúpula militar actual —tan enturbiada y desacreditada por sospechas de narcotráfico—, por más concentraciones “populares” llevadas en autobuses a aplaudir las memeces que vocifere el ilegítimo, por más cadenas radiofónicas ripiosas que ordenen para tratar de lavarle el cerebro a la gente, el cuatro de febrero nunca llegará a ser un albo lapillo notare diem. No hay nada que marcar sobre mármol blanco ese día, ni registrar como fasto en los anales patrios; —mucho menos celebrar— por el día en que unos venezolanos fueron llevados, engañados, a matar otros venezolanos por el afán desmedido de poder de una logia de chafarotes intoxicados mentalmente; para tratar de imponer entre nosotros una ideología extraña que ya había causado millones de muertes en otros países, tanto por guerras como por hambrunas que generaba esa obcecación; para defenestrar un gobierno que había cometido errores, que no era popular, pero que era constitucional. Nada que conmemorar —aparte de las muchas y lamentables muertes, matanzas más bien— en el aniversario de un día que, parafraseando a Franklin D. Roosevelt, “vivirá en la infamia”.
El cuatro de febrero no fue sino uno de los muchos cuartelazos tropicales que ha plagado mucho de la historia de la región. Y como la mayoría de ellos, sofocado por unas fuerzas armadas comandadas por oficiales más sensatos, más disciplinados y con más respeto hacia la norma constitucional. Nada distinto este pronunciamiento a los de Carúpano y Puerto Cabello: todos fueron comandados por oficiales captados por el comunismo, en todos ellos, la tropa fue llevada con engaños al matadero, todos sus focos fueron dominados en pocas horas, Lo único que diferenció el comentado fue la presencia de un encantador de serpientes, que logró cambiar lo que era una rendición —ignominiosa, por lo demás, porque los otros miembros de la camarilla combatieron y se la rifaron, mientras que este se refugió tras los gruesos muros del Museo Militar— en el comienzo de muchísimas apariciones histriónicas que embelesaban a la audiencia y que lo llevaron y lo mantuvieron en el poder hasta finales de diciembre del 2012.
Su secuela, la sedición del 27 de noviembre, fue peor porque aunque buscaba lo mismo que la anterior: el derrocamiento de un gobierno legítimo, la disolución de los poderes y la toma del mando para gobernar por decretos, se dio a escasos días de la fecha en que los venezolanos iban a manifestar su apreciación de la situación y a relevar a los mandatarios que no les parecían adecuados. O sea que los amotinados dejaron ver que la opinión de los ciudadanos les importaba muy poco. Al fracasar no tuvieron el valor de enfrentar la bien merecida punición que les correspondía sino que se escaparon al Perú, donde fueron recibidos como héroes por Fujimori. Lo que toman cuidado en olvidar ex profeso los actuantes en esa segunda asonada es que su anfitrión ejercía la presidencia por un autogolpe que había dado y que, por eso en abril de ese año, Venezuela había roto relaciones diplomáticas con ese país.
En su afán de justificar los delitos cometidos, los sediciosos de ayer (y mangantes de hoy) han decretado esas fechas como fiestas nacionales. Los cuatros de febrero (y este no ha de ser distinto) abundan en peroratas patrioteras, arengas con soflama e invectivas contra quienes pensamos distinto; adornos cursis por todas las avenidas, donde la efigie del manganzón comparte, pero opaca la de Bolívar y la del muerto viviente (o sea, del zombi); desfiles en los cuales se mezclan generales con decoraciones tipo norcoreanos en las guerreras, con milicianas artríticas que no pueden ni con el fusil ni con las várices, con bailadores de golpes tuyeros pasados de alcohol y “carrozas” extravagantes y pretenciosas donde se muestran los “logros” de la robolución. Y el 27-N lo han convertido en el Día de la Fuerza Aérea. Único país sobre el orbe que conmemora el día de una derrota de ese componente. A menos que estén celebrando que unos pilotos tuvieron que derribar a otros, paisanos y compañeros de armas, que estaban bombardeando instalaciones gubernamentales llenas de gente inocente. Muy dentro, todos los aviadores —sean leales a la institución o “enchufados”— reconocen que el día de la Aviación es el diez de diciembre.
En 1958, el entonces presidente electo de Colombia, Alberto Lleras Camargo le explicó al cuerpo de generales que a las Fuerzas Armadas les está vedado deliberar «porque la nación entera, sin excepciones de grupo, ni de partido, ni de color, ni de creencias religiosas, sino el pueblo como masa global, les ha dado las armas, les ha dado poder físico con el encargo de defender sus intereses comunes, les ha tributado los soldados, les ha dado fueros, las ha libertado de las reglas que rigen la vida de los civiles, les ha otorgado el privilegio natural de que sean gentes suyas quienes juzguen su conducta, y todo ello con una sola condición: la de que no entren con todo su peso y su fuerza a caer sobre unos ciudadanos inocentes». Luego, añadía: «esa condición es indispensable, porque si las Fuerzas Armadas tienen que representar a la nación ante presuntos enemigos exteriores, necesitan de todo el pueblo, del afecto nacional, del respeto colectivo, y no lo podrían conservar sino permaneciendo ajenas a las pugnas civiles».
Yo, al igual que la mayoría de los ciudadanos prudentes y sensatos de este país, creo que ese razonamiento sigue vigente…